Jorge A. Amaral A pesar de la vida que mi familia y yo hemos construido en Morelia, siempre he sido pueblerino, no me apena de decirlo y, es más, lo digo con orgullo. Quizá por eso es que las grandes ciudades nunca me han entusiasmado. A lo mejor por ese motivo me gusta vivir en la periferia de Morelia, probablemente de ahí venga mi afinidad al entablar plática con personas mayores. Por diligencias de índole personal, esta mañana fui al municipio de Cuitzeo. Mientras manejaba por las calles principales, entre el sonido de las llantas en el empedrado y el olor a pollo rostizado, no puedo negar que me dio cierta nostalgia, y es que Cuitzeo es para mí la primera y la tercera cuna, el lugar donde está enterrada la mitad de mi ombligo como raíz geográfica, porque la otra parte la cargo conmigo para no olvidar la raíz espiritual. No le daré detalles innecesarios de mi vida, sólo le diré que en ese pueblo di mis primeros pasos, ahí pronuncié mis primeras palabras, ahí hubo personas que fueron como una familia que mi madre escogió para mí. Cuitzeo amamantó mi espíritu con caldo de chegua y de charal, mi alma se nutrió con carpa y mojarra en una casa de pescadores a donde la joven que me cuidaba me llevaba siendo un bebé; dormí la siesta sobre petates de tule, sentí la brisa del Lago de Cuitzeo y su agua salada y charandosa. La primera cuna. Luego crecí en otro pueblo cercano, la segunda cuna, aún más pequeño e inocente pero que hoy me cuesta trabajo reconocer. Y sin embargo, ocasionalmente, parado a la orilla del lago o en algún cerro, a lo lejos divisaba Cuitzeo y pensaba en las personas que le daban significado. Al cabo de los años regresé a cursar el bachillerato y conocí más ese pueblo, ya como tercera cuna. Forjé amistades con gente a la que a la fecha le guardo gran aprecio por esas correrías de adolescente. Hoy de ese pueblo sólo quedan las calles. La familia extendida ya no está y de los amigos no sé gran cosa. Creció, algunos de mis lugares favoritos ya no existen, el mezquite en el extremo más alejado de Colegio de Bachilleres hoy es una barda, las peñas fueron borradas por una autopista que le dio en toda la torre a un ecosistema. Esas calles por donde alguna vez caminé a medio día o en la madrugada con los amigos, hoy son apisonadas por criminales que meten a los vecinos temprano a sus casas. El lugar donde solía esperar el camión en los años de estudiante hoy es un tiradero de cadáveres (cinco jóvenes de Capacho y uno de Copándaro la última vez). El rancho donde de niño fui paseado a bordo de una canoa, donde de adolescente aprendí a degustar el pulque y que me desesperaba por su costumbre de empezar los jaripeos a las seis de la tarde, hoy es una madriguera de criminales. Hace ya varios años la delincuencia organizada aprendió el oficio de perforar ductos de Pemex para extraer combustible y venderlo a menor precio. Eso dio origen a una generación de delincuentes destinados a ser carne de cañón, y sabemos que esas personas siempre son proclives a disputarse los territorios y la supremacía en ellos para monopolizar el manantial de dinero sucio en que los ductos se han convertido. Por ello es que en Cuitzeo se acabaron las serenatas con rondalla a las dos de la mañana, y además de las cantinas disfrazadas de tiendas de antaño, hoy también hay bares y restaurantes en los que en cualquier momento puede desatarse una balacera. A tal grado ha permeado la violencia en Cuitzeo, que, por ejemplo, un conocido me comentaba no hace mucho que cuando va a ver a sus familiares procura regresar antes de las siete de la tarde, porque ya en la noche no es conveniente transitar por el pueblo, y si de plano el sol se va antes que él, mejor se queda a pernoctar. Y es que hay en la zona carreteras por las que a ciertas horas no es recomendable circular, porque es cuando los criminales, celosos de su feudo, empiezan a vigilar. Hay lugares del municipio donde las canoas que los pescadores dejaban a la orilla del lago han sido sustituidas por contenedores y bidones de combustible robado, porque a pesar de los esfuerzos del gobierno y los constantes patrullajes de personal de Pemex, del Ejército y la Policía Michoacán, los criminales se las ingenian para seguir operando. Como se dio en todos los puntos del estado, hace más o menos 15 años grupos delictivos comenzaron a hacer fuerte presencia en esta región, y con ello vino el cobro de piso, las extorsiones, el narcomenudeo, los homicidios con ese sello característico de la delincuencia organizada, todo ellos facilitado por la cooperación de funcionarios de todos los niveles y la cooptación de policías municipales. Los que no quisieron mejor renunciaron y regresaron a sus casas. Hoy sabemos que la delincuencia está presente en todos lados, casi ningún poblado se salva, y no es sólo en esta región, es un tema a nivel nacional. Entonces la sociedad se reeducó y palabras como “maña”, “tirador”, “halcón”, “levantón”, “tablazos”, “ejecutado”, “ordeña” o “huachicol” se volvieron parte de nuestro vocabulario, de forma vergonzosa y humillante se instalaron como una cara más de la realidad que vivimos día a día. Hoy, en muchos pueblos, vemos jovencitos de todas las edades inmersos en el mundo de la metanfetamina, ese veneno barato con el que el narco idiotiza a la sociedad. Y no, no le dire que antes de eso se vivía como “allá en el rancho grande”, pero en los pueblos todos sabíamos quién era el marihuano y de ahí no pasaba. De hecho era más marcada la presencia del alcoholismo. Ahora, como personas de mi pueblo me han comentado, “es raro el que no es crikoso”. Y se nota al ver esos semblantes atolondrados con la piel acartonada en color y textura. Mientras manejaba por Cuitzeo esta mañana pensaba en todo eso, y lo más triste fue tener una relación casi exacta de hechos: “en ese bar mataron a dos”, “en ese deshuesadero mataron a uno”, “ese lo cerraron porque tenían carros robados”, “en esa parada de camiones ejecutaron a uno hace días”, “ahí estaban los ejecutados”, “ahí derecho se han agarrado a balazos varias veces”, “ahí abren la toma del ducto”, “ahí se les prendió una vez y los huachicoleros, con todo y quemaduras, tuvieron que irse por ese llano antes de que llegara el Ejército”. Y eso lo sabe uno sólo por ver las fotos de la nota roja y pláticas de la misma gente, porque si se tiene conocimiento de la zona, es fácil identificar los lugares. En fin, me ganó la nostalgia de cuando nuestros pueblos eran tan tranquilos que resultaban aburridos, cuando se podía caminar o circular por las calles a cualquier hora del día o la noche y no pasaba nada, la época en la que, siendo adolescente, si se tenía un problema con alguien no había el riesgo de ser asesinado, pues con unas trompadas mutuas bastaba y podía uno seguir con su vida. Pero ese tiempo se ha ido y no volverá. Lamentablemente la delincuencia organizada es la antítesis del rey Midas y todo lo que tocan lo hacen mierda; acaban con la tranquilidad de regiones enteras y el gobierno nomás no se da abasto porque la corrupción a todos los niveles ha sido algo insultante para la sociedad y humillante para quienes estamos indefensos. Si en la época en que empezaron las extorsiones y homicidios se robó la calma a los pueblos como Cuitzeo, cuando llegó la metanfetamina la juventud se empezó a idiotizar. Luego, al ordeñar los ductos de Pemex no sólo chuparon gasolina y diésel, también, cual vampiros, extrajeron con sus colmillos la tranquilidad y la seguridad de la gente, y ese daño no se revertirá pronto; de hecho, dudo que algún día se revierta. De pueblos como Cuitzeo sólo quedará la nostalgia. Nadie escuchó El 20 de abril de 1999, en la Columbine High School del condado de Jefferson, Colorado, se dio una masacre que conmocionó a todo Estados Unidos: dos jóvenes armados entraron a la escuela y mataron a 15 personas. Se llamaban Eric Harris y Dylan Klebold y nadie les prestó atención, con todo y que daban señales de lo que pretendían. El cineasta Michael Moore hizo el documental “Bowling for Columbine”. En la cinta, uno de los entrevistados es el cantante Marilyn Manson, pues se supo que los perpetradores escuchaban su música y de inmediato fue culpado. Cuestionado sobre si, de haber podido, él les hubiera dicho algo, el cantante respondió: “No diría nada, los escucharía. Eso es justamente lo que nadie hizo”. Le comento esto por el reciente ataque en la primaria de Uvalde, en Texas, en la que Salvador Ramos, un joven de 18 años, mató a 21 personas. Según personas que lo conocieron, Ramos era introvertido, tímido, tartamudeaba y ceceaba al hablar, lo que le trajo burlas. Al hacerse más introvertido, adoptó el estilo emo, y como parte de ello, cuando llegó a la escuela con los labios pintados de negro, fue atacado con insultos homofóbicos. Por otro lado, el padre ausente, la madre adicta, la vida con los abuelos, las carencias afectivas y económicas. Esto último también le abonaba burlas. Esas circunstancias lo hicieron aislarse en videojuegos, internet y en sí mismo. Llegó el momento en que se vestía totalmente de negro y se hacía cortes en la cara. Carajo, un adolescente que se hace daño a sí mismo, que está siempre ausente, retraído, que evade a los demás, ¿no es señal de alerta? Sin justificar ni tantito sus acciones, porque no todo el que tiene armas mata gente ni todo el que está en un cuadro depresivo comete masacres, lo dicho por Marilyn Manson en torno a Columbine aplica también a Salvador Ramos: el joven debió ser escuchado, y fue justamente lo que nadie hizo. Esto es una advertencia para todos los que tenemos hijos: hay que escuchar, estar atentos y, de ser necesario, buscar ayuda. Es cuánto.