Luis Sigfrido Gómez Campos Hace ya algún tiempo, antes de la pandemia (creo que tendrá que ser un referente temporal en lo subsecuente), escribí en mi columna de este diario un artículo donde refería abusos racistas por parte de las fuerzas del orden en el vecino país del norte. Admito la agresividad del título, que es el mismo de esta colaboración, sobre todo porque hago una generalización, como si todos los ciudadanos de ese país fueran discriminadores. Mea culpa, admito que toda generalización es odiosa porque encierran una falacia. Recuerdo que hubo quien se sintió ofendido por mis consideraciones sobre el racismo de los gringos, lo cual resulta todo un caso digno de análisis porque hace menos de 60 años (apenas) se promulgó en el vecino país del norte la Ley de Derechos Civiles que prohíbe la discriminación y la segregación racial y la Ley de Derecho de Voto de 1965, que regula igualdad y la posibilidad real de la participación política de la gente de color, sin discriminación. La regulación de la igualdad en el papel es muy reciente, las violaciones a los derechos de los ciudadanos que no pertenecen a la raza blanca siguen siendo cosa de todos los días en los Estados Unidos de Norte América. Pero, para hablar de racismo y discriminación, no debemos ir tan lejos, en nuestro país estamos tan acostumbrados a la discriminación que ni siquiera la percibimos, es cosa de todos los días y en todos los estratos sociales, así como en el sector público y el privado. Hace pocos días se viralizó un mensaje en el portal de Tik Tok con más de dos millones de reproducciones en el que una joven mujer confirma la denuncia en redes sociales de un usuario que acusó al restaurante Sonora Grill Prime Masaryk, de la ciudad de México, de prácticas de racismo porque, dijo, dividen a clientes dependiendo de su aspecto físico y color de piel; es decir, a los prietitos nos mandan hasta el fondo, mientras a los güeritos les conceden los mejores lugares. Total, que se armó la pelotera. Mientras que la prestigiada cadena de restaurantes negó las acusaciones, las autoridades de la ciudad de México ordenaron al Consejo para Prevenir y Eliminar la Discriminación (Copred), realizar una investigación al restaurante Sonora Grill en Masaryk, investigación que no tendrá ningún efecto dado que la autoridad investigadora sólo tiene facultades para emitir recomendaciones. Pero como el asunto se volvió tendencia en las redes sociales hubo quienes quisieron aprovechar el barullo en su favor pues, total, a rio revuelto, ganancia de pescadores y, aunque se haga el papel de estúpido, algo se ha de obtener. Tal es el caso de la diputada local del PAN, América Rangel Lorenzana, quien compartió su imagen donde comprueba su visita a una de las sucursales de la polémica cadena de restaurantes diciendo: “Hoy aproveché para comer en Sonora Grill, una empresa mexicana que invierte y genera empleos en el país. (A los progres victimistas (sic) les aclaro que soy morena y nadie me discriminó)”. La diputada tiene parte de su cabello pintado de güero. Otro que quiso aprovechar el escándalo, sin importarle exhibir su estulticia, fue Poncho de Nigris, un presentador de televisión de poca monta que, con una gran necesidad de propagar su fama mediante el escándalo, textualmente dijo: “Siempre ha existido el racismo cadenero sólo que ahora la generación de cristal les duele todo. A mí me negaron la entrada a un antro porque estaba muy mamado. Eran otros tiempos”. Ante el tonto comentario le llovieron las críticas. Además de inverosímil, oportunista, agachón y corriente, intentar la defensa de un grupo restaurantero que tiene prácticas racistas resulta estúpido. Hace algún tiempo, en el Centro de Convenciones de Morelia, en un congreso organizado por el gobierno del estado de Michoacán, donde asistiría como invitada Rigoberta Menchú, premio Nobel de la Paz 1992, las edecanes contratadas para “darle lucimiento” al evento, atajaron la entrada de un grupo de mujeres indígenas que vestían atuendos regionales purépechas. No las dejaban entrar porque estaba por llegar la esposa del gobernador y porque les vieron cara de indígenas. Las mujeres eran, supuestamente, invitadas especiales. ¡Racismo puro! No se le puede llamar de otro modo. Después de cinco siglos de realizada la conquista, en nuestro país, la población indígena sigue viviendo en la más triste miseria y siendo objeto de la discriminación más atroz. Pero lo más curioso es que la mayoría de los mexicanos asegura que no es racista y que en nuestro país no se discrimina a los mexicanos. Los letreros en los negocios que establecían “Nos reservamos el derecho de admisión”, o la existencia de cadeneros que eligen quién debe acceder a un negocio y quién no, son solamente una pequeña muestra, la más burda, del racismo prevaleciente. De cualquier modo, nuestro racismo es más hipócrita porque no lo reconocemos y tratamos de ocultarlo; pero el racismo de los gringos es humillante y brutal. Ellos no esconden su odio hacia los mexicanos y la gente de color. El simple cruce por sus retenes migratorios resulta degradante, aunque traigas tus papeles en regla. A los que intentan pasar de manera ilegal, los matan. luissigfrido@hotmail.com