México sin el INE

Con una reforma a la medida de un capricho autoritario, no habrá ya competencia electoral verdadera, ni pluralidad ni democracia en México, porque candidaturas y triunfos electorales dependerán de un dedo índice.

LEOPOLDO GONZÁLEZ

PUBLICIDAD

La reforma que se quiere hacer al sistema electoral, por Morena y López Obrador, lo que busca no es mejorar la norma y los procedimientos electorales, que son los mejores que ha tenido el país en su historia, sino colocar todo en manos del gobierno para que sea él, a través de su partido, quien gane las elecciones.

Con una reforma a la medida de un capricho autoritario, no habrá ya competencia electoral verdadera, ni pluralidad ni democracia en México, porque candidaturas y triunfos electorales dependerán de un dedo índice.

Una reforma así, tan descaradamente deshonesta y burda como la que se plantea, es altamente peligrosa para México y nos conducirá muy pronto a una dictadura presidencial: esto es, a la dictadura de un solo partido en el poder, con todos los inconvenientes que esto representa para el México plural y diverso que aún tenemos.

PUBLICIDAD

La reforma político-electoral de 1976-77, la de Reyes Heroles, le abrió avenidas de participación legal a la oposición y legitimó el acceso de las minorías al oficio de gobierno, con un pensamiento incluyente que hizo del poder vertical algo horizontal y compartido, para evitar -dijo Reyes Heroles en aquel entonces- “el regreso del México bronco” y ahorrarle al país un baño de sangre.

Con su sentido de apertura y su lógica generadora de cambios, la reforma de Reyes Heroles condujo a la reforma político-electoral del 97, con la que un IFE y un Tribunal Electoral ciudadano y autónomo oxigenaron la competencia electoral y dieron triunfos a la oposición en todos los rincones del país. En un sentido claro, esa reforma dio a Cuauhtémoc Cárdenas la jefatura de gobierno del exDF y a Fox la presidencia de la República.  

Lo que hoy plantea Morena, con su singular y rústica propuesta de reforma electoral, es un retorno al México autoritario de los años 60 y 70, como si el chiste de la historia no fuese la fuga hacia adelante sino parar el reloj y, en lo posible, retroceder al sitio en que mordió el polvo el último cavernícola.

Detenerse en “argumentos” y alegatos basados en los “pálpitos del corazón”, que creen que el diseño electoral que alientan es una toma por asalto de la luz o un salto cuántico hacia la posesión del Paraíso, es una pérdida de tiempo cuando no un ocioso intento de extraer agua del corazón de una piedra, pues lo que menos importa al espíritu obnubilado del fanatismo es atender argumentos de conocimiento y de razón.

Y ya lo sabemos: cuando la razón flaquea o declara su ausencia en un asunto, sus desvaríos, los desvaríos de la razón son los que ocupan su lugar.   

La izquierda que conocí, y en la cual llegué a creer, era leal en el combate de ideas, ética y decente en la competencia por posiciones, confiable en el discurso y de una estatura intelectual que la hacía realmente respetable.

Entre los desvaríos que hoy pueden enumerarse, dentro de esa lógica bizarra que hoy clama por una reforma electoral, figuran algunos que francamente dan risa: el costo del INE, como si las democracias de real y verdadera calidad fuesen baratas; el miedo a la pluralidad del régimen autoritario de ayer, hoy convertido en divisa de quienes quieren una Oficina Electoral al servicio del gobierno; la abominación del “partido único” de antes, sólo para caer en la adoración del partido único de hoy, que torvamente se gesta en las sombras; el rechazo a la autocalificación electoral, que hacía del gobierno juez y parte en los procesos electorales, para aceitar hoy la trama de una reforma electoral que haga del gobierno dueño-padrino-mecenas, juez y parte en las elecciones; por último, creer contra toda evidencia y toda razón que populismo es democracia. El cuadro de lo que ocurre no puede ser más deplorable. En la República mental de Gregorio Samsa -el personaje de Kafka- todo es posible, incluidos el horror y la contradicción en flagrancia.

Es una lástima, y por supuesto que causa pesar, lo que se está viviendo en México. La izquierda antimilitarista de ayer es hoy militarista, por conveniencia y no por principios; la izquierda de “perseguidos” por reclamar el derecho a la diferencia y un estatus político, hoy persigue desde el poder y elimina con epítetos de pobre manufactura el derecho a la diferencia; la que juró eliminar de la faz de la tierra dictaduras y tiranías, hoy se siente cómoda en el overol que antes repugnaba; en suma, la que decía amar la libertad como el más intocable de los derechos políticos, hoy urde -con el marbete de reforma electoral- el redil de ovejas del México de la uniformidad.

Estamos a semanas o meses de que la democracia en la cual creyeron, y a la que ofrendaron o entregaron su vida Madero, Pino Suárez, los hermanos Carmen y Aquiles Serdán, los revolucionarios del 10 e intelectuales de la talla de José Vasconcelos, cierre el ciclo de su fecundidad histórica y abra un nuevo capítulo de obscuridad en nuestra historia.

Ojalá no caiga, una vez más, la noche de los siglos sobre México; ojalá los mexicanos no abandonemos la lúcida obstinación de reconquistar el derecho a la luz.   

La mejor metáfora del autoritarismo es aquella en la que un enfermo de sí mismo enferma o contagia a otros, a miles o a millones quizás, al grado de hacerles creer que sus percepciones fantasiosas, sus delirios y teorías conspirativas son lo más cuerdo y sano que se ha inventado en materia de salud mental. Pobre México.

Pisapapeles

Escribió la académica Elena Madrigal Alonso, de la Universidad de Santiago de Compostela: “No puede existir un pueblo más vil que aquel que defiende a sus opresores”.

leglezquin@yahoo.com