A Fer. Sólo sé tú misma. Jorge A. Amaral Desde hace tiempo hay una cuestión que he leído en distintos lados: cómo determina la música lo que pensamos, lo que sentimos, nuestra forma de ver la vida, lo que somos. Y es que la música siempre ha sido una parte fundamental de mi vida, es una vocación frustrada y hoy escuchar música es una de mis necesidades básicas: en el carro, en casa, en el trabajo, mientras escribo esto… siempre está ahí. Por eso, al no haber podido desarrollarme en ese ámbito, decidí escribir sobre la música que me mueve. Exploremos el tema. De entrada, considero que un género musical no determina nuestra personalidad, sino que permite ver una mínima parte de ella, pero hay diversos estudios sobre el efecto de la música en las personas. Por ejemplo, la Universidad de Cambridge auspició un estudio para intentar saber qué dicen sobre nosotros nuestros gustos musicales. Según la investigación, y hasta parece cliché, hay dos tipos de personas: los empáticos y los metódicos. Los primeros son sensibles, con facilidad para comunicarse con los demás y tienden a ser más solidarios. Los metódicos, por su lado, son más mesurados y pragmáticos. A decir de ese estudio, si usted escucha Rhythm and Blues, folk y rock suave, es empático, puesto que se identifica con géneros melódicos y más tranquilos, y puede que le gusten Norah Jones, Queen o Billie Holiday. Por otro lado, si lo suyo es más el hard rock, el punk, el heavy metal o el acid jazz, y se siente más inclinado a escuchar, por ejemplo, a Metallica o Sex Pistols, resulta que su personalidad es más metódica, pragmática e individualista. La falla en este estudio es que no aborda géneros como la música urbana, como el rap, el reguetón o el trap, ni géneros latinos, como la salsa o la rumba. Quizá porque esos géneros no llegan a Cambridge. A saber. Pero otro problema en ese estudio es esa frase que me gusta mucho: hay dos tipos de personas: los que no les importa y los que creen que hay dos tipos de personas. Porque puede ser que a alguien le guste Metallica, pero también Queen, que escuche a Billie Holiday lo mismo que a Charlie Parker o Saint Germain. La mente humana es tan compleja que no es posible encasillarla en un molde, porque siempre estarán presentes la historia de vida, las emociones, los factores sociales y culturales y hasta económicos para influir sobre lo que una persona piensa y su forma de ver y vivir el mundo. Pero ha habido quienes sí se atreven; por ejemplo, hace años, en el portal Pijamasurf.com, apareció un artículo al respecto y las críticas que generó no fueron nada buenas. En el artículo titulado pomposamente como “¿Qué dice la música que escuchas sobre tu personalidad?, firmado por Jimena O., se da por sentado que el género musical que escuchamos dice mucho de nosotros. El artículo cita un estudio realizado por Samuel Gosling y Peter Rentfrow, de la Universidad de Texas, quienes creen que lograron agrupar todo el universo musical en sólo cuatro categorías, y por ello consideran que quienes se enmarcan en alguna de ellas tiene rasgos más o menos definidos que hacen posible encasillarlo. En el primer grupo, según los investigadores, están los amantes del jazz, la música clásica, el blues y el folk. Ellos, en tanto que amantes de la música “compleja”, siempre están abiertos a nuevas experiencias, tienen destacadas habilidades verbales y gozan de una envidiable estabilidad emocional, además de que son más tolerantes y liberales. El jazz es vertiginoso, a veces agresivo, a veces dulce, otras veces es sumamente juguetón; la música clásica es una explosión de sonidos, la constante búsqueda de llevarlo al siguiente nivel desde distintos ángulos; el blues es pasión, herida que arde, fuego que quema, emoción a flor de piel; el folk siempre busca decir las cosas de manera franca pero poética; sencilla, mas no simple. ¿Realmente hay estabilidad emocional en géneros tan explosivos, cada uno a su manera? En el segundo grupo están los amantes de la música country, los soundtracks, el pop y la música religiosa. A decir de los investigadores texanos, esta gente es más conservadora en lo político, “siguen al rebaño” y son convencionales. A su favor se puede decir que son extrovertidos, sujetos agradables y concienzudos, pero se sienten tan guapos como las estrellas a las que siguen, son inestables emocionalmente y son más brutos hasta para hablar. Esta categoría es bien chistosa porque se relaciona a los amantes del country con el conservadurismo, en un estudio realizado en Estados Unidos, donde el country y el bluegrass están más presentes en estados tradicionalmente republicanos, donde floreció el Ku Klux Klan. Vaya, el estereotipo de Dixie. Por ese conservadurismo es que también les gusta la música religiosa. Lo que de plano no entendí es eso del gusto por los soundtracks, porque hay películas donde predomina la música clásica, o en otros el rock, unos más están basados en blues. Vaya, el soundtrack dependerá de la película y esa categorización es tan vaga como decir que en algún momento, entre las 7 de la mañana y las 7 de la noche, la gallina pondrá un huevo. Ergo, es una reverenda jalada de pelos. En el tercer grupo figuran los amantes del rock, la música alternativa y el heavy metal; o sea, los que disfrutan de la música “intensa y rebelde”. Estas personas son más impulsivas, duras y tienen un deseo de dominar a los débiles. Son extrovertidos, atléticos y se sienten muy inteligentes (aunque no siempre lo sean). Bueno, en favor de los investigadores, sí he de admitir que entre rockeros hay ese dicho de que “el rock es cultura”, y por eso menosprecian a otros géneros, como los de la música regional o los sonidos llamados “urbanos”, entiéndase reguetón y trap. Además, los metaleros suelen creer que sólo el metal es música digna de ser escuchada. Sí, son muy petulantes, son los que siempre comentan en videos musicales “esto sí es música, no como la basura que se escucha ahora de banda y reguetón”. A la descripción yo agregaría que son cerrados y discriminativos, y viven en una burbuja de cuero y playeras negras. El cuarto grupo es en el que los investigadores texanos encasillan a los amantes del rap, el soul, el funk y la música electrónica. Estas personas son extrovertidas, liberales, atléticas y atractivas, además de que no se preocupan por los errores o defectos de los demás. Aunque, aclaran, los fans del rap no son así, esos sí son bien fijaditos (bueno, esa es la base de las batallas). Ahora, supongamos que a mí me gusta el jazz, el blues, el country, el rock, el rap, el soul y el funk, entre otros tantos géneros que suelo escuchar. Eso quiere decir que soy una especie de súper hombre, porque tengo características de todos los grupos, aunque no diré cuáles para no caer en la petulancia. ¿Verdad que suena ridículo? Entiendo que los científicos estén movidos por la curiosidad que les es inherente, y que la aprovechen para vivir a expensas de las universidades e institutos, pero pretender encasillar a alguien en un grupo por la música que escucha es, además de inútil, hasta discriminatorio. Volviendo a la pregunta inicial, sobre cómo determina la música lo que somos, no creo que sea un factor determinante, sino una ventana a través de la cual podemos asomarnos a la personalidad y sentimientos de una persona, pero siempre habrá el riesgo de que esa ventana sea muy pequeña o tenga un cristal engañoso, puesto que alguien puede escuchar rap durante toda su vida sin jamás haber pertenecido a una pandilla, lo mismo que un sujeto puede ir en su carro escuchando narcocorridos a todo volumen sin ser narco, incluso sin siquiera identificarse con las letras, a lo mejor sólo le gusta el sonido de los instrumentos y cómo se construyen los arreglos (¿ha escuchado a los bajistas de los llamados “corridos tumbados”? Póngales atención). Me gusta el reggae y no fumo marihuana, me gusta el ska británico y no soy skinhead, siento una profunda fascinación con el balkan brass y no soy gitano, y un extenso etcétera. Determinar a alguien por la música que escucha es menospreciarlo, porque una persona es más compleja que uno de sus gustos y una generación no es mejor por haber escuchado a Pink Floyd que la que escucha a Bad Bunny. Fíjese que el otro día, en redes causó muchas críticas el que una cantante de reguetón hubiera vendido todas las localidades para un concierto en la misma ciudad en la que Paul McCartney no logró vender ni la mitad. Incluso un periodista musical se lamentaba de que eso hablaba mucho de la sociedad en que vivimos. ¿Es malo que el público mayoritario, que es el juvenil, haya decidido ir a bailar con una cantante de su edad que ir a estirar el cuello al concierto del exbeatle? Jugando con lo dicho alguna vez por Lennon, podemos decir que al concierto de reguetón van los de los boletos más baratos, los que aplauden, y con el exbeatle están los que agitan sus joyas. Lo que mucha gente no entiende, entre ellos los amantes del rock clásico, es que estamos en 2021, ya no son los 60 o los 70. Los Beatles serán muy los Beatles, pero al público joven ya no le interesan porque sus canciones ya no les dicen nada, ya no los mueven, ya no los incitan a bailar, a gritar, a corear. El público joven de ahora, como lo hizo el de hace 50 años, busca a los artistas de su generación, por vacío que sea su contenido a oídos de algunos. Es chistoso que los viejos de hoy (de edad y oído) traten a los veinteañeros y adolescentes como a ellos los trataron sus padres. Es curioso que los jóvenes rebeldes del ayer se hayan convertido en la momiza a la que en su momento se enfrentaron. Si usted tiene hijos adolescentes, siga mi consejo porque esto lo he aprendido a la brava: su época ya fue, sus grupos ya son viejos como usted. Así como usted la tuvo, los chicos tienen su propia música, sus gustos, su edad. No trate de imponerles nada porque se topará con la pared de la indiferencia. O tú, amigo cuarentón, ¿dejaste de escuchar a Café Tacuba o a Control Machete sólo porque tu papá quería que te gustara Julio Iglesias? Si lo hiciste, le fallaste a nuestra generación. Es cuánto.