Jorge A. Amaral Luego del espectáculo mediático de Silvano Aureoles y su banquito verde no han faltado las reacciones. Más allá de los memes, columnistas y analistas han escrito con distintos enfoques sobre el hecho. Ha habido quienes han fustigado el afán mediático del gobernador, señalando que él debe estar acá, en Michoacán, haciendo lo que está entre sus facultades para resolver el caos de inseguridad que priva en el estado, sobre todo en la región de Aguililla. Otros más han dicho que lo que el gobernador hizo, de esperar durante 4 horas afuera de Palacio Nacional, refleja que el mandatario michoacano actuó como un ciudadano de a pie; que ese acto, sincero o mediático, reviste al gobernador de un halo de pueblo. Otros analistas han criticado el presidente porque, al no recibirlo, y además ufanarse de ello en la mañanera, demuestra intransigencia y necedad por parte de un dignatario que no quiere atender al máximo representante popular de los michoacanos. Por si fuera poco, no ha faltado quien, recordando el dicho de Silvano Aureoles de que no le extrañaría que en el futuro saquen algo contra él, sólo es para curarse en salud frente a las auditorías que se vienen, y más ahora, que a Palacio de Gobierno entrará un morenista con el que el gobernador no lleva una relación tersa, sino más bien de encono. Creo que todos ellos tienen razón, unos más que otros, pero todos, desde su enfoque, tocan una arista del tema. Cierto, Silvano Aureoles aún es gobernador y, como tal, tiene los elementos para resolver problemas en el estado. En el caso de la narcoviolencia en Aguililla, los mil policías de la Secretaría de Seguridad Pública que en esta semana se mandaron a ese municipio, sumados a los que ya están, deben hacer algo más que tapar las zanjas que los delincuentes excavan para bloquear las carreteras, deben garantizar que la población reciba los productos necesarios para vivir, que cuenten con los servicios que el crimen les ha cortado, como a electricidad; deben inhibir los paseos que los miembros de los cárteles se dan por el pueblo para mostrar músculo. Los mil policías estatales, me imagino, van a esa zona a combatir a los delincuentes, desde el halcón que se pasea en una moto robada y con algunas dosis de crystral en el bolsillo, hasta los comandos que hacen gala de poder de movilización y fuego. Si el gobierno del estado consiguiera pacificar a Aguililla deteniendo a quienes siembran el terror por parte de ambos grupos en disputa, podría incluso escupírselo en la cara a López Obrador, cuyas declaraciones sobre el tema de Aguililla han ido de lo ingenuo a lo estúpido en varios momentos. Quizá por cuestión de atribuciones y poder de fuerza, la administración estatal pierda la guerra, pero al menos habrá una batalla que recordar. Por otro lado, la estrategia del banquito sirvió, y mucho, ya que el nombre de Silvano Aureoles sonó a nivel nacional y se volvió tendencia, al grado de que hasta El País lo entrevistó. Sí, quiso verse muy Juan Pueblo esperando audiencia con Su Graciosa Majestad, pero en Michoacán, a quienes sabemos que el gobernador es amante de viajar en helicóptero, de los caballos finos, de los mezcales y partir plaza a donde quiera que llega, nos cuesta trabajo creerle. Cualquier activista o presidente municipal podrá corroborar los difícil que es tener una audiencia con él, cualquier periodista del estado le dirá lo complicado que resulta hacerle una entrevista exclusiva, porque esos son lujos a los que sólo acceden los medios nacionales. Así pues, aunque el banquito fue un intento de revestir de humildad al gobernador, en Michoacán sabemos que no la tiene, que más bien es retador, que se ha burlado de los reporteros, que le gusta verse bien y lucir mejor. Y peor le salió el numerito porque se puso con sansón a las patadas al retar Andrés Manuel López Obrador, que es el maestro de la manipulación y manejo de medios, y que además los tiene a su merced para marcar la agenda, para decir quién es conservador, quién es chayotero, quién está resentido y hasta quién miente cada semana. Una cosa sí es más que clara: Silvano Aureoles no es un ciudadano de a pie y lo del banquito fue sólo una estrategia; de lo contrario, Julieta López Bautista no lo hubiera acompañado en ese peregrinaje. Pero también es cierto que la actitud de Andrés Manuel López Obrador refleja intransigencia, necedad, soberbia y revanchismo, pero no estupidez. Desde hace mucho tiempo se sabe de la ríspida relación entre Silvano y el presidente, pues el ala del PRD a la que Silvano pertenece es la misma que hizo que Andrés Manuel dejara al partido: los Chuchos. Ellos fueron los responsables de la desbandada de perredistas hacia Morena, ellos han orquestado las alianzas con el PAN y más recientemente contra el PRI. Los Chuchos, como si fueran más panistas que los militantes del PAN, han hecho que el PRD hoy no sea ni la sombra de lo que antes fue, y por eso AMLO y sus seguidores a todos los niveles se fueron el Sol Azteca. Silvano Aureoles y los Chuchos legitimaron el Pacto por México de Peña Nieto y a todo eso se opuso el perredismo afín a AMLO y que hoy conforman a Morena. Por otro lado, Morena es un partido conformado con base en el rencor hacia la llamada “mafia del poder”, hacia los oligarcas de la política tradicional, hacia los políticos fastuosos, hacia los que son capaces de vender hasta a su madre con tal de mantener el control y tener las mejores candidaturas. Todo eso lo representa Silvano Aureoles, y si consideramos que AMLO es necio y no perdona, no se podía esperar que recibiera al gobernador. Además, el mandatario michoacano pretendía entregar al presidente las pruebas que dice que tiene sobre la intromisión del narco en los comicios, sobre la posibilidad de que Alfredo Ramírez haya llegado al puesto con ayuda de la delincuencia organizada y que inclusive en 2024 el presidente de México podría ser designado por la delincuencia. Si AMLO le hubiera recibido esas carpetas, el mensaje sería “te pedí pruebas y me las trajiste, ahora las reviso”. Eso sería equivalente a admitir la posibilidad de que la del 6 de junio haya sido una narcoelección, como denuncia el gobernador michoacano, y es obvio que AMLO jamás legitimaría tales señalamientos porque, en primer lugar, el candidato ganador es el de su partido, y en segundo, vendría a tumbar el supuesto presidencial de que las elecciones del 6 de junio fueron pacíficas, y más donde ganaron sus candidatos. Mediáticamente, al presidente no le conviene dar a Silvano Aureoles siquiera el beneficio de la duda, porque entonces lo dicho por él y sus candidatos se va hasta el suelo y se estrella como florero. Lo que también es cierto es que no se trataba de un simple ciudadano que con una cartulina exponía su malestar, sino del gobernador de un estado, cuya voz, aunque desagradable, hay que escuchar por la investidura que ostenta. Por otro lado, también aciertan los analistas que consideran que eso de “no me extrañaría que sacaran algo contra mí” sea curarse en salud, y no lo digo porque crea o tenga evidencia de que el gobernador tiene cosas oscuras en su haber, sino porque, partiendo del rencor morenista, no sería extraño que las auditorías, que en sí son obligatorias, arrojaran algo más que observaciones. No sería raro que el gobierno federal enfocara las baterías de la Unidad de Inteligencia Financiera para investigarlo y sacarle alguna irregularidad, tras lo cual el presidente usaría la mañanera para decir “¿ya ven?, esos son los corruptos”. Así, los dichos sobre la narcoeleccion serían totalmente desvirtuados y, si es verdad que Ramírez Bedolla y Morena tienen nexos con el crimen organizado, pocos lo seguirían creyendo por haber sido algo que un personaje denostado sacó a la luz, y entonces Silvano pasaría del banquito al banquillo. Al tiempo. La Gansa Inquisición Cada que un periodista cuestiona con cifras al presidente en la conferencia mañanera, éste lo desvirtúa, lo confronta y de inmediato sus huestes arremeten contra el “chayotero”. Ese no es un ejercicio de diálogo real, no es un foro de discusión con el presidente sobre los temas que atañen al país y que por ello están en la agenda de los medios. La mañanera es una misa en la que a veces un funcionario, a veces otro, lee el evangelio, para luego el presidente lanzar su sermón y, desde el púlpito, fustigar a opositores, ya sean de la prensa, de otros partidos o de la iniciativa privada. Desde esa tribuna, el presidente invita al linchamiento mediático contra sus adversarios y sus seguidores obedecen. La mañanera pintaba para ser un excelente ejercicio, lejos del acartonado presidencialismo mexicano, en que sólo los más agraciados podían acceder a preguntarle algo al mandatario. Aunque ahí se dan cifras y balances que en ese día serán nota en los medios, y hasta ahí, el resto del espacio no cumple su función supuesta. Ante esa intransigencia, el presidente mejor debería emular a Hugo Chávez, quien tenía el programa “Aló, presidente” y ahí lanzar sus reflexiones, sus datos y peroratas. Por momentos la mañanera es una payasada a la que nadie debería acudir. Por eso me resulta hasta chistoso el epíteto que se le puso a ese espacio: la Gansa Inquisición. Es cuánto. Postdata Leyendo artículos y análisis de algunos periodistas locales, resulta curiosa la tendencia. Hay quienes le están midiendo mucho el agua a los camotes en temas estatales porque, por un lado, Silvano Aureoles aún es gobernador y tiene el poder, pero por otra parte ahí viene Ramírez Bedolla, quien seguramente replicará en el estado la política de austeridad con medios, y eso llevará a que más de algún periodista vea acotadas sus comidas en restaurantes de lujo de la ciudad.