Luis Sigfrido Gómez Campos Alito Moreno no hizo sino protegerse de la gran embestida que se estaba realizando en su contra para quitarle el fuero y procesarlo por todos los delitos de que lo acusaban. La gobernadora de Campeche, con su habitual agresivo discurso político, no le daba tregua al divulgar públicamente un rosario interminable de grabaciones en donde se exhibía al actual presidente del PRI de cuerpo entero, con la mayor vulgaridad y desfachatez que es posible imaginar en un personaje que ha trepado a niveles muy altos de la política mexicana, Dios sabe cómo. Pero como suele decir el vulgo en un conocido refrán (excesivamente racista, por cierto): “no tiene la culpa Venancio sino el que lo hizo compadre”, lo cual sugiere, en resumidas cuentas, que la culpa la tienen los propios priistas que lo encumbraron y lo hicieron su dirigente. ¿Qué no sabían quién era Alito Moreno antes de elegirlo como su presidente? Claro que lo sabían, pero a esas alturas del partido, cuando la nave se está hundiendo y la ausencia de verdaderos líderes se hace más que evidente, las decisiones pragmáticas prevalecen sobre la racionalidad: hacía falta un dirigente agresivo y eficiente, sin importar las características de su personalidad obscena y su pasado turbio de tufo pestilente. A los altos cargos de dirección política, a lo largo de la historia de la humanidad, se han colado los peores especímenes. La virtud es algo poco común en las altas esferas de la política, ya que el pueblo no necesita santos que los dirijan, sino personas eficientes e inteligentes que resuelvan problemas prácticos de la comunidad. Desde hace siglos la política teórica se deslindó de la ética en sus especulaciones académicas; pero eso no quiere decir que la política práctica debe ser inmoral. Pero en la época de decadencia del PRI la clase dirigente decidió poner al peor de los priistas, inmoral y chapucero. ¿Cómo esperaban que se comportara? Ahora no pueden quitarlo porque sus bases estatutarias no establecen mecanismos emergentes para defenestrar al líder que tomó determinaciones personales a nombre de su partido. ¡Vaya que los priistas tienen un grave problema! Van en caída libre y sin protección. Nadie esperaba ese viraje de 180 grados cuando Alito decidió brindar el apoyo de su bancada en la Cámara de Diputados a la determinación del movimiento de la 4T de someter a la Guardia Nacional al mando de los militares y la prolongación de las fuerzas armadas en las calles hasta el 2028; fue, sin lugar a dudas, un acto de sometimiento para evadir la responsabilidad del desafuero y el consecuente proceso penal a que sería sometido. Los primeros contrariados fueron los propios priistas, quienes desaforados exigieron la renuncia de Alito, pero dicha exigencia no fue sino como las llamadas a misa, o puros gritos destemplados sin efecto práctico, porque el dirigente priista sabe que él, hoy por hoy, tiene el poder formal del partido; y que, aunque se pudiera quedar sin bases y sin el respaldo de los exdirigentes priistas, las bases estatutarias de su partido no cuentan con un mecanismo “fast track” para darle cuello. Pero los más descorazonados fueron sus aliados del PAN y del PRD, quienes creían que su Coalición iba en caballo de hacienda. No obstante que no tienen líder visible con suficiente fuerza que pudiera encabezar su movimiento en contra del que sería el candidato de MORENA, sintieron que la traición de Alito Moreno los dejó sin fuerza suficiente para seguir en la lucha por la sucesión presidencial para 2024. Yo no veo que el movimiento antilopezobradorista tenga el arrastre suficiente como para ganar la presidencia en el 2024. Si acaso le andarán disputando la mayoría en el Congreso de la Unión, pero las huestes de López Obrador siguen siendo fieles seguidores a la 4T y al candidato que pongan, cualquiera que sea el mecanismo de elección. La jugada política de debilitar a la oposición quitándoles ese alfil, por desprestigiado que esté, fue una treta magistral, si dejamos de lado toda valoración ética del propio hecho. El fin justifica los medios, dicen los políticos pragmáticos que justifican esas machicuepas de Alito Moreno, quien no tuvo menor empacho en darles la espalda a sus aliados para respaldar la iniciativa presidencial de militarizar a la Guardia Nacional. Ni el propio Alito Moreno es consciente del desastre en que sumió a su partido y, si lo es, lo hizo por mera conveniencia personal: de que me encierren a mí a que entierren a mi partido, mejor que entierren a mi partido. A Alito Moreno le ha tocado la embarazosa tarea de echarle la última palada de tierra al PRI. De cualquier forma, era cuestión de tiempo. Con el nuevo milenio inició una nueva era en la que el partido Acción Nacional desplazó del poder por dos sexenios al partido que había gobernado por más de 70 años; pero esa transición fue meramente fugaz. Se pensó que el presidente Peña Nieto le daría la última estocada, pero no sabíamos que el último resuello se lo quitaría Alito Moreno, un político de personalidad obscena y un pasado turbio y pestilente. luissigfrido@hotmail.com