Luis Sigfrido Gómez Campos Cuando me refiero a los vecinos de los países de Centroamérica suelo decir, “nuestros hermanos centroamericanos”. Y es que si nos detenemos a reflexionar sin patrioterismos, podemos reconocernos como miembros de una misma cultura, étnicamente con un mismo origen, hablamos la misma lengua y tenemos más o menos las mismas costumbres; es decir, somos los mismos nomás que divididos. En algún momento la historia se encargó de separarnos, pero somos hermanos. No cabe la menor duda. Estamostan acostumbrados al tema de la migración de los sudamericanos que transitan por nuestro país hacia los Estados Unidos de Norteamérica, que no deberíamosde sorprendernos de estefenómeno de hermanos centroamericanos que están huyendo de la miseria y el peligro que los acecha en sus lugares de origen. Lo inédito del asunto es quesiempre hemos visto que lo hacenen pequeños grupos y de manera un poco más ordenada. Es la migración hormiga que hemos visto que abordan el tren Bala apiñados de manera inhumana, recorriendo miles de kilómetros a lo largo de nuestro territorio para intentar alcanzar el dizque sueño americano; pero jamás nos había tocado presenciar a miles de nuestros hermanos irrumpir en las vallas de nuestra frontera y derribarlas mediante la violencia para ingresar a nuestra patria. Siempre hemos sabido de las vejaciones que sufren durante el recorrido por nuestro país por parte de los policías de las entidades por las que transitan; y de los secuestros, violaciones y muerte que les infringen los grupos de la delincuencia organizada;pero también hemos presenciado a las almas caritativas que se apiadan de su suerte y les ayudan con un poco de alimento y agua en su peregrinar hacia el norte. Pero el actual fenómeno migratorio asusta a muchos ante las advertencias del nefasto presidente norteamericano Donald Trump, que ha amenazado con militarizar su frontera y sancionar a quienes intenten ingresar a su territorio; ha pedido que sea el gobierno mexicano quien detenga este flujo migratorio,para que no se pongan a prueba los límites de su capacidad agresiva. Por su parte el gobierno mexicano está dispuesto a hacerle “el trabajo sucio” a su socio comercial más importante; pero este trabajo resulta sumamente riesgoso porque debe hacerse teniendo el cuidado de respetar por sobre todas las cosas, los derechos humanos de los migrantes, y dotarlos de las condiciones mínimas de una subsistencia digna. Estamos en el filo de la navaja porque todos sabemos que ya quisiéramos resolver las necesidades laborales de nuestros propios coterráneos. No es falta de voluntad, es falta de capacidad económica. El presidente electo, Andrés Manuel López Obrador, ha anunciado medidas solidarias con nuestros hermanos centroamericanos mediante programas laborales emergentes que detengan el peregrinar hacia el vecino país del norte. Nadie ponemos en duda la calidad moral de tal medida, ¿pero estamos en condiciones reales de proporcionar trabajo a miles de hermanos centroamericanos cuando no somos capaces de crear fuentes de empleo para los propios mexicanos? La única esperanza es que Andrés Manuel pudiera interceder con sus buenos oficios ante nuestros socios gringos para que participaran en la solución del problema con esos 30 mil millones de dólares que anticipó que aportarían. Esa sería una real solución, no la militarización y represión, sino la ayuda económica humanitaria para que los centroamericanos tengan empleos en sus lugares de origen y no se vean en la necesidad de emigrar a ese nefasto país racista y pendenciero. Todo paísdefiende su soberanía migratoria;pretende que se respeten las normas jurídicas de su política interior para admitir o rechazar el ingreso y salida de su territorio de acuerdo con los principios que los rigen. Lo malo de la vida contemporánea en las relaciones internacionales es la tremenda desigualdad en el desarrollo de cada pueblo, pues en los países del primer mundo el ciudadano promedio tiene la posibilidad de tener acceso al trabajo, mientras que los pueblos en vías de desarrollo, los pobres, no tienen la posibilidad de garantizar ni siquiera la oportunidad de ganarse la subsistencia diaria en el trabajo informal. Ese es el gran dilema, la enorme brecha que existe entre pobres y ricos. Es un problema global que debe enfrentarse de manera conjunta por las grandes potencias y los organismos internacionales. Es un problema de toda la humanidad del siglo XXI, y mientras no se entienda que a todos atañe, seguiremos el camino hacia la degradación de la propia especie humana. Lamentablemente los presidentes de los países involucrados no comprenden la enorme responsabilidad que les asiste en la solución de este conflicto, sobre todo los líderes de las grandes potencias que piensan que levantando muros o reprimiendo van a resolver un problema de dimensiones humanas tan complejo. Hoy, son miles de migrantes centroamericanos que huyen de su país de origen en la búsqueda de mejores alternativas de vida. Si no se atiende este problema como es debido, con ayuda económica y sensibilidad humana, las futuras generaciones del planeta lo reprocharán. luissigfrido@hotmail.com