LEO ZUCKERMANN Cada vez queda más claro el papel activo que jugó el entonces presidente Donald Trump en la toma violenta del Capitolio, sede del Congreso de Estados Unidos, el seis de enero de 2021. Se trata de uno de los momentos más críticos de la historia política del vecino del norte. El día que peligró una de las democracias liberales más añejas. Y resulta que el jefe del Estado estaba detrás de este intento por subvertir el régimen político. Trump fomentó un acto de sedición tal y como lo define la Real Academia Española: “alzamiento colectivo y violento contra la autoridad, el orden público o la disciplina militar, sinllegar a la gravedad de la rebelión”. Ese día, Trump llamó a un mitin de sus fanáticos para rechazar los resultados de la elección de noviembre de 2020 que perdió. Como había dicho en varias ocasiones antes de los comicios, él no reconocería una eventual victoria de Joe Biden. En su mente, era imposible perder. Si triunfaba su adversario sería producto de un fraude electoral. Primero, en el estado de Georgia, trató de encontrar votos a favor de él donde no existían. Luego presionó para falsificar la certificación de los resultados en algunos estados. Afortunadamente fracasó gracias a la voluntad férrea de algunos funcionarios republicanos comprometidos más con la democracia que con su partido. A partir de entonces comenzó con el cuento del fraude electoral. El seis de enero, cuando el Congreso federal tendría que debatir y certificar la victoria de Biden, Trump reunió a miles de simpatizantes en Washington. Se presentó al mitin donde los ánimos se fueron caldeando. En lugar de dispersarlos después del evento, los azuzó para que se trasladaran al Capitolio a impedir la certificación de la elección. Quiso arrebatarle el volante del coche a su chofer para ir con ellos. No lo dejaron y lo trasladaron, por seguridad, a la Casa Blanca. Hoy, gracias a los testimonios en una investigación del Congreso de lo que sucedió ese día, sabemos que el presidente Trump pretendía que los manifestantes fueran con él a la Casa Blanca para, de ahí, marchar al Capitolio. Sus escoltas del Servicio Secreto se lo prohibieron por la existencia de armas entre los sediciosos. El Presidente corría peligro. Él no lo veía así. “No están aquí para lastimarme. Quiten los detectores de metales. Dejen entrar a mi gente”. Otra vez, por fortuna, servidores públicos privilegiaron los intereses del país sobre los de su jefe, el Presidente, evitando una situación potencialmente desastrosa. Durante más de tres horas, Trump se rehusó a dispersar a los manifestantes quienes, al final, marcharon al Capitolio para tomarlo de manera violenta. Muchos trumpistas iban armados ese día. Llegaron al edificio del Congreso, entraron violentamente y suspendieron las sesiones en ambas cámaras. Las escenas le dieron la vuelta al mundo. Algo nunca visto en Estados Unidos. Murieron cuatro personas. En la Casa Blanca, Trump estaba desesperado y furioso. Quería que el vicepresidente Mike Pence, en su calidad de presidente del Senado, interviniera activamente para evitar la certificación de la elección. Sin embargo, Pence se negaba a hacerlo. Por tal motivo, los sediciosos lo buscaban para hacerle daño. Trump, según testimonios de esta semana en el Congreso, estaba de acuerdo con que los manifestantes castigaran al vicepresidente. Hoy se sabe que Trump quiso ir con los sediciosos a tomar el Capitolio. Fue su abogado, Pat Cipollone, el que se lo impidió. Si vas, le dijo, te van a perseguir judicialmente por todos los crímenes imaginables. No fue. Pero sus fanáticos sí asistieron poniendo en peligro la certificación de la elección presidencial y la vida de representantes, senadores y del mismísimo vicepresidente. Lo increíble de esta historia es que Trump sigue siendo el líder indiscutible del Partido Republicano en Estados Unidos. Un individuo que desconoció los resultados de una elección sin presentar ni una sola prueba de la existencia de fraude. Que inspiró y apoyó un acto de insurrección en el que quiso participar directamente. Hoy, el sedicioso tiene buenas probabilidades de volver a competir en las elecciones presidenciales de 2024. No lo deberían dejar competir por sus deslealtad con las reglas de la democracia liberal. Twitter:@leozuckermann