Gustavo Ogarrio El domingo 28 de julio de 2019, en Londres, cayó del cielo un migrante keniano. Los periódicos dicen que procedía de Nairobi. También afirman que era un “polizonte”; la noticia se concentró en el testimonio del propietario del jardín donde cayó el cuerpo, en Offerton Road: “Miré atentamente y vi que había sangre en todos los muros del jardín, fue cuando comprendí que aquel hombre había caído, estaba como un bloque de hielo”. La línea aérea Kenya Airways simplemente emitió un boletín en el que aseguró que el “polizonte” viajaba en el tren de aterrizaje del avión y que esto era muy peligroso por la falta de oxígeno y el frío extremo que se generan cuando el avión alcanza la altitud de crucero, finalmente especuló que el migrante pudo haber muerto antes de que cayera su cuerpo sobre la ciudad de Londres. El cuerpo siempre solo del migrante keniano, un “bloque de hielo” en los informativos; un cuerpo espectral cayendo sobre algún jardín privado de Londres; un cuerpo en la soledad de una caída que es interpretada como desesperación suicida, inexplicable. Ningún refugio de vida para los muertos que cruzan de las ex colonias inglesas hacia el imperio; cuerpos de otros mundos a los que nunca se les deja preguntar, responder, decir, significar su propia caída. ¿Qué es Londres cuando los migrantes desesperados caen de los aviones en su soledad tenebrosa de “bloques de hielo”? Ninguna pregunta de algún agente del Home Department inglés: ¿Cuál es tu nombre? ¿Dónde naciste? ¿Cómo y cuándo entraste a Inglaterra? ¿Qué responsabilidad crees que tiene nuestro imperio y su protectorado decimonónico en la miseria de tu pueblo, de tu familia, de tu barrio? ¿Tu caída es culpa de tus padres o de tu familia o de tus amigos o de tu novia o de tu gobierno o del capitalismo financiero que sonríe candorosamente desde Canary Wharf?