Jorge A. Amaral Aunque conmocione a la opinión pública, lo sucedido durante la madrugada del 18 de octubre a las afueras de un bar de la avenida Enrique Ramírez, en Morelia, cala, pero en realidad no sorprende. La ciudad de Morelia desde hace mucho dejó de ser un lugar tranquilo y ha sido un proceso gradual, que pareciera imperceptible, pero si lo revisamos, es demasiado claro. La ciudad ha venido sufriendo una serie de mutaciones desde hace muchos años, las cuales le han cambiado el paisaje y acrecientan ciertos contrastes. Recordemos que los cárteles comenzaron una agresiva expansión durante los sexenios de Vicente Fox y Felipe Calderón, y como dejaron de ser necesarios para el gobierno de Estados Unidos, como lo habían sido en la década de los 80, las fronteras se fueron cerrando al tráfico de drogas, entre otros factores. Entonces, con luchas encarnizadas por el territorio, la urgencia de recursos aumentó, y por ello comenzó a darse el fenómeno de las extorsiones. Pero claro, en un ranchito de Tierra Caliente, aunque también extorsionan, es menos redituable, por ello hay que ir a donde está el dinero, a donde hay más a quiénes quitarles la cuota, y fueron extendiéndose operativa y geográficamente. No quiere decir que antes de eso no hubiera narcos en Morelia, siempre los ha habido, pero cuando el gobierno de Lázaro Cárdenas Batel abrió la puerta a Los Zetas comenzó la debacle michoacana. Otro punto importante es que, con la guerra contra el narco de Calderón, los cárteles encarnizaron sus luchas, se perdieron los códigos de los capos de la vieja escuela y la barbarie se volvió carta de presentación y método disuasivo y persuasivo tanto a autoridades como a los rivales, pero sobre todo, modo de coacción a la sociedad civil, esa que siempre ha estado en medio. El 6 de septiembre de 2006, en un congal de mala muerte llamado Sol y Sombra, en Uruapan, 5 cabezas arrojadas al centro de la pista de baile marcaron el inicio de la barbarie en Michoacán, y de ahí comenzó una espiral a la que no le hemos visto el fin, y dudo que lo veamos algún día. Pero en Morelia la gente decía “qué feo se ha puesto Uruapan, es que allá siempre ha sido tierra de narcos”. No contaban con que el 15 de septiembre de 2008 el salvajismo llegaría a la capital del estado, con los ya recordados Granadazos. Más tarde, en 2013, con el alzamiento de los autodefensas, junto con las familias desplazadas, se dio lo que en su momento las autoridades calificaron como “efecto cucaracha”, que consistía en que junto a los inocentes llegaran también criminales buscando esconderse de aquellos con quienes tenían pendientes en sus lugares de origen. De pronto en lugares como Villas del Pedregal el acento de Tierra Caliente y de Guerrero se volvieron tan comunes como las fiestas hasta la madrugada con narcocorridos a todo volumen, con disparos al aire en casas donde había estacionadas camionetas que valían más que la vivienda. La situación llegó al punto en que Los Caballeros Templarios tenían oficina en Casa de Gobierno, con “canales indirectos pero sólidos”, como presumió el cártel haciendo alusión a los tratos que el hijo del entonces gobernador tenía con La Tuta, además de la relación de servidumbre de funcionarios estatales ante los delincuentes. Todo ello abonó a la proliferación de la narcocultura, que llevó a muchos niños y jóvenes a idealizar la vida narca, con su estética y discurso, y por eso en el video del lunes vemos jóvenes de no más de 25 disparando contra otros jóvenes congregados afuera de Cantina La 25, y como parte de esa narcocultura es que en Morelia vivía un sujeto cuyo enriquecimiento fue tan súbito que nadie creyó que fuera a raíz del yogur, y las autoridades no han dicho nada sobre él, porque si dicen que sabían de las actividades del originario de Maravatío, no quedarían muy bien parados porque se verían omisos, y si dicen que no sabían del presunto lavado de dinero, se verían incompetentes. Bueno, el punto es que Morelia se llenó de buchones. Algunos son “wanna be”, de esos que ni al caso pero que ya cerveceados escuchan un corrido y ponen cara de estar a punto de ejecutar a alguien. También están los que ya están en la nómina de los grupos delictivos y por eso pueden darse ciertos gustos. Esos son los que de repente andan disparando al aire ya cuando andan enfiestados, porque saben que están dentro del engranaje de la maquinaria siniestra del crimen organizado, aunque no reconozcan que son la carne de cañón. Ante la popularidad de cierta estética, no faltan los empresarios inteligentes que ven una oportunidad. De hecho, ya desde 2011 el portal Entrepeneur recomendaba emprender negocios de la línea de Cantina La 25. En un artículo titulado “Abre una cantina”, escrito por Karla Ponce, se recomienda este tipo de concepto por el “carácter festivo” de los mexicanos. Por eso es que en Morelia y otras ciudades han tenido tanto éxito conceptos como Pecatto, La Cantinita, Cantina La 25 y otros tantos que hay por ahí. Claro que ninguno de estos establecimientos ha estado exento de la polémica, desde peleas hasta agresiones armadas tanto en el interior como a las afueras. Sin ánimo de generalizar, pero los negocios de esta vertiente se han ganado una reputación por alojar a clientes con cierto perfil, los cuales se confunden entre estudiantes, profesionistas y empresarios que acuden a divertirse. Ahora, no quiero decir que sea culpa de los empresarios dueños de esos establecimientos, pero sé que, si pongo una paletería, acudirá gente deseosa de comprar paletas. Ahora bien, al vivir en una zona donde confluyen grupos criminales, no es de extrañar que se den afrentas, choques, venganzas, ajustes de cuentas, y por eso suceden cosas como la del lunes pasado, porque, siendo francos, si una persona es capaz de torturar y hasta desmembrar a otro ser humano, ¿se va a tentar el corazón para dispararle a sangre fría a un desconocido? Además, si los cárteles han operado con total libertad en Michoacán desde hace tantos años y sexenio tras sexenio la impunidad y la corrupción son las mismas, no es difícil planear ni ejecutar un crimen de esa naturaleza, porque los delincuentes saben que la Policía Municipal está atada de manos para perseguirlos, además de que no está al servicio de la gente que anda tomando en la noche, como Alfonso Martínez ha dicho. También son conscientes de que el gobierno del estado no va a proceder, a menos que la presión mediática sea fuerte, y que las instancias federales son un cuchillo sin filo. Los criminales se saben impunes, por eso pueden robar vehículos y a bordo de ellos cometer sus fechorías para luego abandonarlos y retirarse tranquilamente a seguir delinquiendo. Si en México las autoridades fueran eficientes, desde el robo del vehículo se encenderían las alertas y los delincuentes difícilmente alcanzarían a consumar sus crímenes. Por otro lado, estoy casi seguro de que este caso quedará, como otros tantos, en la impunidad, y si por conveniencia de alguien en el poder se llegara a detener a uno o más de los autores materiales del homicidio de 6 personas, de ahí no pasará. Se dirá que fue una venganza y ya, porque recuerde usted que en México sólo caen los autores materiales; los responsables intelectuales de este tipo de delitos muy rara vez son atrapados. Urge que en la ciudad se refuerce realmente la seguridad desde los tres ámbitos de gobierno, pero también urge que la autoridad municipal, que es a la que le compete, endurezca el control sobre el funcionamiento de bares y centros nocturnos, así tenga que pedir apoyo del gobierno estatal, pues es sabido que ha habido bares donde los inspectores son agredidos y amenazados por personal y dueños de los establecimientos. Al principio comentaba que no sorprendía lo sucedido en Cantina La 25, y no es por el estigma que este y otros negocios tienen en la ciudad, quizá infundado, sino porque la ola delictiva se ha vuelto ya incontenible y los niveles de impunidad hacen que crezca más. Más vale que el gobernador Alfredo Ramírez Bedolla no pretenda replicar el modelo federal de los “abrazos y no balazos”, porque Michoacán, como otros estados del país, ya no soporta. Está bien la prevención mediante programas de enfoque social, pero eso no basta en el estado, porque a lo mejor con una beca se puede disuadir a un adolescente, pero a alguien que ya está metido en actividades delictivas ni con todas las becas del esquema gubernamental lo van a sacar de ahí, pues alguien que ya trabaja para un grupo delictivo sabe que no hay marcha atrás: de un cártel sólo se sale con los pies por delante. Entonces, si realmente quiere pacificar al estado, el gobernador deberá tener estrategia para disuadir a quienes se sientan tentados a delinquir, pero mano dura para quienes ya cometen crímenes. Alfredo Ramírez debe ser consciente (y seguramente lo es) de que esto no es al mundo feliz del presidente, esto es Michoacán y aquí se mata gente, lo mismo en un ajuste de cuentas que para quitarle un celular. De verdad, Michoacán ya no soportaría otros seis años de ineptitud, suficiente daño hicieron con eso sus antecesores y Ramírez Bedolla lo sabe porque aquí vive. Ni el gobernador es de Marte ni los delincuentes son de Venus. Es cuánto.