Mateo Calvillo Paz Para empezar el año necesitamos serenidad, entusiasmo y fe en un vendaval violento y poderoso de todas las crisis. Una vista panorámica Hay que bajar de la enajenación de las fiestas de fin de año y abrir los ojos de la realidad desafiante y terrible de las crisis que nos golpean, de las 10 plagas de Egipto. Por su riqueza simbólica y su fuerza que nos maneja sin sentirlo las fiestas nos hacen olvidar la realidad cruel e invencible que enfrentamos, ni modo, nos adormecen ante la realidad desafiante que tenemos que sortear y superar. A todos nos gusta la fiesta, a los latinoamericanos nos encanta. A veces nos produce una especie de embriaguez y nos arrastra a tomar actitudes de exceso, de descontrol, nos lleva a conductas de irresponsabilidad. Como efecto del alcohol, perdemos el control y somos llevados a conductas inaceptables, perdemos el sentido de la proporción y descuidamos problemas vitales que exigen un tratamiento puntual. El alcohol inhibe el sentido de la proporción en las actividades que por un rato de placer descuidamos tareas, obligaciones, compromisos más importantes que una fiesta. También el alcohol inhibe la percepción del peligro y no nos importa dejarnos arrastrar por situaciones imposibles. Somos incapaces de medir las consecuencias irreparables de situaciones que afectan a nuestra persona y a las personas que más queremos, así como a la querida nación y a la humanidad en todo el planeta. ¿Podemos reaccionar y poner en orden nuestras facultades tomar la dirección correcta de nuestro actuar y ser sabios y salirnos de situaciones que nos llevan a situaciones catastróficas, irreversibles y extremadamente dolorosas? Necesitamos romper nuestra prócer apatía, recuperar el control del homo sapiens y conectar seriamente con el trabajo y adoptar una actitud sobria, digna de un ser humano. Debemos recuperar nuestra dignidad, seriedad y capacidad de trabajo, nuestra grandeza, nuestro orden, madurez para trabaja, r enfrentarnos al vendaval de todas las crisis en la quilla de la Barca y poniendo el pecho y la frente al por palabra del impacto gigantesco, fortísimo del vendaval de todas las crisis: la del autoritarismo, necedad del gobierno, del gasto caprichoso y desafortunado del dinero de la nación, de la emergencia educativa que nos hace ir a la cola de los países del mundo, de la violencia asesina del país ante el Estado fallido, sin ley ni policía, sin justicia ni derecho, etc. etc.… La luz de lo alto El discurso oficial es perverso, falaz, niega todas las crisis terribles en todas las áreas de la existencia. Engaña al pintar un mundo tranquilo, sin problemas, donde la gente es feliz muy feliz. Bloquea la reacción oportuna inmediata que pudiera enderezar el rumbo y salvarnos de la caída de consecuencias inimaginables, de la catástrofe, de todos los sufrimientos y la muerte global de la gran familia mexicana. Es un deber del presidente que eligieron algunos mexicanos, no todos, y aceptó la responsabilidad de la gestión de la cosa pública y de los destinos de México, despertar de su letargo prócer y atávico, aunque deje de ser el “pueblo bueno” que se deja hacer y aplauden a quien le habla bonito. ¿Qué podemos hacer, la situación es imposible, fatal? Recuperar la esperanza que por palabra de un Movimiento ha recuperado para fines mezquinos, ha secuestrado y la convertido en su bandera, vaciándola de su empuje vital y volviéndola vena. No todo está perdido. El reto parece imposible pero no lo es ante el poder de la persona, su nobleza, su energía que es capaz de vencer las pruebas más terribles. David vence a Goliat. El más grande líder de la humanidad, mi héroe, ante la prueba suprema tranquilizar a sus seguidores: “no teman, yo he vencido al mundo”. La fe en Dios y en las personas nos da una claridad de visión purísima y una grandeza ante la cual no hay peligro ni obstáculo demasiado grande. Con la fe en Dios todo es posible, aunque nos encontremos al límite de la resistencia humana. Queremos que podemos ante situaciones imposibles. Recuperamos el ánimo y la fuerza para luchar y sacar la Barca de México de la tormenta enfurecida y gigantesca. Tenemos un compromiso que asumir sin medir los riesgos y el costo que va a tener. Somos responsables del destino de México. En democracia el que hace la historia es el pueblo audaz y rebelde ante las necedades. Es importante cobrar ánimo y analizar lo que urge hacer para no unirnos en el vendaval y perecer. México debe sacar su grandeza que palpita en cada mexicano. Es tiempo de luchar sin escatimar esfuerzo y conscientes de la victoria. La transformación que no es palabra vana, la verdadera transformación que supera el populismo y las artes retóricas nos esperan. Vamos allá con la victoria en el corazón y en el horizonte.