PUNTO NEURÁLGICO | La Virgen María de Guadalupe

Para muchos, una verdad histórica, es un intento por encubrir lo que verdaderamente aconteció; mientras que la fe, como ya se dijo, no requiere demostración.

Luis Sigfrido Gómez Campos

Hoy es 12 de diciembre, día de fiesta nacional dedicado a la devoción de Lupita, la Virgen Reyna de México que une la fe de los mexicanos de buena voluntad; idea cardinal para asirse al único bastión que subsiste después de todas las tormentas y vendavales que han golpeado este maltrecho navío en el que nos ha tocado navegar.

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Hoy es 12 de diciembre y en todas las parroquias de México dedicadas a la Virgen se cantan las mañanitas. El pueblo participa porque la reina del cielo cumple años de su última aparición a Juan Diego en el cerro del Tepeyac. Ningún guadalupano pone en duda el fenómeno de su aparición porque es un asunto de fe y la fe no requiere demostración. Simplemente se cree o no se cree.

La gran mayoría de los fieles creyentes en la Virgencita de Guadalupe es gente sencilla que no se mete en honduras, porque esta fe “es la práctica religiosa de campesinos, indígenas, jornaleros, taxistas, albañiles y obreros que no requieren grandes doctrinas, de encíclicas ininteligibles ni de complejas ecuaciones teológicas”, como lo dice Alberto Barranco para explicar el culto guadalupano.

Y es que los mexicanos tenemos un grave problema con eso de las creencias, porque si recurrimos a la historia para develar los grandes misterios de la aparición de la Virgen de Guadalupe en el cerro del Tepeyac, lo primero con lo que nos topamos es con el desgaste que ha sufrido en nuestro país expresiones como “la verdad histórica” utilizada indebidamente para tratar de demostrar hechos que a fin de cuentas resultan falsos de toda falsedad.

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Para muchos, una verdad histórica, es un intento por encubrir lo que verdaderamente aconteció; mientras que la fe, como ya se dijo, no requiere demostración.

La devoción que el mexicano siente por la Reyna Madre de Guadalupe va más allá de la religiosidad católica. Los millones de feligreses que anualmente peregrinan hacia la basílica, van a ver a la Virgen, y no necesariamente a escuchar misa.

Y es que, en el inconsciente mexicano subsiste un culto, muy antiguo, anterior a la llegada de los españoles, la veneración a Tonantzin, madre de todos los dioses, de la naturaleza y la muerte, a quienes los indígenas mexicanos solían rendir devoción en un montículo al norte de la ciudad de México, el cerro del Tepeyac, sitio en el que, mucho tiempo después, se producirían las apariciones de la Virgen de Guadalupe.

De este modo, la fe guadalupana resulta un sincretismo religioso que unifica creencias de culturas distintas en una sola, que florece en la adoración ferviente a una Virgen del color de la piel de los nativos, aunque con rasgos fisonómicos europeos. Tonantzin Guadalupe se convierte en símbolo de unidad nacional y representa la fusión de dos culturas que vigoriza la mexicanidad.

La Virgen de Guadalupe nos ha brindado identidad nacional en los momentos cruciales de nuestra historia y, además, nos vincula emocional y afectivamente con los valores nacionales más preciados. En la década de los cincuenta del siglo pasado un afamado boxeador mexicano de talla internacional, Raúl, “El Ratón Macías”, hizo famosa la frase: “Todo se lo debo a mi mánager y a la virgencita de Guadalupe”. Este es el verdadero sentimiento que el pueblo de México abriga en su alma: un agradecimiento eterno a la Virgen morena.

Nuestra Señora de Guadalupe tiene su principal centro de culto en la Basílica de Guadalupe, ubicada en las faldas del cerro del Tepeyac, en el norte de la Ciudad de México, a donde llegan anualmente aproximadamente 20 millones de peregrinos. Es el recinto mariano más visitado del mundo, superado sólo por la Basílica de San Pedro.

Existen diversos criterios en relación al origen del nombre “Guadalupe”, unos dicen que podría provenir del término náhuatl “coatlaxopeuh”, que se pronuncia “quatlasupe”, que en términos fonéticos se pronuncia de manera muy similar a Guadalupe; sin embargo, la etimología de esta palabra no es nada grato, significa algo así como: “la que aplasta la cabeza de la serpiente”. Eso es muy feo.

Pero, por otra parte, hay quien dice que proviene del árabe, Wad-al-lubb, que significa “río oculto o río profundo”, o “río de amor”. Esa etimología parece más agradable para este nombre tan hermoso.

Guadalupe, en tanto nombre propio, es neutro o ambiguo; es decir, se utiliza en personas del sexo masculino y también del sexo femenino.

A los hombres que fueron bautizados con ese nombre generalmente se les dice “lupes” sin que suene despectivo; mientras que, a las mujeres se les llama con cariño: “Lupita” y, cuando la persona de sus afectos está enfadada, les llaman por su nombre completo ¡Guadalupe!, o simplemente Lupe.

La Virgen María de Guadalupe tiene existencia muy particular en la conciencia de los mexicanos, más allá de toda disquisición histórica o teológica sobre su aparición, la Virgen morena adquiere vitalidad milagrosa en cada peregrino que recorre los caminos de México para visitar su santuario.

Más que un simple ícono de veneración, es un símbolo de unidad nacional, de identidad étnica y cultural de los mexicanos.

luissigfrido@hotmail.com