Marx Aguirre Ochoa En los últimos tiempos, un concepto utilizado reiteradamente en el lenguaje de los gobernantes michoacanos, está referido a la confianza y a la necesidad de restablecer está condición, tanto en la relación de la sociedad con el gobierno y los gobernantes, como en la relación entre la gente misma, entre los ciudadanos. Actualmente, es difícil afirmar que entre los michoacanos exista la confianza y más bien, se desconfían de todo y de todos. La confianza ha llegado a convertirse en un sinónimo de debilidad, vulnerabilidad y exposición a los riesgos del abuso, la arbitrariedad y la inseguridad de las personas y sus pertenencias. Existe desconfianza de todo. Se desconfía de los gobernantes, de los partidos políticos y de los políticos, de los dirigentes de organizaciones de trabajadores, del empresario, de los “curas” y de los maestros, del comerciante y hasta del vecino, de todo aquel o aquello respecto a lo cual no puedan hacerse predicciones certeras de sus acciones o comportamientos o por el simple hecho de no tener referencias, ya causa desconfianza. En conjunto, la desconfianza permea todo el sistema social y su eliminación, posee mayor complejidad de lo que podría suponerse. Lo mismo con las preocupaciones por el uso del teléfono y el trato con conocidos y desconocidos. Existe, sin duda, una cultura de la desconfianza, que a través de las mentalidades está presente en cada momento de la vida diaria. En una perspectiva sociológica, la confianza es una predicción cumplida respecto al comportamiento de los demás. Es la realización de lo que se espera de los otros. Es una anticipación de comportamiento frente a situaciones determinadas. Es una hipótesis de conducta plenamente verificada. Es la confianza depositada en algo o alguien que permite transitar con mayor fluidez, certeza, ánimos y hasta alegria. Por eso, en términos políticos, cuando hay confianza en el ejercicio del poder, en los gobernantes y en el conjunto del sistema político, todo avanza con mayor facilidad y aceptación social. Si un gobernante se hace obedecer por medio de la fuerza, resulta completamente innecesario. Cuando las políticas públicas, los programas, acciones y visiones asumidas por el gobierno, se perciben en sus resultados favorables para la sociedad entonces hay confianza colectiva y legitimidad en las prácticas de mando. Hay en esto dos aspectos fundamentales a revisar: el primero refiere a que los resultados de las conductas sean adicionadas a las expectativas que de ello se tienen y, segundo, que esos resultados realmente se produzcan y resuelvan problemas, es una relación directa entre el propósito y la consecuencia. Esto es, que haya congruencia. En este sentido, la confianza está relacionada con la legitimidad y la congruencia. No hay confianza sin legitimidad como tampoco de congruencia. Confianza y desconfianza corresponden a la existencia de problemas y la manera de cómo resolverlos, en el contexto de una realidad cambiante día a día. Ello permite la afirmación de que la confianza en sus causas y efectos, pueda transformarse en desconfianza, que a su vez, puede sustituirse por la recuperación de la confianza. En este proceso, la fatalidad no existe. La recuperación de la confianza representa un proceso que consumirá tiempo y conductas sistemáticas de congruencia entre lo que se dice y lo que se hace, de correspondencia entre las formas y los contenidos. Es incuestionable que la construcción de una cultura de la confianza, es imprescindible para la convivencia en un marco de respeto a las instituciones y a la buena ley, sin miedos y en la convicción de que es la única opción para construir una sociedad con mayor desarrollo economico, politico y social, aunado a un medio para conseguir la paz. El reto se refiere a la recuperación de la confianza en los distintos ámbitos y niveles, en el trato con los demás, en el policía, la política, en el gobierno, en el trabajo, en la familia, en la sociedad en sí misma, en Michoacán, en el país y en nosotros como seres humanos