Rafael Alfaro Izarraraz La familia tal y como la conocemos ahora, la forma en que se constituye, es algo relativamente reciente. Lo mismo ocurre con la manera en que quienes desean constituir una familia anuncian a los vecinos, a su clase o a la sociedad en general, que han tomado tal decisión. A esas formas, la sociedad industrial les dio consistencia y algunas las hizo visibles. Las razones por las que hombres y mujeres deciden conformar un hogar, es algo que tiene su origen allá en las etapas tempranas de la civilización. Los motivos no han cambiado casi en nada, solamente las formas y la incorporación de nuevos elementos, los cuales casi no han movido en nada los resortes que constituyen su principal motivo. Hombres y mujeres adoptan una estrategia acerca de con quien casarse, no es algo que ocurre al azar por más que los razonamientos lo expongan en un sentido que lo contradice. Inclusive, en las condiciones más circunstanciales, existen motivos de fondo que explican en última instancia ciertos factores que activan todo el sentido de la unión matrimonial. Se ha creído, en la actualidad y esa es la idea que domina las creencias comunes, es que la gente se casa para reproducirse biológicamente o, bien, para establecer una relación sexual sin, en general, trabajas morales o jurídicas. Es verdad que estos factores son muy importantes, sin excluir la comunión eclesiástica, pero existen otras explicaciones. Cuando alguien elige al hombre o la mujer con la que habrá de contraer nupcias, dice Bourdieu, cada uno de los actores definen, o la familia lo hace por él o por ellas, una estrategia personal dirigida a, dicho llanamente, a sobrevivir y mantener la riqueza personal o familiar. La “dote” familiar o personal es fundamental. De hecho, en las primeras uniones matrimoniales que históricamente han registrado los dedicados a la antropología, destacan la conformación de familias dentro de los ámbitos del núcleo familiar. En cierta medida, esto aseguraba al “clan” familiar o la “tribu” mantener la riqueza en sus propios límites. Con el tiempo la iglesia lo prohibió. Cuando llegaron los conquistadores a lo que a la postre fue la Nueva España, se sorprendieron ver a familias conformadas por un varón y varias hembras. Es una forma de constitución familiar que en cierta medida se ha repetido en otros lugares, en la antigüedad. En la lógica de las familias del pasado, aquella conformación era una mejor manera de garantizar la sobrevivencia. Se podrá argumentar que tal condición era una manera de ocultar la supremacía del poder del varón sobre la mujer, sin duda puede servir de fundamento, pero también vale la pena exponer que en aquellos tiempos las relaciones sexuales no eran tan estrechas como ahora lo impone la moral y la norma social. El casarse “por amor” también es un cuento relativamente reciente. En el medioevo occidental, lo han expuesto varios intelectuales, entre ellos, González de Alba, no existían esos pilares que ejercen influencia para la conformación de una familia. Es algo nuevo motivado en parte por la cultura musical que sirve como “médium” para mantener a los jóvenes consumiendo productos culturales a veces de muy dudosa calidad. Lo mismo ocurre con los productos “subliminales” y ahora ya directos acerca del cuerpo de la mujer, infelizmente rebajado a mercancía por la sociedad industrial. Asimismo, la moda asociada a la venta de mercancías y productos para vestir a exaltado la figura corporal, fuertemente vinculada a una represión sexual social, que se rompe solamente al pasar por el Juez y el altar. Anunciar la boda en las secciones de sociales de algún medio de comunicación es algo novedoso, aunque dar a conocer la unión conyugan es bastante antigua. Es un evento que rebasa la lógica del matrimonio y se ubica en la parte más profunda de nuestro inconsciente: es un acto de poder al interior de la sociedad y de las capas que lo integran. Anunciarlo en una revista que circula a nivel nacional o en el mundo hispano es algo todavía magnifica la apuesta. También, significa, ni más ni menos, anunciar a una determinada capa de la sociedad o (clase social), que un cierto poder ha logrado fusionarse y que de él se pueden esperar consecuencias, de diversa índole. Pueden anunciar que se ha unido el poder económico con el poder económico, que el poder económico se ha unido al poder político, que el poder político y el cultural se han fusionado para ser más que los demás, como diría Nietzsche. No es algo casual ni siquiera cuando las partes deciden hacerlo en la más absoluta secrecía. Para aquellos para quienes solamente les alcanza para una modesta fiestecita, se les anuncia que, en las relaciones sociales, particularmente, en la manera en que las personas se “embodan”, también existen diferencias. Que no es lo mismo que se case Juan Pérez, a que lo haga alguien que acumula poder. Culturalmente, diría Bourdieu, en las formas de consumo de las bodas, también se le dice a los que ocupan la parte baja de la escala social, que lo burdo en el consumo identifica perfectamente a ciertos sectores de la sociedad. Que las diferencias existen y se hacen visibles, como poder, hasta en las bodas. Ese poder, ya entronizado, ¿se puede atemperar?