Jorge Zepeda Patterson Estas semanas la escena pública en México me recuerda las imágenes de las últimas horas de la caída de Saigón: hombres y mujeres tratando de subirse desesperadamente al último barco o de agarrarse al helicóptero abarrotado que despega con dificultad. Las listas de candidatos a curules y escaños en las cámaras legislativas, presentadas los últimos días, dejaron a miles de aspirantes defenestrados por sus partidos. En la orfandad, muchos han decidido pasarse a Morena, la fuerza política surgido en torno a la figura del líder opositor Andrés Manuel López Obrador. Desde los panistas Gabriela Cuevas y Germán Martínez (senadora y ex ministro) hasta líderes de organizaciones vinculadas originalmente al PRI como Napoleón Gómez, Elba Esther Gordillo o Gerardo Sosa (sindicato de mineros y de maestros los dos primeros; jefe del grupo universitario de Hidalgo, el último), pasando por cientos de militantes y pequeñas organizaciones a lo largo del territorio, que al percibir el desplome del partido en el poder, están optando por migrar a un barco con destino más promisorio. No sólo se trata de que el candidato del partido oficial, José Antonio Meade, no ha logrado despertar pasiones. El problema es el desfonde del PRI en su conjunto. En el año 2000 el partido oficial perdió la presidencia, pero en buena medida conservó el poder. Durante los dos sexenios panistas el PRI mantuvo en un puño a la mayor parte de los gobiernos estatales, es decir nunca perdió el control territorial. Y salvo el sindicato de maestros, que apoyó a Felipe Calderón gracias a “la traición” de la maestra Elba Esther Gordillo, la estructura corporativa de base del tricolor se mantuvo incólume. Recordemos que si bien quedó en tercer lugar en las elecciones de 2000 y 2006 (con las lamentables candidaturas de Francisco Labastida y Roberto Madrazo, respectivamente), en el interior del país siempre fue primera o segunda fuerza: contra el PAN en el norte, contra el PRD en el sur. En sus años de vacas flacas el PRI logró vivir de sus ahorros políticos; nunca hubo una desbandada porque gracias a los congresos locales (y federal) y al aparato administrativo en estados y municipios, estuvo en posibilidad de ofrecer a sus cuadros una miríada de posiciones y un acceso al patrimonio público. En otras palabras, el PRI no es un partido en el que se milite por amor a las convicciones sino por apego a las bolsillos. Sin garantía de hueso no hay membresía, punto. Pero los ahorros han terminado. La administración de Enrique Peña Nieto y los absurdos excesos de sus gobernadores terminaron por dilapidar el patrimonio político acumulado. Los sondeos indican que el partido perderá todas o casi todas las posiciones en disputa en las próximas elecciones; no solo la presidencia sino también las gubernaturas que estarán en juego, por no hablar de la mayor parte de las curules y los escaños que actualmente detenta en las cámaras. El PRI vive hoy exactamente la situación inversa que experimenta Morena. El primero tiene más cuadros que posiciones para ofrecer. Le sobran políticos acostumbrados a mamar del erario, que ya no tendrán cabida en la nómina pública. La joven organización de López Obrador, en cambio, no encuentra los cuadros con experiencia necesaria para llenar las cámaras legislativas locales y federales, las miles de alcaldías en disputa o la estructura del gobierno federal y estatal. No es que el PRI haya despreciado a Napoleón Gómez Urrutia, Napito, (de hecho, con el regreso de Peña Nieto a Los Pinos, el líder minero exiliado logró ganar en tribunales los juicios que se le habían fincado). Pero está claro que el exceso de competencia dentro del tricolor nunca le habría permitido obtener una posición de privilegio en las lista de plurinominales al senado, como si le garantiza Morena. El líder obrero no va por dinero, pero sí por el fuero legal que le permita regresar a México. La lógica de Napito es en cierta manera la misma que la de un funcionario de medio pelo en ligas inferiores. Estos carecen de una profesión o nunca la han ejercido, han saltado de una posición a otra a lo largo de sexenios y medios sexenios: síndicos de un municipio, subdelegados, diputados locales, secretarios del comité local del partido, subdirectores de un departamento. Su oficio es vivir del erario. Frente a la posibilidad de que se terminé este lucrativo modus operandi buscan otra organización política que se lo garantice. Y en este momento esa organización podría ser Morena (como habría sido el PAN hace dos sexenios si el PRI se hubiera desfondado, cosa que en aquél entonces no sucedió). Cuántos y en qué condiciones los recibirá la Morena que todos quieren es tema aparte. Pero eso amerita otra columna. @jorgezepedap www.jorgezepeda.net