La vida cambia rápido, basta un segundo y una ingrata coincidencia para quedar marcado por siempre, los sueños se rompen y el futuro se destruye. No importa todo lo que se había construido, de nada sirve el camino avanzado; en este país y claramente en Michoacán, la rabia de uno, la venganza de otro, el deseo de fregar o simplemente un interés mayor, hacen que la vida no importe, que el daño no se dimensione y que matar sea sencillo porque la impunidad lo permite. Tristemente los michoacanos nos la sabemos de memoria, hemos transitado por el dolor una y otra vez, nos han atropellado, abofeteado y burlado tantas ocasiones que el coraje se cambió por indignación y ésta tampoco sobrevivió. Pareciera que, tras años de ser manipulados, de informaciones falsas y de poderosos protegidos doblamos las manos, y aceptamos que así es vivir en Michoacán, que es imposible salir del sistema, que para ser empresario hay que coludirse, que ser empleado significa ser servil, que ser hombre se demuestra no respetando a la mujer, que la dignidad de la mujer se expresa con el desprecio al hombre y que el buen político es el que roba, pero salpica. Así es como tan sólo en dos generaciones hemos olvidado lo que significaba jugar futbol en las calles de Morelia, nadar en los ríos de tierra caliente, jugar a las escondidas en las huertas de aguacate, pasar el domingo de día de campo en el cerro de El Cacique, dejar ir a los niños a comprar solos a la tienda. De a poco cedimos, día a día nos encerramos, año con año protegimos la casa y terminamos por llorar las pérdidas en absoluta soledad. Hoy estamos envueltos por el miedo de la violencia y las autoridades de Morelia y de Michoacán se mofan asegurando que es cuestión de percepción, que las estadísticas muestran más delitos porque la ciudadanía recobró la confianza y está denunciando, que la impunidad va a la baja. Nada más falta que digan que ahora nos enteramos porque hay redes sociales. Pero afortunadamente la verdad sale a la luz y los hechos son irrefutables, El Sistema Nacional de Seguridad Pública contabilizó los homicidios del primer semestre de 2017 y fueron 12,155; la sorpresa no estuvo en que ese número es 30% superior al mismo periodo del año pasado, sino que mayo había sido el más violento de la historia y junio le arrebató el record con 2,234 muertos con violencia. Con esta tendencia, al final del año podremos llenar el estadio Morelos de cuerpos sin vida, de ejecuciones fruto del deseo de poder y dinero. ¿Por qué no nos sorprende que estemos depredando nuestra propia especie? Porque creemos que no nos toca, que mientras no me involucre en negocios turbios, mientras permanezca callado y no me meta en lo que no me importa, no me pasará nada. Esa justificación nos ha valido para tolerar la corrupción frente a nuestros ojos, a trabajar para una persona deshonesta sin renunciar, a comer en la misma mesa con delincuentes y preferir a quien nos ha traicionado en vez de aquel cuyo liderazgo no sucumbe porque su única lealtad es para la trascendencia. Más de dos mil doscientos velorios en un mes, no todos de delincuentes y muchos menos de quien “se lo merecía”. El llanto de quienes abrazaron el féretro también proviene de ver a niños muertos, a estudiantes que les arrebatamos la graduación, a profesionistas que no volverán a su oficina y a padres que no acariciarán a sus hijos. Todo ocasionado por una mezcla de rabia en nuestros corazones, de querer arreglar la violencia con más violencia y de asegurarnos que el que nos la hizo nos la pague, y lo haga con un dolor mayor. Hace dos días asesinaron a un chofer de transporte público en la Avenida Madero en Morelia, en Zamora balearon a un joven en la Avenida Juárez, todo a plena luz del día. Ambas notas terminan igual, los atacantes huyeron con rumbo desconocido, no se sabe cuál sea el móvil del ataque y las autoridades están investigando. Es cuestión de tiempo, si aún nadie en tu familia ha sufrido sin deberla, seguramente no tardará en que, el que esta semana mató, se defienda del enviado a ajustar cuentas y una bala perdida pueda ser la diferencia entre tu dolor y el de ellos. Personalmente me engancho con el sufrimiento de los demás, no puedo soportar que haya michoacanos con más futuro que otros, que nos arranquen las aspiraciones laborales cuando nos ponen de jefe al recomendado, al pariente o al amigo, me enardece que lo público esté en manos de intereses privados, que se diga buen michoacano quien tiene entre sus amistades a personas que cometen ilícitos. Pero elijo asumirme como sobreviviente en vez de víctima, seguir luchando y abrazar a quienes tampoco se rajan, a aquellos que no se venden ni sucumben a pesar de también haber sido defraudados. La historia sirve para llorarla o para cambiarla. Michoacán está en grave riesgo, la violencia escala y el discurso lo calla, en cada asesinato, en cada robo y en cada abuso matan una parte de mí y una de ti, unámonos exigiendo con la paz que sólo la congruencia otorga. juanpablo@riosyvalles.org facebook.com/jpriosyvalles @jpriosyvalles