Jaime Darío Oseguera Méndez Llegaron para quedarse. Son parte de la imagen cotidiana. Se usan para vender, agredir, promover, promocionar, engañar; en fin, son el reflejo claro de nuestra cultura picaresca. Los “memes” son el componente más acabado de la ironización que se hace de las cosas que suceden en nuestra vida diaria; inundan hoy las redes sociales y se han convertido en un instrumento de información de muy buena parte de los ciudadanos. Para muchos tal vez el único medio informativo, con el riesgo de que este exceso de (des) información sobre lo que nos está pasando, solo contribuya en aumentar la ignorancia y disminuya la reflexión de fondo respecto de nuestros problemas. Le referencia inmediata es el desabasto de gasolina o el combate al huachicoleo, que por cierto ya se ha convertido en una palabra obligada de nuestro lenguaje. Con este motivo, se han creado una cantidad impresionante de “memes”, figuras, imágenes, textos breves que se distribuyen en las redes donde hay un debate intenso entre dos posturas: unos por posicionar al gobierno en su lucha contra el huachicol y del otro lado quienes sacan raja de lo que está haciendo la administración federal exhibiendo los errores, insuficiencias, falta de capacidad y un sin fin de situaciones desde cómicas hasta devastadoramente preocupantes. Los memes son el albur, la chunga; son una forma de escapar a nuestra desgracia cotidiana. El problema es que a través de este tipo de instrumentos se distribuye la mayor cantidad de información que recibe el ciudadano y, por la calidad y el origen de los mismos, distorsionan la percepción que tenemos sobre las cosas. Los memes se convirtieron de muchas maneras en la fuente de las verdades. La realidad se construye en muchos ámbitos por este conducto. Ya lo dijo Giovanni Sartori en su influyente libro “Homo Videns”, que vivimos en la etapa de la Revolución multimedia. Estamos en la etapa de video-vivir, dice muy al inicio de su libro, donde su tesis de fondo es que “el video está transformando al homo sapiens, producto de la cultura escrita, en homo videns para el cual la palabra está destronada por la imagen. Todo acaba siendo visualizado pero ¿qué sucede con lo no visualizable (que es la mayor parte)?” En el fondo este tipo de productos, los derivados de las redes, están cambiando nuestra conducta informativa y por lo tanto nuestra racionalidad. Se informa poco y mal, dice Sartori. En estos casos del internet o antes la televisión, se privilegia la imagen, el ver, en lugar de la capacidad de discernir, de razonar. El individuo se introyecta la información que es simplemente una imagen, sin saber en realidad su origen, veracidad. De esta manera tenemos el problema de no saber discutir con claridad los problemas políticos. Todo son memes. Información que desinforma. El problema ya no es la falta de información, ahora es el exceso de la misma y su calidad. Es claro que en el caso del huachicol ahora tenemos muchas verdades. Cada una a conveniencia de quien proyecta el meme. Nuestra cultura política no se deriva de lo que hablamos o de lo que racionalizamos ni del diálogo por más polarizado que pudiera ser. No, nuestro debate se centra en la descalificación o acreditamiento que genera la imagen: la cultura política de los memes. Ahora es nuestro alimento. Genera hilaridad y encono al mismo tiempo. En cualquier caso es la base de nuestros debates. Incluso entre los sectores que podríamos definir como medianamente informados, la cultura política del meme es el piso a partir del cual se dialoga. Se deriva del mismo la difusión de información falsa el llamado “fake news”, que ha sido la principal arma de desprestigio en la política de nuestros días. Corre de manera tan acelerada la imagen a través de redes sociales, que es muy fácil promover el desprestigio o construir realidades falsas, virtuales. La imagen, ante la posibilidad de ser distorsionada con las tecnologías inherentes a las redes sociales y a los “gadgets” con los que se accede (computadotras, tablets, teléfomnos celulares, etc.), es el alimento de la racionalidad de la mayoría de los ciudadanos, que de esa manera nos volvemos sujetos susceptibles de la mayor manipulación. La imagen distorsionada, la información falsa, son un peligro mayor para nuestra cultura política. La propaganda siempre ha existido, pero su difusión nunca había estado tan al alcance de tantos, en tan poco tiempo y tan cambiante. Lo que dice Sartori es que la imagen sustituye al contexto de valores, creencias y contextos que constituyen la idea tradicional de la cultura. Nuestro “saber”, sigue diciendo Sartori, se alimenta de las imágenes, a veces distorsionadas, como consecuencia, aparece lo que el autor llama la “cultura de la incultura” o peor aún, la “atrofia y pobreza cultural”. ¿A quien le sirve todo esto? Sin duda a la clase política de todos los colores que dan vueltas en la cúpula, sean de un partido o de otro, sin importar en el fondo los graves daños que causa la desinformación en la colectividad. No se trata de que todo mundo sepa con precisión científica la cantidad de litros de gasolina que se consumen, se necesitan o se importan; ni si es mejor importar gasolina que producirla en el largo plazo. La desinformación, la sobre información y la cultura política del meme, la imagen por encima de la razón, lo que provocan es desconcierto, desánimo, desazón y a la larga neurosis. Tendría que haber información clara de parte del gobierno, sobre los errores que ellos mismos están cometiendo. No se sabe hasta el momento si hay detenidos o procesados en la grave corrupción de PEMEX. No se habla de la estrategia para combatir el desabasto y eso lo único que provoca son compras de pánico, de manera que la demanda se duplica y el desabasto se recrudece. Y el ciudadano no tiene mayor claridad. Lo único que le queda, es reír y llorar sumergido en la cultura política de los memes.