Leopoldo González El combate a la pobreza es crucial en cualquier gobierno, no sólo porque es igualador social de primer orden sino un instrumento que apalanca el desarrollo y la movilidad de los sectores vulnerables de la sociedad. Para combatir la pobreza con un método probado, el Estado y el Gobierno deberían ser facilitadores institucionales de un clima de acceso del ciudadano a lo que en democracia llamamos “igualdad de oportunidades” y en economía “derecho al desarrollo”. En principio, el mejor planteamiento metodológico para un combate transparente y exitoso a la pobreza es el gubernamental e institucional, dotado de un marco jurídico insospechable en su aplicación y de reglas de operación que garanticen equidad y justicia en el acceso de la población necesitada a estos beneficios de política social. Una política de combate a la pobreza no es asunto personal de nadie, no radica en que alguien quiera pasar a la historia como benefactor del pueblo ni depende de qué tan bueno o malo sea tal o cual gobernante: combatirla es obligación constitucional del Estado, no graciosa canonjía de persona alguna. Una política de impacto social y de combate a la pobreza es un asunto de principios, entre los cuales figuran llevar desarrollo a las zonas marginadas y acercar el pan a la mesa del pobre, sin atropellar la dignidad de los beneficiados. Es ilegal e inmoral inducir desde el gobierno apoyos para una masa clientelar a la que se va a manipular y a controlar por el estómago, con la idea de que sea ejército de reserva electoral de una pandilla de malosos en la alta burocracia. También es ilegal e inmoral una política social selectiva, que por un lado establezca el “guetho” de la gente de partido, de los “leales” e incondicionales, y por otro trate con bajeza y con la punta del pie al que no siendo de la causa también es mexicano y ocupa tanto como aquellos el auxilio del Estado. La cultura china puede ser vituperable o producir fastidio entre nosotros, pero condensa en un proverbio luminoso lo que podría ser el principio humanista esencial de toda política social justa: “Da un pescado a un hombre y comerá un día; enséñalo a pescar y comerá toda su vida”. En México, bajo el actual gobierno, la que se inocula no es una política de combate a la pobreza en la que el ciudadano haga la faena de pescar por su cuenta y viva con dignidad e independencia, sino una política clientelar que lejos de aliviar las penurias de la gente busca acumular redes y células infinitas de hambreados, que eventualmente sean estadística de la próxima consulta o contienda electoral. Esa forma de prostitución de la política social y de combate a la pobreza, condujo al sabio Cicerón a formular una frase lapidaria: “Si hacemos el bien por interés, seremos astutos, pero nunca buenos”. La maldad y astucia del régimen personalista que tenemos en México, quiere siervos asistenciales y esclavos clientelares que abulten la votación de Morena, no ciudadanos dignos que vean al otro con la frente en alto. Por eso no hay combate real a la pobreza ni se reducen las cifras de marginación en el país, porque de lo que se trata es de “capturar” al pueblo para Dios sabe qué causa, a partir de la carencia y el estómago vacío. En 2016, según INEGI, el 61 por ciento de las familias más pobres tenía el beneficio de algún programa social del gobierno. En 2021, según INEGI y CONEVAL, el porcentaje de familias beneficiadas con algún programa social del gobierno bajó al 35 por ciento. Las personas en pobreza moderada al cierre de 2020 eran 44.9 millones; las personas en pobreza extrema 10.8 millones. En 2018 el 41.9% de la población vivía en situación de pobreza; hoy es el 43% de la población el que roza la línea de la pobreza, lo que significa que, según CONEVAL, 3.8 millones de mexicanos se han sumado a las filas de la pobreza entre 2018 y 2021. ¿Cómo justificar el rollo y los eslógans de combate a la pobreza en la actual administración, cuando hay en el país más pobres que nunca? La OCDE mide 35 indicadores para determinar el grado de bienestar y de desarrollo de personas, familias y sociedades. México no pinta: mejor dicho, sí pinta, pero en indicadores negativos. En rigor, la igualdad de oportunidades, el combate a la pobreza y el derecho al desarrollo implican más empleo y más ingreso en manos de la gente; significan medicamentos y salud, derecho a una vivienda digna, educación verdadera y de calidad, alimento suficiente, posibilidades de ascenso en la escala social y mejoría en general. La economía del trapiche y el mecapal es el sueño ideal del populismo autoritario, porque no se trata de salvar a nadie de la pobreza, sino de hacer de la pobreza lo más normal y el fermento de una suerte de populismo transexenal. Pisapapeles El populismo es un método fallido para acabar con la pobreza; pero es, a cambio, un método certero para acabar con la riqueza. leglezquin@yahoo.com