El inventor de la bomba atómica

En la más pura expresión del arte impera el principio universal de decir con plena libertad: “me gusta, o no me gusta”. Contra ello no hay nada que se pueda argumentar. Eso es lo que me da la fortaleza de decir lo que pienso cuando veo una película.

PUNTO NEURÁLGICO

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Luis Sigfrido Gómez Campos

“A mí no me gustan esas películas donde los gringos intervienen como salvadores del mundo. Les encanta el autoelogio y verse reflejados en la pantalla como héroes buenos y redentores de la humanidad. Eso de que la historia la escriben los vencedores ha hecho de Hollywood un escenario grotesco donde se ridiculiza a sus enemigos y glorifican sus acciones bélicas e intervencionistas”, dijo una simple opinadora que manifestó no saber nada de cine. Pero lo que dijo me encantó y lo suscribo. Además, me permito admitir que también soy un simple espectador del séptimo arte.

Eso sí, en mi carácter de espectador, me atrevo a externar mi opinión y corro el riesgo de aparecer ante los “especialistas” como un cándido asistente que tiene el arrojo de decir lo que piensa sin temor a la burla del experto que dice saber, pero no se atreve a emitir su opinión hasta no leer la crítica de los “expertos”.

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En la más pura expresión del arte impera el principio universal de decir con plena libertad: “me gusta, o no me gusta”. Contra ello no hay nada que se pueda argumentar. Eso es lo que me da la fortaleza de decir lo que pienso cuando veo una película.

En la vida real, fuera de la pantalla, los Estados Unidos de Norteamérica ha sido el país más arbitrario, bélico e intervencionista en la historia de la humanidad. Además de todo lo anterior, también cuentan con el andamiaje propagandístico mejor armado para poder propagar la justificación ética de sus acciones. Una de ellas es, sin lugar a dudas, su industria cinematográfica.

Oppenheimer es una película basada en la biografía de un científico que se llamaba J. Robert y que se apellidaba como se intitula la película: Oppenheimer, y cuyo papel en la historia de los Estados Unidos de Norteamérica fue fundamental para el desarrollo de la carrera armamentista y ganarle, primero a los nazis y después a los soviéticos, la invención de la bomba atómica.

Oppenheimer, en la vida real, fue un excepcional teórico de la física cuántica, de la fusión nuclear, las interacciones de los rayos cósmicos y muchos otros campos de la astrofísica. Era un cerebrito pues, pero su principal contribución, su aporte en la historia de este triste mundo lo hizo como jefe del Proyecto Manhattan, que instaló su base de operaciones en Los Álamos (Nuevo México) y contó con el apoyo de un equipo de los científicos más calificados para crear el arma más poderosa y destructiva que la humanidad haya inventado: la bomba atómica.

Esta película tuvo ocho nominaciones a los Globos de Oro, de los cuales obtuvo cinco, incluida mejor película de drama, mejor director para Christopher Nolan (guionista, productor, editor y director británico-estadounidense) y mejor actor de drama para Cillian Murphy. Los Globos de Oro suelen ser el preámbulo para el otorgamiento posterior de los premios Oscar, reconocimientos de la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas, los más codiciados en el mundo del cine. Quienes se dedican a eso de la valoración estética del séptimo arte ya saben que esta cinta tendrá muchos galardones en la alfombra roja de este acontecimiento. Y es que a los gringos les encanta la glorificación de sus valores nacionales y patrióticos por encima de otras cosas.

No dudo de los juicios de valor que emitan “los conocedores” en torno a los elementos técnicos y actorales de este filme. El tema de fondo y su tratamiento es lo que resulta reprochable. Es cierto que se ha dicho que al final de la Segunda Guerra Mundial los nazis estaban trabajando contra reloj con sus científicos más calificados para crear primero que nadie su bomba atómica. Pero las tropas alemanas se rindieron el 9 de mayo de 1945, tras la firma de la capitulación alemana, en Berlín. Es decir, a los gringos les faltó tiempo. Su primera prueba nuclear se realizó más de un mes después.

Pero como los gringos ya habían hecho el gasto y los japoneses todavía no se rendían, había que experimentar con ellos a costa de un sufrimiento humano injustificable. Además, se requería demostrar al bloque socialista el enorme poder destructivo de su nuevo invento y mandarles un mensaje de advertencia respecto al poderío militar norteamericano.

La película intenta justificar la necesidad de la utilización de las armas nucleares en el belicismo nazi y japonés y, de paso, glorificar al “inventor de la bomba atómica” mediante el recurso de la victimización de Oppenheimer cuando lo someten a un procedimiento influenciado por el macartismo en una investigación ante la Comisión de Energía Atómica que lo incriminaba de comunista. A fin de cuentas, lo muestran como un hombre arrepentido por el poder destructivo de la bomba que ayudó a construir.

Pero el festejo desmesurado por el éxito de la primera prueba nuclear muestra en esta película el enorme poder destructivo de la bomba atómica y deja ver el verdadero sentir de muchos norteamericanos que sienten satisfacción por haber sido el primer país que creó un arma tan destructiva.

El 6 y el 9 de agosto de 1945 los Estados Unidos de Norteamérica lanzaron sobre las ciudades de Hiroshima y Nagasaki dos bombas atómicas que mataron entre 110 mil y 220 mil seres humanos sólo ese año.