Pablo Milanés

Pionero de la trova sesentera y setentera, en la que tuvimos nuestro despertar a la crítica y afinamos la sensibilidad y el gusto musical muchos, Pablo Milanés fue, con su letra y sus composiciones, símbolo de un despertar en América Latina, ídolo de una juventud rebelde y un personaje con casta.

Pablo Milanés

Leopoldo González

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El lunes por la noche, en una clínica de Madrid, a la edad de 79 años, después de que hace cinco años había sido diagnosticado con síndrome mielodisplástico, un cáncer en la sangre que debilita la respuesta inmunológica, falleció el legendario cantautor cubano Pablo Milanés.

La noticia circuló en los noticieros nocturnos y en redes sociales, y luego alguien vino y me dijo: murió Pablo Milanés. Yo exhalé un suspiro a cuenta del último suspiro de Pablo, luego escribí en una red social: “Se fue un grande de la Trova y la Poesía cubanas; se trata de una gran pérdida. Cada día el mundo se obscurece un poco más”.

Al hombre que hoy ya no respira le sobreviven su obra, su actitud vital, sus ideas, el temple crítico que llegó a emplear frente a la dictadura de los Castro y una herencia musical que es barro precioso del polvo de los días.

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Pionero de la trova sesentera y setentera, en la que tuvimos nuestro despertar a la crítica y afinamos la sensibilidad y el gusto musical muchos, Pablo Milanés fue, con su letra y sus composiciones, símbolo de un despertar en América Latina, ídolo de una juventud rebelde y un personaje con casta.

En aquellos años estaba de moda la Revolución Cubana y muchos de mi generación, encandilados con los íconos que echó a andar el aparato castrista de propaganda, creyeron que eso era tomar por asalto el Paraíso y que el paradigma de la revolución latinoamericana por excelencia eran el Granma, la Sierra Maestra, el cuartel Moncada. A otros les dolió el pueblo cuando empezaron a usar cuello mao o la típica gorra del Che.

Pablo Milanés, en ese entonces joven aún, creyó desde una honestidad sin fisuras en la sinceridad de la revolución de los Castro y, posiblemente también, en que ese modelo de socialismo era la respuesta para el hambre, la pobreza y la injusticia de América Latina. Muchos incautos, víctimas del palabreo y la propaganda, todavía creen desde la tierna inocencia del creer en semejante fantasía.

A diferencia de Silvio Rodríguez, quien ha preferido el arte del acomodo y la loa a la actitud crítica, Pablo Milanés comenzó a distanciarse del experimento isleño en 1992, durante el llamado “periodo especial”, luego de comprobar la estafa: Batista por Castro no había sido una gran transformación; la revolución se había hecho en nombre de los de abajo para enquistar y enriquecer a una casta burocrática de rufianes; Cuba no era, después de 30 años de revolución, la Tierra Prometida.

Liberado del lavado de cerebro, de teorías de la conspiración y otras taras ideológicas, Milanés comenzó a ser él mismo sin anteojeras ideológicas, a comprometerse con su voz y sus ideas y a dejar de ser “peón de estribo” de trepadores y demagogos.

Y no es que Milanés se rectificara o se desmintiera a sí mismo, sino que, sencillamente, se recicló en otro a partir del que había sido: dejó de ser voz de un dictador y cantor del Estado, porque quizás tenía “otras flores y otras estrellas que celebrar”.

El cantautor de “Yo pisaré las calles nuevamente” siguió siendo fiel a la ética de la creación artística, a su idea de libertad y a los valores más caros -entre ellos la dignidad- que matan las tiranías, pues el canto y la poesía son más libres sin los dictados y cánones que a los artistas imponen las dictaduras.

Cuando Pablo Milanés afirmó que Cuba no era en ese instante “lo que prometió a su pueblo” la dictadura; cuando aseveró que la isla no era “modelo de dignidad, de honestidad y justicia” y cuando dijo, sin andarse con rodeos, que “el sistema cubano es un fracaso”, asumió la actitud crítica que suele emplear el artista y el intelectual verdadero en situaciones de regateo de la verdad.

Y ya lo sabemos: el que alguien razone sin intermediarios oficiosos o propagandísticos y que además se atreva sin ambages a un compromiso público con la verdad, son cosas que provocan el salpullido o la urticaria de los aparatos de control político.

En un episodio de persecución de los disidentes libertarios en la isla, Milanés rubricó esta frase: “Las ideas se discuten y se combaten, no se encarcelan”. Luego agregó: “Una persona tiene derecho a protestar y el Estado debe protegerle la vida, sea cual fuere la naturaleza de la protesta”. Con esto, Pablo Milanés no decía nada que no fuese divisa de un demócrata cabal, pero he aquí el problema: lo decía en la égida de una bota dictatorial.

Más adelante soltó un pensamiento más profundo aún: “Si se concibe al socialismo como un sistema para reivindicar al ser humano desde todos los puntos de vista: de la economía, del amor, del espíritu, de la paz, se puede decir que de todos los socialismos que se han producido hasta ahora en el mundo, ninguno ha logrado esas metas”.

Yo digo que no hay una música proletaria y una música intelectual. La música se expresa en el lenguaje del corazón y la geografía del corazón no conoce fronteras. La música está al alcance de cualquier espíritu y puede llegar a estatuir Repúblicas de la cordura y la hermandad entre los hombres.

En fin, sean estas palabras una declaratoria de homenaje a un poeta que no olvidó a su gente, a un artista que tomó partido por la libertad, a un trovador que llevó la verdad en sus venas y en su escritura; el otro, el homenaje del corazón, es seguir escuchando la soledad luminosa de sus canciones.

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Escribió Jacques Attali: “Con la música nació el poder y su contrario: la subversión”.

leglezquin@yahoo.com