Luis Sigfrido Gómez Campos En un artículo anterior comenté que el candidato a la presidencia de la república que presente la oferta más convincente para resolver el problema de la inseguridad y de la violencia en México, sería seguramente el que ganaría las elecciones del próximo primero de julio. Admito que fue una exageración. Es cierto que hace años vivimos un terrible clima de tensión y miedo cuando nos aventuramos por las calles de cualquier ciudad de nuestro país, pero ese es sólo uno de nuestros grandes problemas. No podemos minimizar los grandes rezagos que venimos arrastrando en otras materias. Pero si el crimen y la violencia han sentado sus reales a lo largo de la geografía nacional es debido a que las condiciones sociales, económicas, políticas y culturales lo han permitido; es decir, si hubiera mayores oportunidades de trabajo, mejores ingresos; una distribución más equitativa de la riqueza, etc., seguramente muchos de nuestros jóvenes no andarían en el crimen organizado. Los grandes problemas, como el de la extrema violencia, no se dan de manera aislada ni por generación espontánea. Hace mucho que quedó rebasada la teoría del criminal nato que sostenía Cesare Lombroso. El caldo de cultivo de la criminalidad está en la miseria, la enfermedad, la ignorancia, la injusticia, la ambición, el vicio y la corrupción que no permiten el desarrollo pleno de las virtudes humanas. Por lo tanto, me permito reconsiderar y afirmar que aquél candidato que sepa hacer creíble un discurso sensato sobre la solución de los problemas económico, laboral, social, educativo, cultural y de justicia, será el que se haga con el triunfo para la silla más codiciada por los políticos de nuestro país. ¿Y por qué pensamos que ganará quien sepa hacer creíble la mejor propuesta? Porque ya no hay tiempo para someter a los candidatos a ninguna prueba respecto del cumplimiento efectivo de lo que nos diga. Nos tenemos que conformar con escuchar sus promesas y analizar, con los elementos que contemos el día de las votaciones, quién aporta mayor credibilidad a sus palabras. De alguna forma el que haga un mejor uso de la retórica o el de mayor carisma será el próximo presidente de México. No el más preparado, el más inteligente o el de mayor experiencia, sino el más capaz para prometer. Pero no nos espantemos, así ha sido siempre. La única diferencia es que ahora una mayor cantidad de gente cree poco en las promesas de los políticos. Y es que muchos de ellos se han encargado de acabar con la escasa credibilidad con la que contaban. “Les prometo hacer un puente; que no tienen río, también se los hacemos”. “Promesa de político” equivale a promesa que jamás será cumplida. Y sin embargo el ser humano tiene la necesidad de creer, de confiar en alguien que sí va a poder (ahora sí) resolver los grandes problemas de la sociedad. La esperanza es algo que debemos conservar porque sin ella quedaríamos a la deriva, sin poder asirnos a algo que nos dé la creencia de que habrá un mañana mejor para las futuras generaciones. Requerimos candidatas y candidatos a diputados que le expliquen al electorado que no podrán cumplir con la realización de ninguna obra pública, que no les van a dar láminas de cartón ni bultos de cemento porque esa no es su verdadera función. No obstante que hoy en día en algunas entidades de la república los diputados se otorgan presupuesto para hacer gestoría en pro de los necesitados, siendo que no fueron elegidos para ello. Están desnaturalizando la función. El legislador tiene que legislar, analizar leyes y aprobarlas si es que benefician a sus representados, si no, debe discutirlas y rechazarlas para representar con dignidad a los electores que le dieron su confianza. Los candidatos a presidir sus municipios deben dejar de hacer promesas que no van a cumplir a las comunidades y tenencias de la periferia de su cabecera municipal. ¿Qué no les da vergüenza volver a pararse en esos sitios alejados de la mano de Dios y de cualquier servicio público? Administraciones municipales van y vienen y esas tenencias siguen en el abandono. ¿Con qué cara puede pararse un personaje como Alfonso Martínez frente a los habitantes de esas comunidades que viven en la extrema pobreza a pedirles nuevamente su voto y su confianza? Muchos funcionarios quieren repetir en sus cargos públicos, volver a recorrer las colonias y comunidades a conseguir el sufragio, creen que el pueblo los quiere y que pueden volver a hablarles bonito y convencerlos de que son la verdadera opción. Otros van más allá, como El Bronco, que habiendo sido electos para un puesto se sienten amados por el pueblo y con los arrestos para brincarle a un cargo de mayor responsabilidad. También creen que las promesas son suficientes para encumbrarlos, no se dan cuenta que de eso es de lo que está cansado el pueblo. Las promesas de los candidatos presidenciales son otra cosa. Todas sus acciones están fríamente calculadas. Ya han pasado por el tamiz de los asesores, los especialistas y las empresas de marketing que aconsejan a los candidatos qué decir y qué prometer. Pero lo que dejan ver al electorado, lo que a fin de cuentas va a definir la elección es, como dije desde un principio, la capacidad retórica del candidato y su carisma. A fin de cuentas el que tiene más saliva traga más pinole. luissigfrido@hotmail.com