Leo Zuckermann Los mismos chistes. Los mismos adjetivos. Las mismas críticas a sus críticos. Los mismos soundbites. Las mismas injurias. Las mismas mentiras. Los mismos videos. Las mismas clases de historia. Las mismas ocurrencias. Me refiero a las conferencias matutinas del presidente López Obrador. Nada nuevo. El mismo personaje, más envejecido, predicando el credo de siempre. No sé cuándo se vaya a cansar la gente del mismo espectáculo. Pero, creo, ya estamos en una etapa de rendimientos decrecientes. Ya no tienen el mismo punch los mensajes presidenciales. Es cierto: se mantiene como un presidente popular. Su tasa de aprobación no es del 70% como él presume. Es 59% de acuerdo al Modelo de Poll of Polls de oraculus.mx. No está mal para un mandatario con tan pocos resultados como López Obrador. Este Presidente se ha mantenido popular porque compensa los malos productos de su gobierno con un gran carisma y genio comunicativo. AMLO es único para distraer la atención de los problemas que aquejan al país. Cada día, en la mañanera, impone la agenda pública que le conviene a él. Gobierna desde el púlpito presidencial. Ahí ordena, regaña y manda todo tipo de mensajes. Ha sido, sin duda, un estilo de gobernar muy peculiar. Pero todo tiene un límite. Si se hace una y otra vez lo mismo, aunque produzca popularidad como es el caso del modelo comunicativo de AMLO, se llega a una fase de rendimientos decrecientes. Los chistes ya no causan la gracia de antes. Los adjetivos se desgastan. Las críticas a sus críticos resultan predecibles. Los soundbites cansan. Las injurias lo hacen parecer un viejo cascarrabias. Las mentiras ya no concitan la credibilidad de antes. Los videos resultan aburridos por lo repetitivo. Las clases de historia se asemejan a las de un profesor de primaria cuyo traje huele a naftalina. Las ocurrencias no generan el impacto que en el pasado. Sí, el Presidente todavía tiene a sus fanáticos. Sí, hay quienes siguen viendo la mañanera completa o en partes. Sí, las redes sociales replican lo más destacado en breves videos. Pero sospecho que cada vez son menos los interesados. Uso, en este sentido, el concepto de rendimientos marginales decrecientes que se utiliza en la economía. Cada producción de una mañanera adicional incrementa el número de mensajes presidenciales, pero con una tasa de efectividad menor. Antes se esperaba con anticipación lo que diría López Obrador a propósito de cierto suceso o tema. ¿Con qué va a salir ahora el Presidente?, se preguntaba la gente. Hoy ya sabemos qué va a decir. AMLO se ha vuelto predecible. Que si sus adversarios conservadores. Que si son clasistas y racistas. Que si Krauze o Aguilar Camín. Que si la prensa vendida. Que si él representa al pueblo bueno y los otros a la oligarquía mala. Que si la Cuarta Transformación está teniendo un increíble éxito en cambiar a México. Que si sus grandes obras son lo mejor que le ha pasado al país. Que si por el bien de todos primero los pobres. Que si la culpa es de Felipe Calderón. Que si ya no hay corrupción (y saca un pañuelo blanco). Que si Cristo, Gandhi o Martin Luther King. Ya chale. Leía el otro día a un columnista del New York Times quien, a propósito de los resultados de las elecciones intermedias en Estados Unidos y la derrota que sufrió Donald Trump, decía que “lo aburrido está ganando”. Efectivamente, las mentiras y estridencia de Trump se han desgastado en el vecino del norte. Su estilo ya no surte el mismo efecto que antes. Los votantes están prefiriendo a candidatos aburridos, pero eficaces para resolver problemas públicos. Los populistas, tan vociferantes como ineficaces, están al parecer de salida. Creo que algo así está pasando en México. El estilo de AMLO ya está en rendimientos decrecientes. Cada vez parece más un cascarrabias necio que repite como loro las mismas cosas de siempre. Ya no presenta nada nuevo porque chango viejo no aprende maroma nueva. Y esto se verá reflejado, tarde o temprano, en sus índices de popularidad que, es cierto, no bajan, pero tampoco aumentan. Twitter: @leozuckermann