Leopoldo González Claudia Sheinbaum tiene todas las señas de ser un cero a la izquierda, no sólo por lo que ocurrió el fin de semana pasado en Morena, sino por los datos que arroja el análisis político y por el margallate que regirá el resto de las candidaturas en las próximas semanas. La entrega de un bastón de mando es simbología y ritual entre caciques indígenas: representa el momento en el que un jefe de tribu le entrega a otro los símbolos y la magia del poder, para que se haga cargo de ser guardián de la tradición y celoso guía y protector de la comunidad indígena. Así funciona el ritual en el indigenismo milenario y en las tribus que aún respetan y reproducen el momento solemne de la entrega del mando. En ese instante el cacique viejo desaparece de la escena, pasa a ser un simple recuerdo de la memoria del poder -agrio o grato, pero recuerdo-; de ahí en adelante, el cacique viejo es envuelto por la oscuridad de la noche, para que sobre su memoria y con la luz del nuevo día reine su relevo, el investido o la investida con la toga del poder. A la luz de esta enseñanza milenaria, se me ocurren algunas cosas sobre el bastón que recibió sin recibir Claudia Sheinbaum hace algunas semanas: cabe la posibilidad, muy seria, de que haya sido un palo de escoba o el travesaño de un cortinero lo que le entregaron; debido a la costumbre del “cuatrote” de dar gato por liebre, es muy posible que lo que recibió sea la “tranca” de alguna puerta, con listones de colores para sugestionar a incautos; a veces -mal pensado que es uno- da la impresión de que la entrega fue de un palo de gallinero, ya limpio y lijado y con ciertos colguijes, para que ella en la soledad de sus circuitos mentales alimentara una ilusión tan abstracta como el aire. Los ancianos y caciques de tradiciones indígenas ancestrales tienen honra y honor, conocen la vergüenza, son fieles y leales a la tradición que salvaguardan y no hacen de un ritual una payasada, una mascarada o una impostura. En una palabra, saben lo que es el respeto y son consecuentes. La ceremonia de transmisión del poder entre indígenas es un asunto muy serio: es un pacto de honor y de sangre que no admite hipocresías, dobleces, máscaras, medias tintas ni medias fintas, para no provocar la ira o el enojo de los dioses. Quien hace de la solemnidad de tan singular momento un acto teatral o una impostura, se mete en problemas con su tribu, desata la cólera de su feligresía y además se cobija el furor iracundo y sagrado de los dioses. Ahora bien, hacer analogías con un supuesto bastón de mando, parangonándolo con un palo de escoba, la “tranca” de una puerta o un palo de gallinero, no sólo lo permite, sino que incluso lo celebra, lo aplaude y lo consagra la literatura. Pues bien, en la impostura del bastón de mando que no recibió Claudia Sheinbaum, radica el haber provocado la “cólera metafísica” de los dioses y haber desatado los nudos del libro de los negros augurios para la 4T, Morena y el presidencialismo megalómano. Querer jugar con la sabiduría y el sexto sentido de los dioses verdaderos, que todo lo ven, todo lo saben y todo lo escuchan, es un error que se está pagando muy caro: una tomadura de pelo al reino celestial y al mundo secular, y eso, eso sólo se paga cuando la corte celestial y la ciudad secular comienzan a cobrar toda clase de facturas. Los vacíos y falta de porras en el Estadio Azul, en la CD.MX, la noche en que Claudia Sheinbaum asistió tras bambalinas, pero no quiso salir a saludar a un auditorio de clientelas vacías, fue un síntoma de que no tiene el respaldo de Morena ni de los ciudadanos en la capital que gobernó. Aunque se somete o subordina en Morena a los ejércitos de escépticos que no creen en ella porque no levanta ni emociona, y aunque se pone a sus pies el presupuesto de los mexicanos y la estructura de los “vividores de la nación”, no se había visto en México a una candidata tan sola y desangelada. Como que una maldición vudú de la santería chocarrera o un maleficio de otro tipo cruzan los pantanos militantes, las estepas y el horizonte inmediato de la 4T. Algo que no se atreve a decir su nombre le ha echado “la sal” a la candidatura de Claudia Sheinbaum y la trae atribulada. O por lo menos, así parece. En realidad, el camino de la división y la diáspora en Morena inició hace semanas, cuando se maltrató y se despidió por la puerta trasera a Marcelo Ebrard, un hombre al que le han faltado las agallas de la firmeza y la autodeterminación. En Morelos se le fue a Morena la senadora Lucía Díaz, que porque no la quería la calamidad que dicen que gobierna esa entidad, y ahora Lucía Díaz es candidata del Frente Amplio por México (FAM) a la gubernatura del Estado. Pero la mazorca del morenismo se sigue desgranando por todos lados, aunque hay quienes prefieren no verla o hacer como que no hay mazorca. Omar Hamid García Harfuch, alter ego de la precandidata, parecía que iba a ser el Robocop capitalino que salvara lo que queda de la izquierda en la capital. Sin embargo, un dedo y quién sabe cuánto en especie dobló al claudismo en la capital de la República. En fin, no sería caritativo seguir el recuento de los daños en la elección interna del partido de Mario Delgado. Y ni modo. Así son. Pisapapeles Lo que ocurre en Morena explica lo que sucede en México: el mito de Brutus es la clave. leglezquinqyahoo.com