Jorge A. Amaral Pues bien, el periodista Vicente Serrano logró que su nombre resonara a nivel nacional, y no fue por una investigación que develara las corruptelas políticas, ni mucho menos por destapar nexos delictivos de miembros de la clase gobernante ni por desenmarañar una intrincada red de corrupción que alcance diversas esferas del poder político y económico. No, su nombre estuvo en los principales medios nacionales por un altercado. Uno como periodista aspira a que su nombre sea mencionado por su trabajo, por sus excelentes notas o buenos reportajes, por la importancia de las entrevistas que realiza o por una poderosa columna. Es lo que hace que un periodista sea reconocido no sólo por el gremio, sino por los lectores o la audiencia. Soy de la idea de que nos dedicamos a hacer notas y escribir artículos, no a ser la nota, como lamentablemente ha sucedido con decenas de periodistas a quienes se les ha quitado la vida o la tranquilidad por su trabajo. Por si usted no lo vio, le recuerdo. En días pasados, el periodista Vicente Serano se topó en un restaurante de la Ciudad de México al actor Héctor Suárez Gomís, con quien ya había tenido algunas desavenencias en redes sociales por la postura política del histrión y la bandera que defiende el comunicador. En un principio, Serrano denunció en su foro favorito, las redes sociales, que el hijo de Héctor Suárez lo había agredido, quebrándole los lentes. En el video se ve a un Serrano retador y a un Suárez molesto. Luego salió que el mismo Vicente se había acercado a la mesa de Suárez Gomís dizque a saludarlo, momento en que éste lo agredió. El caso desató la condena de la Comisión Nacional de los Derechos Humanos, ese ente que durante el actual sexenio ha sido opaco, gris, por no decir que omiso, en casos de gran envergadura. De hecho, la misma Fiscalía se puso a las órdenes del periodista. Está bien, una agresión es una agresión, no importa de dónde venga, pero hay matices que debemos tomar en cuenta. Vicente Serrano tiene un estilo florido de conducirse en sus contenidos, con palabras altisonantes y queriendo llegar a ese público rencoroso que dirá “mira, este sí les dice las cosas como son”, aunque en realidad no esté diciendo nada de gran trascendencia. Bueno, ese es su estilo y se respeta, hay público para todo, incluso para la campechanería. Esto lo adereza con su férrea defensa de López Obrador y su manera de responder en redes sociales. En este punto hay que recordar que a Héctor Suárez Gomí llegó a reprocharle falta de “huevos” para debatir. De entrada, alguien que pone en duda el peso testicular, no te invita a debatir, en realidad te incita a un toma y daca de trompadas. Entonces, si en redes sociales le dijo eso al actor, era estúpido pensar que éste reaccionara con amabilidad. Vaya, a Vicente Serrano se le olvidó que ya no estaba en internet, que no había una pantalla de por medio. No aplaudo la agresión, pero era de esperarse. En este oficio (así me gusta verlo en toda su grandeza) debe uno ser muy responsable con lo que dice y cómo lo expresa. México no es precisamente un país donde un periodista pueda decir y escribir cualquier cosa sin temor a represalias o reclamos (si bien nos va), y de eso dan cuenta todos los periodistas que han sido asesinados por el ejercicio de su labor, por lastimar intereses políticos, económicos y delictivos (casi siempre todos vertidos en un solo frasco). Por eso resulta chocante que la CNDH se ponga a las órdenes de un periodista sólo por ser porrista del régimen cuando hay muchos compañeros allá afuera arriesgándolo todo por el amor a la profesión, por respeto al oficio, por su compromiso con la verdad como base de su ética periodística. Y es que, mientras Vicente Serano usa el micrófono y su audiencia en redes para despotricar con la tónica del insulto, cientos de periodistas hacen esfuerzos para organizarse y exigir que las autoridades brinden garantías en asuntos tan serios como amenazas y ataques en que muchos desgraciadamente han perdido la vida o se han visto en la necesidad de dejarlo todo para irse a otro lugar, porque en sus ciudades ya no hay garantías para ellos. El caso de los lentes rotos de Vicente Serrano se da en la misma semana en que otro periodista, Luis Enrique Ramírez, es privado de la libertad y ultimado a golpes en Culiacán, Sinaloa. Es el noveno periodista asesinado en México sólo en este año. Y no sólo eso, sino que el contexto actual es de total impunidad, lo cual reconoció el mismo Alejandro Encinas, subsecretario de Derechos Humanos de la Secretaría de Gobernación, en su reciente visita a Morelia. A la fecha no hay sentenciados por estos crímenes y, como el mismo funcionario reconoció, en muchos casos, autoridades de gobierno son más amenazantes contra el periodismo que el mismo narco. Una agresión es una agresión, insisto, y no caeremos en el descaro de personajes como Lilly Téllez o Sergio Mayer de aplaudir los actos de Héctor Suárez Gomís, pero ojalá la diligencia de la CNDH y otras dependencias fuera así de firme cuando un reportero es hostigado, cuando un columnista es amenazado, cuando un compañero es asesinado. Ojalá que así como Héctor Suárez fue llamado de inmediato al Ministerio Público, de la misma manera se diera con los autores materiales de homicidios contra periodistas, y que los casos no quedaran en el limbo institucional, sino que esos autores materiales sirvieran para llegar a la raíz del problema: los autores intelectuales, los empresarios, políticos o delincuentes que ordenan los homicidios y desapariciones. Ahora que el colectivo #NiUnoMás a nivel nacional se está organizando, es buen momento para que las autoridades mexicanas y en los estados demuestren que no es necesario ser un porrista del régimen para ser atendido con prontitud y solidaridad, y que las viudas y huérfanos que la violencia contra el gremio ha dejado, vean la justicia al final de este túnel kafkiano en que las víctimas se ven sumidas por la inoperancia de las autoridades responsables. La feria Cuando la Feria de Morelia se fue de la salida a Salamanca al Recinto Ferial de Charo, los morelianos pusieron el grito en el cielo. Que estaba muy lejos, que pensaran en la gente que debe tomar camión para acudir, que sale carísimo. Al final, aunque renegando, la gente no dejó de ir año con año, siempre con la queja de la distancia. Ahora que el recinto está en total abandono y sumamente deteriorado, el gobierno decide traer la Feria de regreso a la ciudad, ahora en el Ceconexpo, y las críticas de nuevo brotaron. Que no es el lugar indicado, que eso es una mera kermés, que es un relajo hasta para estacionarse, que el tráfico se pone imposible en las avenidas Camelinas y Ventura Puente. Bueno, ¿quién los entiende? El cambio de formato, ya sin los magnos espectáculos donde confluían ciudadanos de bien con políticos y narcos, el evento pierde el interés de muchas personas, acostumbradas a pagar miles de pesos por ver al charro famoso o al narcocantante de moda. Pero esos eventos eran sólo para un sector, que puede ver a esos artistas cualquier otro día en el Pabellón Don Vasco o en la Monumental de Morelia. Quedándonos con las familias, con los niños que quieren juegos mecánicos y las familias que abarrotaban el Teatro del Pueblo, ahí siguen, con espectáculos gratuitos. No faltó quien se puso clasista y criticó lo austero de la Feria, pero la gente que ha ido a los conciertos gratuitos se ha visto contenta, cantando y bailando con artistas de gran calidad, desde el género regional hasta la ópera. Por otro lado, en un contexto de violencia e inseguridad, ¿qué mejor que ofrecer una feria netamente familiar, sin buchones que en cualquier momento pueden desatar una balacera ni borrachos que emprenden batallas campales sólo por una mirada fea o por la novia en turno? La Feria recobra su espíritu: ser un evento familiar. Con un reverendo despapaye vial, sí, pero familiar. Ya vendrán los días de análisis en que la autoridad hará su balance de asistencia y derrama económica. Sólo tengo una duda: ¿los tacos en el Festival Michoacán seguirán siendo los más caros de México, como lo eran en la Expo Fiesta? ¿Y la oficina? El 7 de abril, María de Jesús Montes Mendoza rindió protesta en el Congreso del Estado como presidenta municipal sustituta de Aguililla, luego del asesinato del alcalde César Arturo Valencia Caballero, ocurrido el 10 de marzo. Cuestionada por la prensa, de manera parca señaló que su municipio está en paz y tranquilidad; caray, hasta ganas me dieron de irme a vivir para allá. Pero resulta chistosa esa afirmación viniendo de una alcaldesa que fue nombrada precisamente porque mataron al presidente municipal constitucional, así que pues muy seguro, seguro, seguro, no es. A esto hay que sumar el trágico historial de ese municipio. Ahora, el párroco del lugar acusa que, a un mes de su nombramiento, la presidenta no se ha parado en el municipio desde su toma de protesta. Por pura curiosidad me metí al Facebook del Ayuntamiento. Hay muchas fotos de eventos, como el del Día del Niño, pero en ninguna foto aparece Montes Mendoza. Hay publicaciones en las que sí está la funcionaria, pero todas ellas son reuniones en Morelia, con funcionarios estatales y en la dirigencia de su partido. Incluso hay una donde presume que se reunió con los regidores, pero una fuente cercana y confiable asegura que el restaurante donde fue la reunión no está en el municipio. ¿Trabajará a distancia, como en tiempos de pandemia? Bueno, siempre habrá el pretexto que suelen poner los alcaldes ausentes de su municipio: está gestionando. A saber. Es cuánto.