Diálogo Mateo Calvillo Paz Necesitamos votar con inteligencia y libertad moral, por el bien de todos en la nación. Debemos elegir a personas virtuosas, con conciencia moral. José Pérez es un obrero bueno, pero vive para él solo. Es un trabajador aceptable. Pero nada le importa el bien común de la colonia, de todos, el cuidado de los lugares públicos, de las cosas de todos. Quiero aportar humildemente un rayito de luz en esta marcha tenebrosa y agitada, político- social de los mexicanos. Porque lo más precioso, la primera riqueza de México son los mexicanos, con una dignidad inalienable, con tantos valores espirituales y morales. Es un imperativo y un honor servirlos, sobre todo a los pobres y humildes. Estamos ante el gran día, trascendente, que debe marcar tiempos nuevos para nuestra querida nación. Necesitamos ser sabios para votar. Formarnos el criterio para elegir a las personas que verdaderamente valen. Necesitamos ser maduros y responsables y votar con sabiduría y recto uso de la libertad, no podemos ser viscerales. No podemos defender los intereses de un grupo o de una persona por encima del bien nacional. Menos podemos actuar con fanatismo y no entender razones, esto nos impide ver los errores, mentiras, los grandes riesgos que conllevan programas defectuosos, amañados. Hay que ir más allá de su sonrisa y habilidad retórica para convencer o para discutir, más allá del aspecto aparente, el traje o el tono meloso de la voz. Es necesario que los buscadores de poder admitan los fundamentos de la convivencia humana: los valores universales, espirituales y morales como la justicia. Su vida debe normarse por el valor innegociable de la justicia, no deben sentirse por encima de la justicia. Es un valor que se impone a ellos, es una actitud absurda que ellos pretendan definir cuándo y a quiénes se aplica la justicia que es para todos por igual. Quien así vive o razona no tiene la virtud de la justicia. La persona que no fundamenta su acción en la justicia es un dictador, un tirano oculto. Es la raza de Hitler, Hugo Chávez y una fila interminable. Es la raza de los caudillos como Plutarco Elías Calles. Son la bestia del apocalipsis que todo lo tritura y lo aplasta, que asesina para defender sus intereses mezquinos. Es fácil distinguir a los tiranos entre los actores de la vida pública. Para acercar a su presa tienen dotes de encantamiento, como el gato o la serpiente que encanta a su presa. Es la fase de los discursos bonitos que prometen mucho dinero y regalos, de lobos actores que se envuelven en un halo de personalidad íntegra, pura, inocente. Que presentan dotes de alma grande, que no quiere nada para sí, toda entrega, abnegación, desprendimiento. ¡Atención! En las campañas asistimos a un pretendido desfile de héroes y de santos, de supuestas personas humildes que renuncian a todo por el pobre y el humilde, sin dobleces, sin intenciones ocultas. Es el pueblo de México, hasta el último de los ciudadanos el que tiene que recuperar la justicia. El pueblo tiene a sus dirigentes, salidos de él, con la misma corrupción y mañas. Cada corazón tiene una parte de corrupto e injusto. Si amamos la justicia y la equidad y la llevamos a la práctica no podremos tolerar a quienes tienen muchas habilidades pero están llenos de injusticias. No podremos dar el voto a corruptos e injustos. La conciencia moral que percibe la justicia, la acepta y se norma por ella, tiene una lucidez plena para detectar al mentiroso, ventajoso, que oculta intenciones egoístas y mezquinas. Vemos como los líderes caen en su propia patraña, se envuelven en su propio juego como “raza de víboras, sepulcros blanqueados, hipócritas”, como proclama el Maestro. Si el ciudadano humilde también vive en injusticia y falsedad crea el ambiente de la corrupción y todos los crímenes. La cuarta gran transformación de México, que alguien anuncia, es imposible si los líderes no se transforman primero así mismos, en todos sus hechos, no sólo en el discurso narcisista, de quienes se recomiendan así mismos y se echan flores, que afirman que todo lo han hecho bien, sin limitaciones ni maldad. La transformación de todas las personas, de la cúspide a la gran base, es primero.