Leopoldo González Las encuestas son un instrumento para medir la sensibilidad o el ánimo de la opinión pública sobre distintos temas. Aunque son un instrumento científico, su validez no va más allá del momento y el estado de ánimo que estudian e interpretan. Y aún con todo el prestigio que traen del siglo XX, los estudios de opinión tienen tres grandes fallas o debilidades: la primera es que suelen equivocarse; la segunda es que habitualmente tienen “sesgos” metodológicos para beneficiar a tal o cual; la tercera es la más burda y anticientífica de todas: suelen usarse como instrumento de propaganda. Desde luego, las encuestas serias son las que no mandó hacer nadie, las que tienen un universo de estudio representativo de una muestra poblacional, las que por veraces no se equivocan. En este aspecto, abundan las de grandes aciertos que han validado productos y han encumbrado gobiernos. Hoy se habla, en muchos círculos y con cierta incredulidad, sobre los números y porcentajes que en diferentes encuestas favorecen a Claudia Sheinbaum. Entre estas últimas, la encuesta de REFORMA ha sido la más controversial, la más increíble, la más oscura, la más surrealista del México de hoy. El punto es que la encuesta es seria y defendible hoy, como instrumento de medición, pero el “sesgo” introducido por los encuestados es lo que la hace interesante y digna de estudio. Tres hipótesis pueden aventurarse, sobre esa y otras encuestas que reflejan una alta preferencia electoral por Claudia Sheinbaum: (1) El mexicano promedio es desconfiado y desconfía mucho más del gobierno, por lo que le es fácil dar un sí respecto a la candidata del oficialismo, únicamente para no ser “etiquetado” o “fichado” o puesto en “lista negra” por agentes del gobierno; (2) el mexicano es ladino en el buen sentido de la palabra, para protegerse y salir adelante, por lo que no es extraño que en la encuesta manifieste una preferencia electoral y a la hora de votar haga efectiva una simpatía electoral muy distinta; (3) al mexicano lo guía el miedo a la hora de contestar encuestas que impliquen definirse o fijar una posición, por lo que prefiere encubrir, camuflar o mimetizar sus opciones: oculta sus opiniones reales para no ser vulnerable. La muestra de la encuesta de REFORMA comprende 1000 entrevistados de un universo potencial de casi 100 millones de electores; por tanto, la muestra es pequeña y es indicativa pero no representativa de un estado de ánimo colectivo. En otras palabras, el porcentaje que hoy dice favorecer a Claudia Sheinbaum realmente se iría con Xóchitl Gálvez. Más acá del golpe psicológico, no sería extraño que el 58 por ciento de la muestra fuese con Xóchitl y el 34 con Claudia. En la encuesta en cuestión, hay un dato muy revelador que da soporte a las tres hipótesis que manejamos líneas arriba: el 47 por ciento de los entrevistados (casi una de cada dos personas) se negó a contestar la encuesta, a hacer pública su simpatía electoral, lo cual significa dos cosas: que el mexicano se protege al no revelar sus intenciones y que un gran número de esos electores no irán con la candidata oficial. Hay un punto que es relevante para el análisis de las candidatas y para saber de qué tamaño es el talento o la ponzoña del equipo que hay detrás de ellas: el de Xóchitl Gálvez es un talento y un carisma natural intentando mover a un país, arropada por la sociedad civil y por intelectuales y políticos que saben lo que está en juego en 2024. El caso de Claudia Sheinbaum es distinto. El equipo de Sheinbaum presenta a la candidata del poder como si fuese la mujer maravilla: más popular que su jefe, más preparada que él y con una intención de voto que (delirios aparte) raya en la desmesura. Saben que eso no es cierto y de ahí su desesperación. Según el análisis, una candidata que no va a los foros universitarios, que rehúye el contacto con industriales y el mundo empresarial, que no hace acto de presencia en convenciones bancarias ni llena estadios con gente libre, es por lo menos inexplicable que pretenda tener una intención de voto que supera su tamaño real. Una candidata insípida, sin discurso ni presencia y que no conecta con sus propias bases, puede ser un experimento político fallido, pero no un fenómeno de masas. El colmo de esa candidatura es que se proponga defender “un legado”, pero además ponerle un segundo piso a lo que muchos mexicanos ven como una desgracia nacional. Por donde quiera que se los vea, estos tiempos parecen los del retorno de la edad de piedra, o quizás algo que no es mejor: la normalización de tiempos de oscuridad en la vida pública, en el pensamiento y la cultura. Sin embargo, no todo está perdido cuando puede verse en las banquetas y en las plazas un despertar social capaz de generar esperanza. A veces la razón de ser de un movimiento cívico-político sólo radica en eso: en ser fuente de esperanza, sobre todo cuando a una coyuntura la definen los votos. Pisapapeles A un pueblo, lo mismo que a una época, sólo pueden salvarlo los mejores. leglezquin@yahoo.com