Salvar a México

Es cómodo no saber y todavía más cómodo no querer saber, porque “quien pone conocimiento pone dolor”, según San Agustín. La conciencia es una musa de aire que no a todos comparte de la misma forma el trazo y la esencia de su vuelo.

LEOPOLDO GONZÁLEZ

No es fácil pensar a un país, cuando ese país parece haber renunciado a pensar por cuenta propia en su suerte y su destino.

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Pensar a un país como México, que por todo lo que le ocurre necesita rehacerse, recuperar su enfoque y reasumir su vocación de antigua grandeza, no es una faena fácil ni un reto cualquiera.

Pensar a un país como México, en circunstancias como las de hoy, cuando todo indica que un ego enfermo y una pandilla de rufianes se apropian de él para conducirlo al precipicio de su historia, requiere algo más que prestancia para la lamentación y mucho más que un pensamiento estomacal: exige activar las facultades críticas para poner en claro lo que está en juego y, al mismo tiempo, colocar la sensibilidad y el pensamiento en alerta máxima.

México se halla en peligro, y ese peligro es real: consiste en tirar por la borda 200 años de historia como República liberal y democrática, como Estado plural y de libertades, para transitar hacia un cesarismo dictatorial que no sabemos todavía hoy cuándo ni dónde termine.

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Como es natural, la mayoría no sabe y muchos no están conscientes del grave peligro que hoy atravesamos como país: el diario vivir y las cosas menores de que está hecho nos regatean un estado de conciencia que es necesario para tener clara una visión de horizonte. Y además hay épocas -como la actual- en que los bienes y servicios de la conciencia se tornan frágiles, delgados, escurridizos.

Es cómodo no saber y todavía más cómodo no querer saber, porque “quien pone conocimiento pone dolor”, según San Agustín. La conciencia es una musa de aire que no a todos comparte de la misma forma el trazo y la esencia de su vuelo.

El peligro para México es que deje de ser una democracia con contenidos democráticos y con demócratas de carne y hueso, y que comience a ser lo más parecido a un chavismo o a un orteguismo criollo. La autocracia es el nuevo nombre de las mafias en el poder, el nuevo nombre de las oligarquías y los despotismos armados. Y la 4t de López Obrador y de Claudia Sheinbaum está diseñada para eso: para un gobierno de línea y mano dura persecutor de disidentes, intelectuales, académicos y gente de bien que ose enfrentar al aparato de ese otro México que cree en el autoritarismo.

A algunos que creen que saben y a otros que por interés clientelar apuntalan al más grotesco y feroz de los populismos, les ha llovido estos días en los medios y en redes sociales: el norteño Samuel García prestándose a una mascarada para dividir el voto opositor; el político ñoño Pedro Kumamoto empinando la dignidad por una chequera; por último, el exministro Arturo Saldívar Lelo de Larrea (que hace un grandísimo honor a su apellido “Lelo”), privilegiando el acomodo en la alcantarilla de intereses personales que no tienen nombre a cambio de empinar el destino de México.

Respaldar y aplaudir una causa que es fallida por inoperante y que además se prepara para empoderar a rufianes en 2024, es algo que intriga y preocupa por la ruindad y la bajeza que hay detrás.

De un tiempo a esta parte, en la mercantilización del juego de la política y el poder, pesa más en el interés personal un bolsillo vacío que un país; un proyecto de enriquecimiento a corto plazo que una República; un acomodo en el organigrama burocrático ubrenamental que una convicción de amor a México; el apego a una chequera clientelar que el sentido de pertenencia a un Estado liberal y democrático.

En unas horas, si es que no ocurrió ya esta madrugada, los legisladores de Morena aprobarán un Presupuesto de Egresos de la Federación para 2024 en el que no son prioridad la economía campesina, los pescadores, las zonas indígenas, la industria forestal, la industria de la construcción, la actividad artesanal y tampoco Acapulco. Quien decidió ese presupuesto, con gran ignorancia supina de la economía, es el inquilino de Palacio Nacional y su prioridad es una sola: conservar el poder en 2024 a como dé lugar, contra quien sea y al costo que fuere.

He escrito por ahí, en artículos y ensayos, que la política es a veces la lotería de los tontos; lo preocupante es que la metáfora -con frecuencia- se queda corta frente a la realidad, porque en ocasiones la política es la lotería del gañán. Y ni cómo decirlo de otra forma: es sencillamente imposible sacarle la vuelta a la realidad. Lo tragicómico del asunto es que entre nosotros no hay tonto ni gañán sin gracia, lo cual implica que sus posibilidades de llegar al poder son muchas.

Lo cierto es que, de aquí a que concluya el proceso electoral de 2024, México vivirá días, semanas y meses en tensión y peligro constante, porque el perfil de los contendientes es muy claro: la ortodoxia dogmática y sectaria de una mujer como Claudia Sheinbaum, la delincuencia en busca de mayor empoderamiento y una legión de esperanzados que busca, a través de Xóchitl Gálvez, salvar a México: mejor dicho, lo que queda de México.

La disyuntiva, de aquí al 2024, es más o menos clara: o México preserva y enriquece su democracia unos cuantos años más, o se hunde en la noche del autoritarismo por años, lustros o décadas, con todos los costos que ello implica. Vivimos tiempos de definición. Que cada uno escoja de qué lado de la historia desea ser recordado.

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¿Qué hacer?, es el dilema a que se han enfrentado muchas sociedades y no pocos personajes en la historia; la respuesta no es fácil, pero de ella depende el futuro de muchos.leglezquin@yahoo.com