Luis Sigfrido Gómez Campos “¿Propósitos de año nuevo?, ¡Pa’ lo que sirven!”, dice un amigo que se resiste a hacer una evaluación de todo lo vivido para proceder a cambiar las cosas que se pueden cambiar. Esas cosillas que están a nuestro alcance y que nos llevarían posiblemente a tener una vida más apacible. Lo primero que se nos viene a la mente es atender lo inmediato, lo que nos brinca todos los días en nuestro cuerpo por el maltrato que le damos. Todos nos planteamos volver a hacer un poco de ejercicio para en pocas semanas quedar como estandarte, como varita de nardo. Ese deseo, imposible para cuando se pasa de cierta edad, lo modificamos y aspiramos a disminuir, siquiera, algunos de los padecimientos crónicos de nuestro maltrecho organismo. Algunos nos conformamos con moderar los excesos, suspender o, por lo menos, disminuir el consumo de bebidas etílicas; dejar de lado la vida sedentaria; una dieta sana que nos mantenga alejados de los problemas gástricos; recurrir al especialista médico para que practique una evaluación general en nuestro organismo para llegar a tomar las decisiones enumeradas al inicio de este párrafo; en fin, que lo primero que nos asalta en el primer acercamiento hacia nuestros propósitos es el cuidado de nuestra apariencia y de nuestros males orgánicos, después, viene lo demás. “Pero esas preocupaciones son ‘clasemedieras’, para gente fifí y aspiracionistas que tiene resueltos sus problemas básicos; en el orden de las cosas, primero está comer que ser cristiano”, me dice el amigo que nada le parece. Y me doy cuenta que tiene razón, que hasta los propósitos de año nuevo quedan condicionados por la pertenencia a una clase social. Preocuparse de ir al Gym no es una prioridad para millones de personas que tienen la ingente necesidad de resolver los problemas básicos de subsistencia. Las cifras de los índices de pobreza en nuestro país que publica el Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social CONEVAL, nos dicen que en 2020 se encontraba en situación de pobreza 43.9% de la población; es decir, 55.7 millones de personas, y en condición de pobreza extrema 8.5%, equivalente a 10.9 millones de personas. Lo que nos lleva a la reflexión de que la preocupación de estos millones de mexicanos no está centrada en conservar la figura o disminuir la ingesta de calorías, sino en procurar la sobrevivencia. Luego entonces, ¿resulta inadecuado plantearse propósitos personales para el año que inicia? ¡Claro que no! Si bien es cierto que vivimos en un país en el que las desigualdades saltan a la vista, también es cierto que cada cual, en el ámbito de sus limitaciones económicas y sociales puede y debe plantearse propósitos, metas deseables para mejorar nuestro entorno. Después de las condiciones de bienestar físico necesariamente llegamos a los aspectos de la salud mental. Mente sana en cuerpo sano, “Mens sana in corpore sano”, decía el poeta romano Décimo Junio Juvenal en los primeros siglos de esta era, frase que llegó a ser el lema oficial de los Juegos Olímpicos Modernos, por lo que en el ámbito de los propósitos de año nuevo nos debemos plantear la salud mental, condición fundamental para el establecimiento de relaciones sociales sanas. En este mundo caótico de gravísima polarización donde la mayoría de las personas sólo vemos el negro y el blanco; en el que perdimos la capacidad de ver la inmensa cantidad de matices que le dan color a nuestra existencia, tenemos que esforzarnos en recuperar nuestra capacidad racional para dejar de agredirnos con sandeces radicales que obstaculizan nuestra capacidad de análisis juicioso. Sin eso, nos estaremos condenando a vivir en el mundo de la intolerancia. Y, en ese ámbito de la sanación mental se requiere, necesariamente volver al cultivo del hábito de la lectura, pero el de la lectura de libros en cualquiera de sus géneros; dejar un poco el celular y las tabletas que alimentan nuestra necesidad informativa básica; practicar la relectura de libros que consideramos fueron básicos en nuestra formación. Escribir, retomar la pluma para sacar los demonios es un propósito deseable para cualquier persona que busca la sanación del espíritu. En la noche de año nuevo un amigo poeta me obsequió algunos de sus poemas. ¡Qué regalo más bello! Volver a la poesía, al placer inmenso de releer a Pessoa, a Vallejo o a Neruda, cualquiera que sea la condición social del lector, es un propósito deseable, un regalo para el espíritu. Hacer la canción que dejé inconclusa o iniciar una nueva es, para algunos, un placer indescriptible y, por supuesto, un renglón que se debe incluir en la lista de propósitos. O la elaboración de un mueble, compromiso que mi sobrino realiza con placer, así como la cuna que le tiene prometida a otra de nuestras sobrinas que va a tener un hijo. En fin, en nuestros propósitos para 2023, debemos aspirar a ser mejores; a desterrar las envidias y a dejar de lado las diferencias políticas que no permiten que dejemos de lado la intolerancia para ver la multiplicidad de matices que nos regala esta vida que es maravillosa. luissigfrido@hotmail.com