PUNTO NEURÁLGICO | Lo malo del cambio de horario

Y todos se las creímos, les compramos el argumento, no había por qué dudar de esos honorables hombres y mujeres que por algo habían llegado hasta donde habían llegado: a la máxima tribuna del país a defender las mejores causas de la república.

Luis Sigfrido Gómez Campos

Por disposición oficial se determinó el cambio de horario. Nuestros diputados analizaron concienzudamente los pros y los contras, y establecieron que no existe suficiente razón científica que respalde que los cambios en el horario de verano aporten algún beneficio a los mexicanos; por lo tanto, nuestros diputados decidieron que lo mejor para el pueblo es regresar al modo tradicional de regular el horario.

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Menos mal que contamos con unos representantes sabios que siempre velan por defender las mejores causas. ¿Se imagina usted si no contáramos con ese cuerpo (qué digo cuerpo, cuerpazo) de hombres y mujeres ilustres que se sacrifican por elegir y defender con garra todo lo que es bueno para la sociedad? No me lo quiero imaginar, qué sería de nosotros.

Al parecer nuestros legisladores consiguieron que, por última ocasión, se aplique el próximo 30 de octubre la medida de retrasar los relojes una hora, para, en forma posterior, dejar de aplicar esta medida que ha demostrado ser más perjudicial que beneficiosa para los seres humanos.

Pero, ¿Dónde quedaron las razones de los otros diputados que impusieron esta absurda medida de modificar un horario que no aporta ninguna ventaja para la sociedad? Recuerdo que fue por allá por los años de 1996 cuando se implementó, y se decía que los ahorros en la energía y en la economía eran el principal factor por el cual habría que adaptar nuestros horarios; que el cuerpo humano fácilmente se adaptaba a los cambios y que aprovecharíamos mejor la luz natural que nos aporta el astro rey.

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Y todos se las creímos, les compramos el argumento, no había por qué dudar de esos honorables hombres y mujeres que por algo habían llegado hasta donde habían llegado: a la máxima tribuna del país a defender las mejores causas de la república.

¿Será que esos legisladores, los de 1996, los que implementaron esa medida, no eran tan sabios ni tan probos como los de ahora que sí defienden las mejores causas de los mexicanos?, ¿será que por pertenecer a un régimen conservador no legislaban con honestidad ni sabiduría y solamente se dedicaban a levantar el dedo como les indicaban? O, ¿será que las verdades científicas cambian y, ni hay tal ahorro de energía, como se decía, y sí existen alteraciones a la salud por esas modificaciones del horario?

En todos los casos se esgrimen argumentos científicos para respaldar las posiciones de los legisladores. Si los ahorros económicos y de energía justificaban la medida y si no existía ningún riesgo para la salud de los mexicanos, ¿por qué en tan pocos años la ciencia cambió de opinión?

No es culpa de la ciencia. Los científicos emiten sus teorías y en muchas ocasiones estas alcanzan el grado de verdad. Pero para que esto suceda los procesos de investigación tienen que seguir de manera rigurosa una serie de pasos que toda indagación requiere para adquirir cierto grado de verdad científica.

Por su parte, la argumentación política no requiere del rigor de la ciencia. Su objetivo es persuadir y convencer, es retórica pura que se vale de reflexiones dirigidas a la emoción más que a la razón.

Lamentablemente los argumentos que nuestros diputados esgrimen en la tribuna, a fin de cuentas, tienen como meta fijar los resultados de sus discusiones en un documento que se llama ley y que tendrá aplicación y vigencia para todos; es decir, su objeto final es transformarse en verdad legal, con aplicación forzosa para toda una sociedad.

Dicen que fue Benjamín Franklin quien concibió el horario de verano para que los londinenses disfrutaran de más horas de luz diurna; y que fueron los alemanes los primeros que lo llevaron a la práctica en la primera guerra mundial para que, junto con sus aliados, en las zonas ocupadas, ahorraran combustible.

Y también dicen los que saben, que el cambio horario repercute en el ritmo circadiano de las personas; que existen estudios médicos que aseguran que se provocan desajustes en el organismo, principalmente alteraciones en el sueño, pero que, a fin de cuentas, el cuerpo logra reponerse. Eso dicen.

La secretaria de Energía, Rocío Nahle, desde el poder Ejecutivo y para respaldar los argumentos a favor del cambio legislativo, manifestó que “la falta de sincronización con el medio ambiente” causa “problemas físicos y mentales en el sistema nervioso”. Por otra parte, se asegura que el cambio de horario de verano sólo ha contribuido en un 1 por ciento de ahorro energético anual, desde que se implementó esta medida en el año 1996.

Es decir, argumentos aparentemente convincentes siempre los vamos a encontrar en ambos sentidos. Lo curioso es que en este tema los razonamientos que deberían prevalecer no son los de tipo ideológico, sino científico.

Lo malo de todo esto es que los ciudadanos somos simples sujetos pasivos, destinatarios de la ley. Nos pueden cambiar hasta el horario y, por ende, nuestros hábitos, al gusto de cada grupo legislativo, cuyos miembros, en el mejor de los casos, argumentan con pasión algo de lo que no está convencidos, cuando no, sólo levantan el dedo.

luissigfrido@hotmail.com