Lo que se pide es mesura, nada más

De modo frecuente en la historia, la visceralidad es una rama torcida y opaca del árbol de la racionalidad.

Leopoldo González

Con esto del Plan “B” y el asedio al INE, el presidente López Obrador quiere jugar con fuego e insiste en sobarle la melena al león.

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El presidente, pese a que cree que nada ni nadie se le puede resistir, no podrá doblar a todo un país para salirse con la suya, sobre todo si ese país ya cobró conciencia de su dignidad y sabe que a donde quiere conducirlo es a una dictadura despótica.

Con el ego inflado y tóxicos ideológicos mal aprendidos en el porrismo estudiantil de los setenta, el mandatario cree que el país todo le debe obediencia ciega y absoluta, y que está obligado a apoyar sus puntadas y desplantes sólo porque a él se le ocurre que son buenos.

En el torneo de yerros y equivocaciones que ha sido su mandato, el inquilino de Palacio cree que puede ir más lejos, no sólo tirando el dinero de los mexicanos en obras comprobadamente inútiles o atropellando la ley con el Tren Maya, sino yendo por el control total y absoluto de las elecciones en México.

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Como si no se hubiera ya equivocado lo suficiente, el presidente cree que puede seguirse equivocando a cuenta de lo ajeno y a la vista de todos, sin prever que todo acto implica consecuencias.

Hemos conocido a personajes delirantes, que fundan sus actitudes y decisiones en percepciones falsas de la realidad, en ignorancia y teorías de la conspiración. La Latinoamérica en llamas que conoce la historia estuvo y está sobrepoblada de este tipo de personajes, que en un momento determinado llegaron a creer -en sus locuras y loqueras- que eran el pueblo, la nación, la patria, el Estado, Dios. Muchos de ellos terminaron catalogados como farsantes de comedia o de tragedia, porque no escucharon a las voces sabias que a tiempo les advirtieron que iban por el camino errado.

Aquí no se trata de lucha de facciones, ni de que una facción guinda anule o aplaste a las de otro color sólo porque lo mandó el Mesías o porque es un dictado del cielo. Un verdadero demócrata no es un fundamentalista de su creencia, tampoco un cruzado del dogma ni un talibán, sino alguien dispuesto a hacer del diálogo un torneo de razones para fundar el territorio del entendimiento. Cuando a alguien le interesa la patria como casa y causa común, no hace de ella una secta ni una facción para unos cuantos.

En este aspecto, el presidente López Obrador está cruzando una frontera sumamente peligrosa: quiere el control total del país para quedarse con el poder a la mala, y el actual INE le estorba.

Haber habilitado, con argucias y ´colmillo´ y sin argumentos técnicos y jurídicos sólidos, a un Comité de Evaluación que a su vez elija a cuatro consejeros electorales, es algo que se sitúa en la ruta del democraticidio, porque acabará imponiendo consejeros electorales guindas que no sirvan al país sino al capricho presidencial.

El Plan “B” de la reforma electoral, que con todo y su carácter anticonstitucional fue aprobado por la mayoría automática del morenismo y sus conexos, en la Cámara de Diputados, sigue esa misma ruta: erigir el desierto de la uniformidad en un país democráticamente plural.

Cierto, inducir normas autoritarias aprovechando el “precio” o la indignidad de quienes se prestan a ello, puede ser combatido con juicios de inconstitucionalidad y controversias constitucionales, ahora que la Suprema Corte tiene en la ministra Norma Piña una conducción decente y correcta, de la que pueden esperarse fallos que subordinen la política a la ley y no a la inversa. La litis en juego es muy clara: o se refrenda la democracia o México ingresa a una larga noche de autoritarismo, bayonetas caladas, botas militares y episodios sangrientos. Es este uno de esos casos en los que el presidencialismo concentrado se ha convertido en un veneno nacional.

En la ofuscación del espíritu emponzoñado difícilmente se razona como se debiera, porque casi todas las opciones se reducen al enojo y a la incontinencia visceral. ¡Qué lástima!

El presidente, falseando la realidad, ha dicho que el voto mexicano es el más caro del mundo, pero ignora que en EE.UU cuesta 170 pesos por ciudadano, en Canadá 230 por ciudadano y en México sólo 86 pesos. 

El presidente enumeró 60 zócalos llenos para el inicio de la Cuarta Transformación, pero es incapaz de sopesar con justicia dos jornadas de manifestaciones, las del 13 de noviembre y el 26 de febrero, que movilizaron a más de 220 ciudades y representan 100 zócalos llenos con ideas y convicciones.

En tono de chunga, para pitorrearse de los manifestantes, AMLO dijo que en la manifestación del 26 se incrementó el “robo de carteras”, pero pasó por alto que no es nada lícito el robo de 189 fideicomisos, de instituciones de gobierno y PEMEX, cometido a la sombra del poder.

Aún estamos a tiempo de salvar a México.

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De modo frecuente en la historia, la visceralidad es una rama torcida y opaca del árbol de la racionalidad.

leglezquin@yahoo.com