UNA IMAGEN Y MIL PALABRAS | Cristo Crucificado

De manera íntima y espiritual, Sor Juana Inés de la Cruz se aproxima a una reflexión sobre la crucifixión, en el soneto compuesto en 1669, «A Cristo Sacramentado, día de comunión»

De manera íntima y espiritual, Sor Juana Inés de la Cruz se aproxima a una reflexión sobre la crucifixión, en el soneto compuesto en 1669, "A Cristo Sacramentado, día de comunión", donde la presencia de Cristo en la Eucaristía evoca su sacrificio en la cruz.

En este poema, Sor Juana medita sobre la unión mística con Cristo a través del sacramento, un acto que remite al sufrimiento y la redención del Calvario como fundamento de la fe.

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Por ejemplo, algunos de sus versos principales son: "Señor de cuanto abarca el pensamiento, / Rey de los Cielos, Hijo soberano, / que en la Hostia adorable de tu mano / te das al hombre en celestial sustento", con los cuales exalta la humildad de Cristo, que se ofrece en la Eucaristía, un eco de su entrega y pasión en la cruz. San Juan de la Cruz, en su poema “Llama de amor viva”, probablemente compuesto entre 1578 y 1584, nos sumerge en una experiencia mística de unión con lo divino a través de versos como “¡Cuán manso y amoroso / recuerdas en mi seno, / donde secretamente solo moras!”.

Dos obras maestras

En el Museo del Prado, en Madrid, se exhibe una de las obras más conmovedoras de Diego Velázquez: “Crucifixión de Cristo”, pintada alrededor de 1632. Esta pieza, realizada en óleo sobre lienzo y con unas dimensiones de 248 por 169 centímetros, sobresale tanto por su técnica magistral como por su profundo contexto devocional, que refleja la intensidad espiritual de la época.

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Entre “La Última Cena” de Leonardo da Vinci, creada entre 1495 y 1498 como una de las cumbres del Renacimiento italiano, y la “Crucifixión de Cristo” de Velázquez, transcurrieron aproximadamente 134 años. Ambas obras maestras, separadas por más de un siglo, están unidas por un mismo tema central: la figura de Cristo como símbolo de redención. Mientras Da Vinci plasma la armonía y la emoción en una escena colectiva que anticipa la Pasión, Velázquez captura el dramatismo y la soledad en un retrato sobrio, invitando a la reflexión y la contemplación.

Los evangelios, con sus relatos únicos —desde el perdón de Lucas hasta la teología de Juan—, tejen la narrativa que inspira estas creaciones. Si en el Renacimiento, la luz natural de Leonardo busca la perfección humana, en el Barroco, el claroscuro de Velázquez eleva el sacrificio a un plano místico, resonando como un llamado a la devoción. 

La "Crucifixión" de Velázquez no solo testimonia el genio del artista, sino que también representa una época de fe y transformación. En este sentido, su arte fusiona la dignidad clásica con la intensidad barroca, ofreciendo una ventana a lo divino que trasciende el tiempo. Por tanto, en cada trazo, en cada sombra, estas obras nos recuerdan que una imagen puede contener mil palabras y un solo mensaje: la eternidad del sacrificio.

Aunque no hay evidencia directa de que "La Última Cena" de Leonardo influyera específicamente en la "Crucifixión" de Velázquez, ya que ambas obras abordan momentos bíblicos distintos y tienen enfoques estilísticos diferentes. Sin embargo, Leonardo fue una figura influyente en el arte europeo. Su manejo de la composición, la perspectiva y la expresividad emocional marcó un precedente para generaciones posteriores, incluidos artistas del Barroco como Velázquez, quien, animado por Rubens, viajó a Italia en 1629-1631. Estudió a los maestros renacentistas, incluidos Leonardo, Rafael y Miguel Ángel.

"Padre, perdónalos…” 

La crucifixión de Jesús, uno de los episodios centrales del cristianismo, es narrada con matices distintos en los cuatro evangelios del Nuevo Testamento. En primer lugar, en San Mateo 27:32-56, el relato describe cómo Jesús fue conducido al Gólgota, crucificado entre dos ladrones y enfrentado a burlas, mientras que una oscuridad cubría la tierra hasta su muerte. Por su parte, San Marcos, en un estilo más conciso y directo en 15:21-41, destaca la intervención de Simón de Cirene, forzado a llevar la cruz, y recoge las palabras de Jesús en sus últimos momentos, culminando en su fallecimiento.

A su vez, San Lucas aporta una perspectiva más humana en 23:26-49, incluyendo detalles únicos como la súplica de Jesús: "Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen", y su diálogo con uno de los ladrones, a quien promete el paraíso. Finalmente, San Juan 19:16-37 ofrece una visión teológica, enfatizando la inscripción en la cruz ("Jesús de Nazaret, Rey de los Judíos"), la presencia de María al pie de la cruz y el cumplimiento de profecías, como el reparto de las vestiduras de Jesús y el lanzazo que confirmó su muerte. Cada evangelio, con su voz particular, enriquece este acontecimiento trascendental. 

Mística en el Barroco 

La "Crucifixión de Cristo" de Diego Velázquez destaca por su poderosa simplicidad, ya que la figura de Cristo se encuentra aislada contra un fondo oscuro, lo que enfatiza tanto su sacrificio como su soledad. Asimismo, la sangre que gotea y la serena postura de Jesús simbolizan la redención y la aceptación divina, mientras que el uso del claroscuro resalta la dualidad entre la muerte y la resurrección. 

De este modo, la obra, que refleja el estilo característico del Barroco español y la Contrarreforma, evoca una profunda solemnidad y recogimiento. Además, la falta de elementos secundarios permite al espectador centrarse en el sufrimiento y la divinidad de Cristo, invitándolo a una meditación espiritual.

En este contexto, la reflexión de Sor Juana Inés de la Cruz sobre el "celestial sustento" de Cristo en la Eucaristía encuentra un eco sutil en la obra de Velázquez: ambos, desde la palabra y la imagen, exploran la paradoja de un sacrificio que se contiene en lo pequeño —sea el pan o el lienzo— para revelar lo infinito.

Por otra parte, en su influyente obra "Historia del arte", publicada en 1950, el reconocido historiador del arte E.H. Gombrich dedica un espacio destacado a Diego Velázquez, quien se ha consolidado como uno de los grandes maestros del Barroco. Aunque Gombrich no se detiene en esta obra específica con el mismo detalle que lo hace con otros artistas como Caravaggio, su análisis del arte religioso de Velázquez es profundo y revelador.

Un enfoque intemporal hace evidente que, en obras como “Cristo Crucificado”, donde el artista transforma un tema tradicional en una representación profundamente personal y humana, constatamos lo exento del dramatismo teatral que caracteriza a Caravaggio, la aparente simplicidad de la composición de Velázquez y la ausencia de exageración emocional reflejan un retorno a la contención que se aprecia en el Renacimiento, todo dentro del contexto del Barroco. 

Velázquez es una mezcla única de observación precisa y una calma casi mística. En "Cristo Crucificado", donde la luz, en lugar de ser dramática como en el tenebrismo de Caravaggio, actúa como un elemento unificador que eleva la figura del Salvador a un plano espiritual. De este modo, la sutileza con la que Velázquez utiliza la luz invita a los espectadores a contemplar la obra desde una perspectiva más serena y reflexiva.

En definitiva, "Cristo Crucificado" no solo se presenta como una obra maestra del Barroco, sino también como un testimonio del genio de Velázquez en su búsqueda de lo humano y lo divino. 

La Pasión 

San Juan de la Cruz, en su poema “Llama de amor viva”, trasciende los límites de lo terrenal para adentrarse en una experiencia mística donde el alma se funde con el amor divino, un fuego que, como él escribe, “¡Oh llama de amor viva / que tiernamente hieres / de mi alma en el más profundo centro!”, consume y purifica en una entrega absoluta a Dios.  De manera similar, esta intensidad espiritual resuena profundamente con el “Cristo Crucificado” de Diego Velázquez, donde la figura de Cristo, serena y solemne en su agonía, proyecta una presencia que trasluce la paradoja del amor redentor: una muerte que se convierte en fuente de vida. Tanto el poeta, con versos como “¡Oh cauterio suave! / ¡Oh regalada llaga!”, como el pintor, con su pincel sobrio y cargado de humanidad, logran sublimar el dolor y la Pasión en una dimensión trascendente, invitando a quien contempla —ya sea lector o espectador— a descubrir lo divino en la unión de la carne sufriente y el espíritu ardiente, y así tejiendo un diálogo callado entre la Cruz y la llama eterna.