No a un Estado militarista

El miércoles anterior no se pudo aprobar tan peregrina idea en el Senado, por dos razones básicas: la capacidad de negociación parlamentaria de Morena no dio el ancho y su astucia para “maicear” y “doblar” legisladores fue insuficiente.

LEOPOLDO GONZÁLEZ

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La percepción de que nuestro país atraviesa por un momento plástico y una zona de riesgo histórico es más o menos generalizada: la comparten varios sectores sociales informados y críticos.

A dicha percepción contribuye la machacona obsesión del presidente López Obrador de asegurarse que las fuerzas armadas estén en las calles hasta 2028, y no hasta 2024, como estipula el todavía vigente artículo V transitorio de la Carta Magna.

El miércoles anterior no se pudo aprobar tan peregrina idea en el Senado, por dos razones básicas: la capacidad de negociación parlamentaria de Morena no dio el ancho y su astucia para “maicear” y “doblar” legisladores fue insuficiente.

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Sin embargo, el titular del Ejecutivo cree que no hay ni debe haber en todo el país una sola dignidad ni una sola voluntad superior a su capricho, por lo que ya anunció que su idea de militarización va a salir de cualquier modo, pero va a salir.

En todo esto hay una serie de incongruencias, contradicciones y desvaríos que conviene precisar uno por uno. Aparte, claro, de las inconsistencias éticas y jurídicas de semejante idea.

No tiene sentido que un mandatario que proviene de la izquierda y se dice de “izquierda”, haga de las fuerzas armadas -en especial, los militares- su brazo derecho para gobernar. Lo que podría suponerse es que no se siente seguro ni confiado, sino sólo con las fuerzas armadas de su lado.

El presidente ha dicho que es un demócrata; lo ha reiterado en muchas ocasiones y una parte del país lo percibe como una verdad granítica. El problema de esto radica en que no hay una sola democracia militarista en la historia, entre otras razones, porque lo que nutre y legitima a una democracia son las tesis y fueros del gobierno civil.

El despropósito de anunciar que la militarización se resolverá en una consulta hecha por el gobierno, luego del fallido intento de imponerla por vía legislativa, no deja lugar a dudas sobre el tipo de país que quiere el presidente: un país a la medida del capricho de un solo hombre, lo que debería ser suficiente para detonar la alarma nacional.

La honestidad y la transparencia de intención y propósitos son básicas en quien detenta el poder, más aún cuando ese poder es acotado y tiene los diques que le impone el régimen constitucional.

La reforma que tiene a la GN y al ejército en las calles hoy, y hasta abril de 2024, fue precavida y republicana al ordenar el repliegue a sus cuarteles antes del inicio del proceso electoral de ese año.

¿Por qué encimar la presencia de las fuerzas armadas a la elección de 2024? La pregunta tiene varias respuestas, pero ninguna se relaciona con el reforzamiento de la seguridad pública, donde la GN y el ejército han resultado un fiasco nacional. Quizá el presidente está pensando en dos o cuatro años más de poder, o en una reelección ilegal: si es así, lo menos que nos debe es una explicación. Ya los electores veremos si permitimos semejante burla a la Constitución y al destino nacional.

¿Cuál es el objeto de dejar a las fuerzas armadas en la calle, cuatro años más después de dejar el poder? En apariencia, la respuesta parece ser simple: o porque se busca blindar una extensión ilegal del actual ejercicio de gobierno, o porque se prepara un nuevo Maximato, del estilo de aquel encarnó Plutarco Elías Calles tras la muerte de Álvaro Obregón. Cualquiera que sea la intención, la ignorancia de la historia o su uso perverso puede precipitar una insurrección nacional.

El empleo de las fuerzas armadas en gerencias públicas, residencias de obra, manejo de puertos y aduanas, contratos a granel y mano de obra calificada es un exceso y un despropósito, cuando lo suyo es mantener a raya y exterminar a la delincuencia organizada.

Si en anteriores gobiernos se pensó que habíamos tocado fondo, porque el bajo mundo de la criminalidad hizo metástasis y se adueñó de la respiración del país, hoy México vive sus peores días en materia de terrorismo criminal en todos los costados del cuerpo llagado de la República.

La GN y el ejército, con todo y sus poco más de 200 mil elementos, no han tenido ni la inteligencia ni la estrategia adecuadas como fuerzas de contención del delito y los delincuentes. La prueba es clara: la estadística del delito es la peor y más alarmante en la historia de México. En cambio, la Policía Federal, con sólo 30 mil elementos, se acredita ocho mil detenciones en un año.

A la Marina se le regalan en concesión islas, a los altos mandos del ejército el negocio de sus vidas, a la GN vínculos que no la presentan como madre de la caridad pública. La Sedena tendrá el segundo presupuesto más alto del gobierno federal en 2023. Todo esto no puede ser obra sino de un plan perverso, tendiente a la transexenalización de un proyecto y un grupo de poder.

Generar las condiciones para la instauración de un Estado militarista, todo por ambición de poder, es un error mayúsculo que puede conducir a México a una época de pesadilla. Ojalá los espíritus libres y valientes logren detener semejante experimento.

Pisapapeles

Colocar a un país en manos inaptas e ineptas, es el mejor homenaje que se puede hacer a la ceguera histórica.

leglezquin@yahoo.com