Luis Sigfrido Gómez Campos Andrés Manuel López Obrador, presidente electo de México, recientemente hizo una declaración en la que decía que recibe un país en bancarrota. Y cuando le llovieron las críticas por andar diciendo eso, aclaró que no sólo se trataba de una bancarrota económica, sino que recibía un país corroído por 30 años de neoliberalismo con una crisis moral que será muy difícil remendar. No lo dijo exactamente con estas palabras, pero esa fue la idea. El próximo presidente de México enfrentará además un país sumamente dividido, polarizado, dicen los doctos. O estás con Andrés Manuel y crees en él con una pasión desaforada, o estás en su contra y entonces eres, no solamente crítico de sus ideas, sino irreverente y grosero con sus seguidores a los que llamas “chairos” y otras lindezas ausentes de todo respeto. No existe término medio: o estas con el Peje y todo le perdonas, o estás en su contra y todo le cuestionas. López Obrador, por su parte, parece que quiere entrar en una dinámica de reconciliación con los distintos actores políticos y empresariales, tratando de cubrir las formalidades y protocolos, perdonando incluso a los políticos que dice, le robaron en dos ocasiones la presidencia de la república, “amor y paz”, suele repetir haciendo la señal universal de la victoria, enseñando sus dedos índice y mayor y bajando la cabeza en actitud de humildad. Dicen los que saben que esa cualidades la de un líder que pretende realizar cambios profundos en las estructuras tradicionales; que un presidente debe gobernar para todos y no solamente para el partido que lo llevó al poder; que una de las tareas principales de todo buen gobierno es la unificación del pueblo en torno a su proyecto de país y, si Andrés Manuel López Obrador pretende realizar una cuarta transformación, obviamente requiere del apoyo de todos. A nadie conviene un país dividido. Pero tal parece que a algunos de los seguidores de Andrés Manuel no les convence mucho eso de andar perdonando y reconciliándose con sus otrora opositores. “Ni perdón ni olvido, vamos con todo ahora que tenemos el poder”, dicen beligerantes algunos de sus colaboradores contrariando la actitud de su dirigente. Y a muchos de sus seguidores de los de a pie, de la militancia de base, les gusta más ese discurso revanchista que el del presidente electo. Y es que tanto esperar, tanto creer en la teoría del complot y el de la mafia del poder, formó un nuevo tipo de hombre dispuesto a todo, formó a un tigre que se le ha creído dormido pero que está agazapado con sus garras esperando que los “prianistas” se opongan a la Cuarta Transformación. El peor escenario de país que puede recibir Andrés Manuel López Obrador es el de un país polarizado en el que los diferentes sectores de la sociedad no se entiendan entre sí; en el que todo tipo de lujo, aunque sea adquirido lícitamente, deba ser cuestionado en un país de pobres; en el que toda manifestación de “descamisados”, como les llamaba Evita Perón, se emitan descalificaciones a priori, con independencia de la legitimidad de sus demandas, o se formulen epítetos racistas que los denigren. Ya de por sí el próximo presidente recibirá un país dividido por las enormes diferencias sociales en el que coexisten pobres y ricos y, en donde gran parte de esos pobres, son indígenas, quienes históricamente han padecido las peores infamias, desde antes de la conquista y después de las tres grandes transformaciones, incluyendo la juarista que no trajo consigo clarosbeneficios para los originarios de estas tierras. Sí, hay pobreza, mucha pobreza; pero junto a ella se han desarrollado una enorme clase media, una media alta y una muy alta que les ha tocado vivir y desarrollarse sobre las bases de un esquema económico político neoliberal, donde las leyes del mercado capitalista establecen sus reglas. Lo que políticamente resulta inadecuado es que la mayoría de los gobiernos del mundo se adhieran a las clases económicamente poderosas sin exigirles que cumplan un papel responsable y solidario con las clases más necesitadas. En un país con grandes desigualdades sociales la tarea del estado es fundamental para aminorar esas desigualdades. Moderar la indigencia y la opulencia es tarea del Estado, no de la buena voluntad de los empresarios capitalistas, quienes están inmersos en la lógica de la acumulación de capital que les permite el sistema. No sé si Ricardo Monreal Ávila, coordinador de Morena en el Senado de la República, actúa por indicaciones del presidente electo de México cuando propone su iniciativa para que jueces y magistrados tengan rotación cada seis años, supuestamente con el objeto de evitar el influyentísimo y la corrupción, pero a un gran sector de la sociedad esta iniciativa le sabe a un intento de intimidación al Poder Judicial, el único de los tres poderes que podría establecer un contrapeso equilibrante en la concentración del poder presidencial. Creo que esta iniciativa contrasta con la actitud conciliadora que ha sostenido en otros ámbitos el futuro presidente de México. Es cierto que se requiere una revisión profunda de la estructura y vicios que viene arrastrando el poder judicial, pero es muy peligroso que se esté pensando en el sometimiento del Poder Judicial a los otros Poderes de la Unión. Abrir otro frente de conflicto, no conviene a nadie. luissigfrido@hotmail.com