Luis Sigfrido Gómez Campos Cada quien celebra las fiestas de acuerdo a su visión del mundo, sus posibilidades, sus alcances y sus ganas de expresar su forma de ser. Hay quien decide tirar la casa por la ventana o quien encuentra razonable la bohemia de noches enteras, o incluso de varios días; pero también existe quién festeja con mesura, quién elige hacer de la celebración un rito de meditación religiosa o de simple constricción reflexiva respecto a las desigualdades sociales en esta vida. Existe de todo en la viña del señor. La fiesta religiosa se convierte en pagana: el impío se vuelve piadoso y compasivo, mientras el creyente se concede libertades inadmisibles en su vida cotidiana. En los festejos del pueblo, del barrio, como en la canción de “La fiesta” de Serrat, se relaja la moral y “el noble y el villano, el prohombre y el gusano bailan y se dan la mano sin importarles la facha. Juntos los encuentra el sol a la sombra de un farol empapados en alcohol magreando a una muchacha”. Es decir, en algunos casos se olvida la condición social para el festejo popular y se comparte el vino, el pan, la sal y hasta algunas villanías. Hay quien piensa que esto no sucede, que esta realidad que narra Serrat en su canción, es simple ficción, que el noble y el villano, el prohombre y el gusano se excluyen porque son como el agua y el aceite. Debo decir que en la realidad cotidiana esto es así; pero en la fiesta del pueblo-barrio, en el microcosmos que se crea debido a la festividad pagano religiosa, suceden estas excepciones que, por extraordinarias que parezcan, constituyen parte de la realidad que, aunque muchos no conocen, existe. Y es que las fiestas se celebran con vino y, como dijo el compositor Coco Banegas en su canción de “El vino”: “el vino suele sacar cosas que el hombre se calla, que deberían salir cuando el hombre bebe agua”. Bajo los efectos del alcohol los seres humanos solemos sacar lo mejor y lo peor que traemos dentro. “El vino entonces, libera la valentía encerrada y los disfraza de machos, como por arte de magia... Y entonces, son bravucones, hasta que el vino se acaba, pues del matón al cobarde, sólo media, la resaca”, agrega en su copla Horacio, el Coco Banegas. Pero él mismo le otorga una consideración espiritual a la bebida en la misma letra de su canción: “Pero... ¡qué lindo es el vino!; el que se bebe en la casa del que está limpio por dentro y tiene brillando el alma; que nunca le tiembla el pulso, cuando pulsa una guitarra; que no le falta un amigo ni noches para gastarlas; que, cuando tiene un pecado, siempre se nota en su cara... que bebe el vino por vino y bebe el agua, por agua”. A fin de cuentas, creo que el problema está en los excesos, cuando se toma vino con moderación emerge el yo simpático, agradable y cariñoso; el generoso, sensible, amistoso y prudente; el que sabe beber el vino por vino y el agua por agua. Pero cuando se bebe sin moderación, invariablemente emerge el macho con su personalidad agresiva, el mala copa, el gandalla que se aprovecha del buena gente; el valiente se convierte en temerario y la persona seria se transforma en bufón. Y cuando se acaba la fiesta, dice Serrat: “con la resaca a cuestas vuelve el pobre a su pobreza, vuelve el rico a su riqueza y el señor cura a sus misas. Se despertó el bien y el mal la zorra pobre al portal, la zorra rica al rosal y el avaro a las divisas. Se acabó, el sol nos dice que llegó el final, por una noche se olvidó que cada uno es cada cual”. Así es la fiesta, cada quien, de acuerdo a su condición, posibilidades y gusto, hace un paréntesis en su vida para sentirse, por un rato, diferente. Hay quien ve en la celebración una oportunidad para olvidarse de los problemas de la vida cotidiana y decide fugarse de este mundo por un rato; existe quien goza la fiesta tirando balazos al aire, o quien encuentra en la iglesia su momento de éxtasis espiritual. En la Navidad que acabamos de celebrar cada quien escogió el papel que quiso representar. Pero no debemos olvidar que el motivo de esta fiesta fue el nacimiento de un niño en el lugar más humilde de la tierra, un pesebre, el cual, cuando llegó a la edad adulta transformó al mundo con su doctrina de amor. Independientemente de la religión que se profese, no podemos negar que la Natividad, el nacimiento de Jesús, el Cristo, es uno de los hechos más trascendentes en la vida de los pueblos. Gran parte del mundo se rige tomando en cuenta el nacimiento de Jesús El Nazareno, la historia la dividimos “Antes y Después de Cristo” no sólo por una convención necesaria, sino por la importancia que reviste para la humanidad esa doctrina de bondad, paz y amor que Jesucristo nos vino a compartir. Con el pretexto de esta celebración muchas veces se cae en los excesos y se deja de beber el vino por vino y el agua por agua, y también muchas veces nos olvidamos de los humildes, de los millones de personas que carecen de lo mínimo indispensable para tener una vida decorosa. Al festejar la Navidad no debemos olvidar la fe cristiana de la caridad y el amor hacia nuestro prójimo. luissigfrido@hotmail.com