Mateo Calvillo Paz ¿Es una cita fatal, un espanto, una liberación? La muerte es una realidad ineludible, incontrolable, vendrá sin fallar. Una vista panorámica El día de los muertos es una fiesta de gran colorido y bullicio que conmueve a la sociedad. Entramos a la fiesta, es algo alcanzable y profano pero que tiene profundidades inasibles. La mayoría de la gente da la impresión de vivirla en la superficialidad, muchas veces en la inconciencia, en una dinámica de diversión y de huida de la realidad. Se trata de una tradición de hondas raíces históricas, herencia principalmente de la rica cosmovisión católica y de las culturas originarias de Mesoamérica. Es una conmemoración que interesa a la familia en su sentido amplio. Tiene gran riqueza emotiva porque se hacen presentes a seres muy queridos que ya no comparten la existencia cotidiana pero que siguen vivos en el imaginario colectivo. De alguna manera se asoma en esta fiesta el más allá, hay una dimensión trascendente, que repasa los límites de lo cotidiano con sus fronteras de tiempo y de espacio. Una dimensión meta material, espiritual e inmortal proyecta su resplandor. Parece que muchas personas se quedan en la fiesta de los placeres del cuerpo: las ricas ofrendas de calabaza en tacha, de elotes tiernos cocidos, chayotes y la riqueza exquisita de la gastronomía del país. A esto se suma la embriaguez de los viajes turísticos y de las bebidas alcohólicas. Sin duda hay personas creyentes que atienden a un llamado de la fe y piensan en el destino eterno de sus seres queridos que ya partieron. Se multiplican las intenciones de la misa, los responsos, los rosarios y plegarias por los seres queridos. Hay una riqueza innegable para las relaciones familiares, de acercamiento cordial y exclusivo que renueva los plazos una alegría profunda y diferente. Las relaciones interpersonales se retroalimentan, encuentran nueva frescura, entusiasmo y proyección al futuro. El 2 de noviembre es una fiesta que se espera con gusto y tiene un lugar importante en el año civil. La sabiduria de lo alto La muerte es un enigma existencial, absolutamente determinante. Es como un abismo que se abre sobre otros abismos, es como un universo que desemboca en otros universos. El enigma de la muerte proyecta su luz en el enigma de la vida, la dimensión de la vida.: ¿nuestra existencia llega solamente a los límites materiales de tiempo y espacio, todo termina cuando el cuerpo de materia se desgasta y toca a su fin? Aparece entonces el enigma del más allá, una dimensión inmaterial que sobrevive al cuerpo que se derrumba, la dimensión espiritual que sobrevive a la muerte del cuerpo. Se abren otros enigmas de una existencia inmortal para la gloria o para la maldita condenación. Y aparece el otro enigma que explica todo: el universo y las nada, el cosmos y su movimiento hacia la consumación, el Misterio de Dios. En la cosmovisión cristiana y mesoamericana, el individuo racional es un espíritu que habita en un cuerpo, en perfecta simbiosis. Es un ser que habita un mundo perecedero pero que está llamado a trascenderlo. La muerte no es el final, es un lindero, un paso hacia el mundo inmortal. Es el mundo de las ideas de Platón, es el paraíso de la gloria donde florecen los más preciados sueños del ser humano. El hombre moderno, con frecuencia, se deja atrapar en la materia y se desliga de la dimensión espiritual y eterna, es materialista y mundano, su horizonte sólo llega a la muerte. Esta tiene un sentido traumatizante terrible del final definitivo, del choque que el ser humano no asimila, el aniquilamiento, la vuelta a la nada. En la cultura tradicional indígena y occidental europea, la simbiosis de lo espiritual y lo material es armoniosa, como el mundo material es transparente y deja aparecer el mundo del espíritu donde se encuentra Dios, el mundo de lo divino. La muerte tiene otro sentido, es una liberación, es el amanecer del día nuevo maravilloso del mundo trascendente y definitivo. En el mundo materialista, todo se juega en los límites del tiempo y del espacio: los negocios, el éxito, el placer, la felicidad. No hay que preparar nada más. En la visión trascendente de la realidad total del hombre, la muerte se vuelve ligera, no tiene el trauma del aniquilamiento, es un lindero del mundo más amplio, inmortal, de las realidades de felicidad, de plenitud. En este caso el mundo, sus negocios y éxitos son provisionales y pasajeros. El sabio, el Santo aprovecha para preparar su salto inmortal a la gloria. En este paso hay un guía que vino del más allá, de la Gloria para enseñarnos el camino, despejar las sombras. es el dueño del Reino de la vida, de la felicidad total y de la gloria y lo comparte como herencia.