Jorge Zepeda Patterson Observo un país poblado por habitantes que tienen el “se los dije” en la punta de la lengua. Anti lopezobradoristas con el ojo de águila y cuello y orejas de zarigüeya para captar en el ambiente la más tenue vibración que pueda alimentar la cruzada en contra del “populista tabasqueño”. No importa qué diga o qué haga, lo que importa es que produzca una palabra reprobable, una imagen deslucida, una opinión descontextualizada que pueda ser denunciada como inconsistente con otra opinión descontextualizada de unas semanas antes. Pruebas definitivas que dejan al descubierto de una vez por todas y hasta el juicio de los tiempos la incapacidad intelectual y moral del nuevo presidente electo. Para el selosdije no hay desperdicio. Un “coranzoncitos” lanzado al aire que rodea a las reporteras convierten al personaje en homónimo de Harvey Weinstein y lo hacen merecedor del castigo eterno en los tribunales del #Metoo: “se los dije, ese es un conservador misógino de rancho”. Una expresión sobre el estado calamitoso de los dineros públicos (estamos en la bancarrota) convertido en término contable y econométrico rápidamente ridiculizado por sesudos especialistas al haber sido utilizado irresponsablemente: “se los dije, a ese no le salen las cuentas”. La boda frívola y dispendiosa de un colaborador se le cuelga al presidente como si él mismo hubiera sido el weddingplanner y la langosta y los vinos servidos fueran un anticipo de la transformación de Palacio Nacional en Buckingham. “Se los dije, es millonario pero tiene la fortuna escondida”. Desde luego que es válido ser un militante antilopezobradorista verbal y en redes sociales. Hay muchos a quienes no les gusta el personaje o sus postulados. No votaron por él y están en todo su derecho de preferir otra opción política. Ni siquiera se puede decir que sean ciudadanos decepcionados o desilusionados, porque en realidad la mayoría de ellos nunca se ilusionaron. Más aún, conozco a muchos críticos de Andrés Manuel que me merecen respeto, que son inteligentes y bien intencionados. A los que me cuesta trabajo entender son aquellos que nutren su desconfianza y sus descalificaciones por motivos clasistas, por desprecio al México mayoritario del que se han servido y al que consideran apenas un insumo, una escenografía inevitable de la vida que llevan. Está bien que los millones que circulan en el Metro, feos y mal vestidos, se superen e incluso que mejoren su salario mínimo; pero de eso a ponerse a gobernar hay un salto absurdo e inadmisible en un país que pretende convertirse en potencia mundial. Tengo problemas con esos a los que les da urticaria porque el presidente electo no habla inglés, apenas ha viajado al extranjero y habla y se viste como su chofer. No se hacen a la idea de que el mandatario del país no sea uno como ellos, que no sepa lo que significa en finanzas el término bancarrota, que nunca se haya parado a esquiar en Vail o carezca de una American Express. Estoy de acuerdo en que López Obrador es dado a las expresiones coloquiales ligeras y que le está tomando tiempo la compleja conversión de candidato a presidente. La opulenta boda de su colaborador fue inoportuna por donde se le vea. Pero todos esos yerros e inconsistencias deber asumirse en una mirada que también incluya el hecho de que es el primer político que en cuatro años recibe a los padres de los desaparecidos de Ayotzinapa con una abrazo verdaderamente humano y solidario; el único que ha hablado de tomar un camino distinto a la estrategia de inseguridad que ha destrozado al país; el primero que está dispuesto hacer algo en contra de la corrupción y el dispendio que han saqueado la vida pública en México. Antes de asestarle el plañidero selosdije a un hombre que todavía no ha tomado posesión tendríamos que conceder el beneficio de la duda frente a los retos que se ha planteado. Muchos podrán no estar de acuerdo con el método o las propuestas, pero pocos negarán que en muchos sentidos no podíamos seguir por donde íbamos. El fracaso de sus propuestas para sacar a México del atolladero nos perjudicaría a todos. El “se los dije” puede ser muy liberador pero carece de sentido si con ello ayudamos a que la barca en la que viajamos se vaya a pique. ¿No creen? @jorgezepedap www.jorgezepeda.net