PUNTO NEURÁLGICO | La calidad de nuestra democracia

De ahí la relevancia de un estudio serio en torno a la incorporación de las redes sociales en la discusión pública de trascendencia nacional y sus efectos en la calidad de nuestra democracia.

Luis Sigfrido Gómez Campos

Algunos analistas y científicos de las ciencias sociales se han dedicado a estudiar si ha habido avances en la calidad de nuestra democracia a la luz de los grandes avances tecnológicos y la incorporación a la discusión pública de los grandes problemas nacionales en las redes sociales.

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Al hablar de “nuestra democracia” debemos precisar que, no obstante que los procesos electorales son un aspecto importante de ésta, la democracia no se agota en el sufragio o en los órganos encargados de llevar a cabo las elecciones, si bien se debe reconocer que constituyen un factor esencial de la misma.

La democracia es algo más. Tiene que ver con la posibilidad de la participación libre e informada de los miembros de la sociedad; con la existencia de un régimen de partidos que verdaderamente representen el pensamiento de una porción importante de la población; con la posibilidad de acceder a elementos de educación, salud y calidad de vida que posibiliten acceder a la representación en términos de igualdad; con un sistema político que garantice el respeto y la tolerancia hacia el pensamiento diverso y, en fin, la democracia implica una serie de aspectos que tienen que ver con un régimen de participación en donde las decisiones son adoptadas por la mayoría.

De ahí la relevancia de un estudio serio en torno a la incorporación de las redes sociales en la discusión pública de trascendencia nacional y sus efectos en la calidad de nuestra democracia.

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Basta con que nos asomemos a cualquiera de las plataformas cibernéticas como Twitter o Facebook para darnos cuenta de la enorme participación de los usuarios que interactúan en temas de la mayor relevancia política, apoderándose de los espacios de opinión y que, si los agrupamos por sectores, fundamentalmente encontraremos tres grupos de cibernautas más activos: los de extrema derecha, los de extrema izquierda y los llamados “trolls”, quienes lanzan al ciberespacio rumores o mentiras a medias para atacar a sus oponentes ideológicos y hacer viral un mensaje que, por medio de la repetición, se confunde con la verdad; o de plano utilizar las redes para azuzar a los adversarios para que se peleen.

Esta participación tan activa de estos sectores en las redes sociales ha sido la causa, entre otros factores, de esta polarización política que existe en el mundo del ciberespacio y que ha sacudido los cimientos de las instituciones tradicionales.

En esta “democratización” de las redes sociales intercambian sus ideas políticas “lo mismo un burro que un gran profesor”, como diría Enrique Santos Discépolo en su tango Cambalache.

El que acepta exponer su pensamiento en las plataformas del ciberespacio con la mejor intención de contribuir al intercambio y enriquecimiento de las ideas, tiene que saber que se expone a la réplica grosera y muchas veces mal intencionada de algún opositor anónimo.

La cuestión es: ¿este intercambio desenfrenado de información representa un avance para la democracia? O, por el contrario, los Estados que aspiran a perfeccionar su democracia se topan con un fenómeno inédito en la historia de las instituciones políticas que constituye un peligro para el progreso del sistema democrático.

Existen fenómenos que se hacen virales en muy poco tiempo en las redes sociales. Cuando una sociedad es medianamente ilustrada y suele verificar las fuentes de la información que recibe, los acontecimientos se suceden sin mayor problema. Pero cuando se vive en una sociedad que vive del fanatismo y le gusta divulgar la mentira, “arde Troya”.

Tenemos que reconocer, con vergüenza, que, en varias ocasiones, en algunas poblaciones de nuestro país se han cometido linchamientos, homicidios colectivos contra personas inocentes a causa de un falso rumor en las redes sociales. Y nos callamos, y no divulgamos suficientemente estos horrendos casos porque nos colocan al borde de la barbarie.

En México utilizamos las redes sociales como medio de venganza personal, nuestros pleitos vecinales los hacemos virales ridiculizando al vecino. Vivimos con miedo al escarnio por parte de algún inconforme que le gusta dirimir sus controversias a través de las redes sociales.

Nuestros políticos se amenazan con exhibir sus miserias obtenidas por medios ilegales y subiendo a las redes sociales conversaciones privadas.

Se privilegian las redes sociales para desprestigiar en lugar de recurrir a las instituciones encargadas de procurar e impartir justicia en caso de la existencia de algún delito.

Cuando no se coincide con un líder de opinión, en lugar de argumentar con razonamientos, se opta por el insulto y la descalificación.

En una discusión cara a cara, las personas suelen ser menos beligerantes y consentir un poco para llegar a acuerdos en los que se cede parte de su posición original; sin embargo, las discusiones establecidas en las redes sociales las posiciones generalmente suelen ser irreconciliables.

Sé que las redes sociales no son el origen de polarización política, pero también sé que sí contribuyen a acrecentarla cuando se hace mal uso de las mismas.

luissigfrido@hotmail.com