La otra marcha

El Narciso al que no rodea cierto culto a la personalidad siente que ni el mundo ni los hombres lo merecen, por lo cual despliega todos los recursos de su ingenio para activar los mecanismos de la adulación, para hacerse adorar por la masa.

Leopoldo González

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El presidente convocó a una marcha de los leales el 27 de noviembre, luego de comprobar que la marcha ciudadana del 13 del mismo mes, en 56 ciudades del país y no sólo en la capital, le había sido definitivamente adversa.

El Narciso que manda en él, lo cual da pie para hablar de un enfermo de sí mismo, lo condujo al manotazo y a reaccionar de forma intempestiva e imprudente, condenando con desprecio y de manera ruin a los diferentes, que no sólo marcharon en libertad, sino que además rebasaron la capacidad de movilización de sus redes clientelares.

El Narciso al que no rodea cierto culto a la personalidad siente que ni el mundo ni los hombres lo merecen, por lo cual despliega todos los recursos de su ingenio para activar los mecanismos de la adulación, para hacerse adorar por la masa.

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Y si además del narcisismo patológico gobierna las ínfulas del Narciso un leve o agudo trastorno de impulsividad o explosividad, entonces es posible que las cosas no caminen bien en su pequeño círculo y que además terminen mal en el círculo ampliado que es la República.

En el imperioso afán de organizar demostraciones de afecto, en las que se diga que sin él la patria es sólo un páramo vacío, López Obrador, con un ego sólo comparable entre nosotros al de López de Santana, se dio a la tarea de alinear a todas las piezas y dineros del régimen al servicio del personalismo político de Su Majestad y Alteza Serenísima.

Al margen de que una marcha de ciudadanos libres no se compara con una de feligreses, sindicalizados y empleados públicos llevados con presiones y a la fuerza, una cosa es movilizarse por un país y otra hacerlo para la lisonja y adoración de un hombre.

Si ya es inmoral e ilegal que del erario público se financien las giras y recorridos en la pista del “corcholatazo”, resulta motivo de gran desaseo y bochorno que un gobierno disponga a manos llenas del dinero de todos, sólo porque hay fieles impenitentes dispuestos a sacrificar la dignidad en el Festín del Ego.

De acuerdo con cálculos del periódico Reforma, la movilización de acarreados requirió 1 787 camiones del transporte público federal y de pasajeros, además de renta de camionetas y otro tipo de vehículos, cuyos gastos de operación y traslado, incluyendo chofer, diesel, gasolinas, peajes, alimentos, paga y demás, rondaría los casi 300 millones de pesos.

La imposición de cuotas de asistencia a los gobiernos de Morena en el país, a la estructura territorial del partido, a los Servidores de la Nación y a los funcionarios de todos los niveles de gobierno, según las evidencias físicas y de audio y video que conocemos, dejan claro que sin ese nivel de acarreo la concentración en el Zócalo habría tenido el tamaño de un buen mitin municipal.

Si la precisión es prima hermana de la verdad, conviene agregar la manta y la lona, el lonche y el refresco, la playera y la bandera, el pago y el incentivo por asistente, para darnos una idea clara del derroche de recursos públicos que se hizo el domingo pasado, no en aras de fortalecer a un país sino en aras de empoderar el Ego de un hombre.

Si en tiempos del viejo PRI se hizo común definir a la gente acarreada con la expresión “ganado electoral”, hoy no parece que tengamos otra opción sino llamar al acarreado finsemanero con el mote de “ganado clientelar”, ateniéndonos a la lingüística graciosa y chispeante del castellano que se habla en nuestro país.

En un ejercicio de elemental justicia y de cordial sinceridad, conviene reconocer que no todos los contingentes que asistieron a la marcha del domingo caben en el adjetivo calificativo de “acarreado”, pues muchos aún tienen la fuerza de la convicción y otros siguen alimentando en su corazón las llamas de la ilusión y la esperanza, lo cual es perfectamente legítimo.

Lo lamentable es que el fenómeno del acarreo en México es ubicuo y transversal y sólo puede ser definido como un trueque en el que intervienen lo ladino y lo anodino: el activista pacta “acarrear” y el prospecto pacta dejarse “acarrear”, siempre a cambio de algo. Con una ironía de manufactura fina y elevada, escribió Oscar Wilde: “El dinero es tan importante que hasta sirve para comprar cosas”. No más irónico, pero sí más coyuntural y profundo, escribió Jesús Silva Herzog Márquez: “El acarreo no es un servicio de transporte: es un desplazamiento bajo presión”. 

En todo caso, lo deplorable de cualquier movimiento o partido político, es lo que afirmó Emil Michel Cioran, en el sentido de que sean el dirigente y el militante quienes distorsionen la pureza de una idea proyectando en ella “sus llamas y sus demencias”; lo deplorable, también, es que se renuncie a razonar y a la búsqueda de la verdad, para hacer del hombre público un fetiche de culto popular y de la creencia un fanatismo de equivocados.

El telón de fondo de las marchas recientes, la del 13 y la del 27 de noviembre, es que la primera defiende la institucionalidad de una República, la institucionalidad de una norma jurídica y la institucionalidad del sistema electoral, en órganos como el INE y el TEPJF, en tanto que la segunda propone arrodillar a estas instituciones a la voluntad unipersonal de un autócrata, lo cual es sencillamente inadmisible.

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Derribar diques y fronteras democráticas es el sueño “aspiracionista” de los dictadores.

leglezquin@yahoo.com