Luis Sigfrido Gómez Campos “Todos los mexicanos somos guadalupanos”, decía un eslogan de la iglesia hace más de medio siglo. Frase pegajosa que, si no decía toda la verdad, sí la contenía en un grado muy alto: cifras oficiales decían en ese entonces que el 93% de la población nacional reconocía pertenecer a la religión católica y, según estimaciones de algunos estudios sociológicos, en nuestro país existen más guadalupanos que católicos. Por lo que, si bien no todos somos guadalupanos, una abrumadora mayoría de la gente humilde de nuestro país idolatra a la virgen morena. La devoción que el mexicano, y gran parte de los habitantes de Sudamérica, siente por la Virgen de Guadalupe, va más allá de la religiosidad católica. Los millones de feligreses que anualmente peregrinan hacia la basílica, van a ver a la Virgen, no a escuchar misa. Y la gran mayoría de esos fieles devotos son pueblo, gente sencilla, “es la práctica religiosa de campesinos, indígenas, jornaleros, taxistas, albañiles y obreros que no requieren grandes doctrinas, de encíclicas ininteligibles ni de complejas ecuaciones teológicas”, dice Alberto Barranco para explicar el culto guadalupano. Cuando inició la lucha por la independencia de México el cura Miguel Hidalgo y Costilla, la mañana del 16 de septiembre de 1810, lo hizo enarbolando el estandarte de la Virgen de Guadalupe y, según cuentan las crónicas, entre algunas cosas que dijo el sacerdote en su arenga para convocar a sus feligreses a luchar contra los españoles, fue: “¡Viva nuestra madre santísima de Guadalupe!, ¡viva Fernando VII y muera el mal gobierno!”. Muchos años antes, el clero español ya venía utilizando la imagen de la Virgen morena para catequizar a los nativos de estas tierras. Los indígenas fueron derrotados y sometidos con brutalidad, por eso su conciencia se resistía a aceptar la concepción religiosa del conquistador. Los indígenas mexicanos solían venerar a sus propios ídolos. Se cuenta que, entre ellos, solían adorar, allá por el siglo XVI, en el cerro del Tepeyac, a la madre de todos los dioses, a la diosa madre de la naturaleza y de la muerte: Tonantzin. En ese mismo sitio, en ese mismo montículo al norte de la ciudad de México, nacería la santísima Virgen de Guadalupe. Tonantzin Guadalupe es símbolo de unidad nacional y representa la fusión de dos culturas que consolida la mexicanidad. La Virgen María de Guadalupe tiene existencia propia en la conciencia de los mexicanos, más allá de toda disquisición histórica o teológica sobre su aparición, la Virgen morena adquiere vitalidad milagrosa en cada peregrino que recorre los caminos de México para visitar su santuario. La basílica de la Ciudad de México es el santuario católico más visitado en el mundo, después de San Pedro, en Roma. Este año, el día de ayer, más de 4 millones de peregrinos visitaron dicho recinto, según reportes del propio Secretario de Gobierno de la ciudad de México. “Todo se lo debo a mi mánager y a la virgencita de Guadalupe”, solía decir Raúl Ratón Macías cada vez que era entrevistado después de una pelea de box allá por la década de los cincuenta. Y es que a la Virgen morena se le venera solicitando su ayuda y ofrendándole sacrificios. El pago de mandas por los favores recibidos es la forma que adoptamos los mexicanos para mostrar agradecimiento. Los doce de diciembre son días de fiesta nacional y en todas las parroquias de México dedicadas a la Virgen se cantan las mañanitas. El pueblo participa porque la reina del cielo cumple años de su última aparición a Juan Diego en el cerro del Tepeyac. Y ningún guadalupano pone en duda el fenómeno de su aparición porque es un asunto de fe, y la fe no requiere demostración. Simplemente se cree o no se cree. México es guadalupano y juarista, lo dijo el presidente de México cuya base de aceptación popular subsiste, en gran medida, gracias a este sector de la población que no requiere de complejidades teológicas para fundamentar sus creencias. No existe un estudio que fundamente la aseveración de que la base militante del partido Morena sea mayoritariamente guadalupana, pero me atrevería a afirmar que gran parte de los más de los 89 millones de mexicanos que afirman ser devotos de la Virgen de Guadalupe, un porcentaje muy elevado de ellos, son partidarios de López Obrador. Guadalupe, en tanto nombre propio, es neutro o ambiguo; es decir, se utiliza en personas del sexo masculino y también del sexo femenino. Al parecer proviene del árabe, Wad-al-lubb, que significa “río oculto o río profundo”, aunque hay quien dice que significa “río de amor”. A los hombres que fueron bautizados con ese nombre generalmente se les dice “lupes” sin que suene despectivo; mientras que, a las mujeres se les llama con cariño: “Lupita” y, cuando la persona de sus afectos está enfadada, les llaman por su nombre completo ¡Guadalupe!, o simplemente Lupe. Tonantzin Guadalupe, Reina de México, es sin duda uno de los íconos religiosos más conocidos del mundo católico. En la catedral de Notre Dame, en París, hay una réplica de Santa María de Guadalupe, la Virgen mexicana más venerada en el mundo de habla hispana. luissigfrido@hotmail.com