Jorge A. Amaral Vivimos en el país de la desgracia: un día cualquiera, a cualquier hora, usted puede estar solo o acompañado, con amigos o familia, en un bar, en un restaurante, en una plaza comercial, en la calle, en el transporte público, en su propia casa, y alguna desgracia puede pasar en cualquier momento. Hace algunos días, a raíz del asesinato de Hipólito Mora, decía el gobernador Alfredo Ramírez Bedolla que Michoacán no es Hollywood, que las cosas espectaculares se dan sólo en las películas y que aquí eso no pasa porque se está trabajando en la seguridad. Yo coincido con el gobernador: Michoacán no es Hollywood. En el cine de Hollywood siempre hay una solución a los problemas. El villano puede ser sumamente poderoso y aun así siempre habrá un héroe que sepa cómo derrotarlo. Los malos malisisísimos podrán ser los peores seres sobre la faz de la Tierra, pero no importa, porque siempre habrá gente con buenos principios que resolverán todo de forma favorable, ya que el bien debe triunfar sobre todas las cosas. Lo más importante: las historias de Hollywood, aunque sean caóticas, violentas o inspiradoras, son ficticias. En cuanto el director grita “¡corte!”, los actores pueden volver a ser ellos mismos, ir a su camerino, atender sus propias vidas y cobrar por el trabajo realizado, de ahí que Hollywood sea un lugar donde el dinero pasa de mano a mano por millones. En Michoacán vemos a una madre de familia tratando de intercambiar un pantalón por un litro de aceite en un grupo de Facebook. Michoacán no es Hollywood, porque aquí no se ve la solución a los problemas, más bien estos se van acumulando y creciendo hasta rebasar a la sociedad, al gobierno, a todos, y entonces a las autoridades no les queda más que simplemente administrar la crisis, sortear los problemas. Y a la ciudadanía lo único que le queda es la resignación y santiguarse cada que sale de la casa. Michoacán no es Hollywood porque aquí los villanos son invencibles, sólo pueden ser lastimados por villanos del mismo tamaño, pero el mal nunca es derrotado. Le pongo un ejemplo: hace días atraparon a un jefe de plaza de Parácuaro, el cual trabaja para un conocido narco de Tierra Caliente. Tras la detención, sus compañeros bloquearon la zona de Cuatro Caminos, pero suceden dos cosas: primero, el sujeto, apodado El Chícharo, era buscado no por narco, no por extorsionar, no por secuestrar ni amenazar, ni por coordinar operaciones de tráfico y narcomenudeo, no por ejecutar personas o controlar actividades como la extracción y venta de combustible robado o la prostitución, que son actividades comunes de un jefe de plaza. No, al Chícharo lo agarraron por la muerte de un agente de la Fiscalía, y sabemos que cuando a un elemento de la FGE le pasa algo, sus compañeros mueven cielo, mar y tierra, pero tarde o temprano dan con los responsables. Lo segundo: sí, agarraron al Chícharo y 6 de sus secuaces, ¿y? Su patrón sigue en su rancho administrando sus negocios, controlado el territorio, ordenando movilizaciones, disponiendo de la vida y la muerte de los demás. Es un conocido criminal al que desde hace tres administraciones no se le ha tocado ni con el pétalo de una sentencia, con todo y que es de dominio público su zona de operación y dónde radica, lo mismo que otros líderes delincuenciales. Michoacán no es Hollywood porque el bien no triunfa, al contrario; aquí el bien es una burla: funcionarios municipales y estatales a quienes se les ha comprobado que obraron mal, siguen impunes; exgobernadores narcos o con hijos narcos ahí andan, como si nada, como si fueran un dechado de virtudes. Exgobernadores que dejaron su cagadero en el estado por ahí siguen, jugando a la política, queriendo ser presidentes. Y quienes deberían investigarlos para que se les castigue se lavan las manos diciendo “es que ya lo inhabilitamos, ya procedimos”, pero la inhabilitación es para cargos estatales y municipales en territorio michoacano, no para puestos federales. En Hollywood siempre se hace justicia, en Michoacán reina la impunidad. Michoacán no es Hollywood porque aquí las tragedias sí son reales, las historias de terror sí son de verdad. En Michoacán, los levantados sí desaparecen, los baleados sí se mueren y esas paredes de La Ruana o cualquier otro pueblo de Tierra Caliente no son escenografía, porque los agujeros que dejan las granadas, los Barret y los cuernos de chivo son tan reales como los muertos y el dolor de miles de familias. Ojalá Michoacán fuera Hollywood, así al menos tendríamos la certeza de que esta saga de violencia algún día terminará con un final feliz, con los malos muertos o encarcelados y los buenos viviendo una vida tranquila. Pero no, porque el estado incluso ya sobrepasó al género gore, ese en el que se exageran las escenas sangrientas con efectos especiales, para ser más bien ser una película snuff, llena de secuencias reales de tortura, muerte y desmembramiento. Tómese esto último en sentido figurado, pero también en sentido literal, pues basta darse una vuelta por internet para encontrar cientos de videos de ejecuciones y balaceras ocurridos en Michoacán. Y pues no, Michoacán no es Hollywood porque aquí las cosas sí suceden en la vida real, porque esos soldados a los que les explotó una mina hace días en Tierra Caliente no eran actores de una escena con efectos especiales, el explosivo sí los mutilados cuando la camioneta en que iban se hizo pedazos. Qué más quisiera uno que lo sucedido el viernes en la zona de Las Américas y el Palacio del Arte hubiera sido una escena de “Perros de reserva”, de Tarantino. Pero no, fue esa simple y llana narcoviolencia que vivimos a diario como una saga maldita que México ha vivido desde los inicios de este siglo. Pero aunque Michoacán no es Hollywood, los gobiernos estatal y federal viven en una eterna comedia romántica. Yu-Mex: los mariachis de Tito Mientras escucho a una de mis bandas favoritas, Fanfare Ciocarlia, me viene a la memoria el género llamado Yu-Mex, nacido a mediados del siglo XX, cuando la música mexicana conquistó a los yugoslavos. Se le puede considerar un género yugoslavo influido por lo mexicano, pero también se le puede escuchar como música ranchera en serbocroata, y su nombre deriva de “Yu” (por Yugoslavia) y “Mex” (por México). Durante la década de los 60 del siglo pasado, cuando el mariscal Tito rompió relaciones políticas con la URSS, la entonces Yugoslavia quedó entre el bloque del Este y el Oeste pero sin comulgar 100 por ciento con ninguno de los dos extremos, así que, sin ganas de seguir propagando el entretenimiento comunista de Moscú ni entregarse de lleno a capitalismo, buscaron alternativas. Es de recordar que a mediados del siglo XX el cine mexicano vivía su mejor momento, y aunque parezca que no, estaba impregnado del ideario postrevolucionario y su nacionalismo tan exacerbado, lo que atrajo a los yugoslavos, siendo todo un éxito en aquel país “Un día de vida”, del director Emilio “El Indio” Fernández, que, aunque en México pasó sin pena ni gloria, en Yugoslavia se convirtió en un fenómeno que marcó muchas generaciones, llegando a ser considerada la mejor película de todos los tiempos. Eso detonó una fiebre mexicana en Yugoslavia y las estaciones de radio comenzaron a programar música de mariachi (“Las mañanitas” tienen un sinfín de adaptaciones), que el público abrazó y se apropió. Así, los jóvenes yugoslavos formaron sus propios mariachis dando a luz al Yu-Mex. Inicialmente cantaban en español sin entender una sola palabra del idioma, pero luego empezaron a tomar los arreglos existentes para cantar sus propias canciones, sobre todo en serbio. Estos mariachis, como en todo sincretismo, además de adaptar las letras a su propia realidad musical, también introdujeron elementos que en México son ajenos a mariachi, como las percusiones o el saxofón, o haciendo música de mariachi pero con ritmos de la región, pero siempre usando su traje de charro o vestidos de china poblana. Un caso curioso del fenómeno Yu-Mex fue Slavko Perovic, uno de los artistas más exitosos del género, quien vendió un millón de copias de sus discos cuando Yugoslavia apenas tenía 16 millones de habitantes. “Los mexicanos y los serbios son muy similares. Como nosotros, son temperamentales. Cuando ríen, ríen de verdad. Cuando lloran, realmente lloran”, declaró en alguna entrevista para la BBC. Además de Perovic y otro de los cantantes más importantes del género, Ljubomir Milic, en esa época aparecieron tríos y bandas con nombres en serbio y en español, como El Combo y el Trio Paloma. Pero a pesar de la popularidad, el Yu-Mex no resistió a los embates del rock y la música pop que inundaron el mundo en la década de 1970, hoy quedan los registros y la anécdota de cuando la música mexicana enamoró a un país del bloque comunista. Es cuánto.