Leo Zuckermann Escuchaba ayer en la radio a la alcaldesa electa de Álvaro Obregón, Lía Limón, quejarse por el golpazo en la nariz que le propinaron policías antimotines en las afueras del congreso capitalino. Se trata, desde luego, de un evento condenable por donde se vea. Nunca es bueno utilizar la violencia del Estado frente a gente desarmada que solo estaba reclamando su derecho de entrar al recinto legislativo. Lo que procede es ofrecerle una disculpa a Limón y castigar a los responsables policiacos de la riña callejera. Sin embargo, lo que más me llamó la atención de la entrevista de ayer de Lía Limón con Joaquín López-Dóriga es el reclamo de la alcaldesa porque la jefa de gobierno de la Ciudad de México, Claudia Sheinbaum, no los ha recibido desde la elección. Me refiero a los nueve alcaldes electos provenientes de los partidos de oposición. Yo entiendo que le haya dolido mucho al presidente López Obrador, a Sheinbaum y a los morenistas en general el haber perdido nueve de las 16 alcaldías en la Ciudad de México. Los derrotaron en el bastión lopezobradorista por excelencia desde principios de siglo. Pero, caray, los grandes políticos deben reconocer sus derrotas, aprender las lecciones, darle la vuelta a la página y, desde luego, trabajar con los gobernantes elegidos en las urnas aunque éstos provengan de la oposición. No es una buena señal que la posible candidata presidencial de Morena adopte una actitud de intolerancia política. Las formas democráticas exigen superar el dolor de la pérdida en las urnas y recibir con magnanimidad a los triunfadores pensando en el bien de la ciudadanía. Preocupa que Sheinbaum no lo haya hecho tres meses después de los comicios de junio. Me cuesta trabajo entenderlo. ¿Por qué la animadversión extrema? Sheinbaum es una mujer de resultados. A diferencia del gobierno federal, el de la Ciudad de México está bien estructurado con varios colaboradores responsables y eficaces. Omar García Harfuch, secretario de Seguridad Ciudadana, encargado de la policía, es uno de ellos. No es que la capital del país sea el paraíso, pero los servicios públicos funcionan razonablemente bien, me atrevería a decir que mejor que durante el gobierno pasado de Miguel Ángel Mancera. ¿Por qué entonces rehusarse a reunirse con los próximos alcaldes emanados de la oposición? A lo mejor la directriz viene directamente de Palacio Nacional. Sabemos que a López Obrador le dolió mucho la derrota electoral en la Ciudad de México y cree que hubo traidores dentro de su movimiento que la propiciaron. Además, el Presidente nunca ha sido particularmente bueno para procesar y aceptar las derrotas. Siempre ha sido duro con los opositores que le ganaron contiendas electorales. En este sentido, el no reunirse con los opositores parece más bien un guion de López Obrador que de Sheinbaum. Pero la que está quedando mal es ella. Manda un mensaje pésimo para una mujer que pretende ser la primera presidenta del país. Denota una falta de madurez política y talante democrático. Entiendo que Sheinbaum tiene que hacer todo lo que le “sugiere” López Obrador porque él será el que elija al candidato presidencial de Morena y, con su popularidad, la podría llevar a suceder al tabasqueño. Exactamente lo que hacían los políticos durante el régimen autoritario priista que se sometían a la voluntad del Presidente en turno hasta la ignominia. Pero esos tiempos ya se fueron. Hoy los ciudadanos esperan cosas diferentes de sus políticos, sobre todo en una ciudad tan plural y sofisticada como la capital. Queremos liderazgos auténticos que representen los mejores valores de la democracia liberal. Lo ocurrido ayer en las inmediaciones del Congreso local es una buena oportunidad para enmendar el camino. Ya es hora que Sheinbaum reciba a los alcaldes opositores a fin de establecer una relación de respeto y trabajo. No se trata de hacerse amiguitos. No. Al final del día, la jefa de gobierno y los alcaldes opositores son políticos que estarán compitiendo por el poder en el siguiente ciclo electoral. Lo que queremos ver es la sana y civilizada competencia de la democracia y no la franca grosería de ignorar a los contrincantes. En México usamos el adjetivo “ardido” para calificar a los perdedores que se ofenden porque no saben perder. Me temo que, con su actitud, la jefa de gobierno parece ardida. Pésima imagen para alguien que quiere ser la primera Presidenta de México. Twitter: @leozuckermann