MATEO CALVILLO PAZ ¿A qué se parece México?, a algo horrible, es un enorme campo de matanza, dondequiera asesinan con una naturalidad y facilidad, nadie protege, nadie pone remedio. Es muy doloroso reconocerlo. Horrorizan las muertes de las mujeres: Abigaíl en Salina Cruz, Oaxaca, otra en Nuevo León, otra en Jalisco, y en todos lados. Ya no es como antes cuando se respetaba a la mujer. Con qué facilitar se perpetran las masacres. Se trata de hermanos, hijos de Dios, así anden en los cárteles, se han sicarios o narcos, el asesinato es abominable, insoportable. Se deben detener las matanzas en México, ya. Nuestro tiempo asiste a la caída de la civilización y el orden moral, se derrumban, se hacen polvo. Se ha perdido la conciencia moral, los asesinos con sus cómplices y padrinos se pasan la ley por el arco del triunfo: “ya sabes quién”, afirmó: “y no me vengan con eso de la ley”. ¡Que el respeto a la ley! es letra muerta, sirve para guardar las apariencias de orden social, de autoridad. Todo mundo destruye, despoja y mata, en el vacío de la ley y con total impunidad y las fuerzas del orden duermen, la autoridad duerme, deja un gran vacío. Tienes miedo de salir de casa, los criminales caminan a tu lado y nadie te protege, no hay ley. Como en lo físico estamos perdiendo la forma humana y nos convertimos en bolas de grasa, en la convivencia ordenada conforme al estado de derecho, teniendo como marco un código de moral, perdemos la condición humana, nos degradamos al nivel de los brutos o de los demonios. No usamos la inteligencia para buscar lo mejor. Lo más noble y puro. No usamos la libertad para hacer el bien, cumpliendo los mandamientos, respetando un código de moral. Hay quien dice: tengo la conciencia tranquila, pero es pura retórica. No nos dejamos llevar por las ventajas materiales de una vida fácil e irresponsable y actuamos como bárbaros y criminales por el dinero fácil y lleno de inmundicia. Es el total desorden y el reino del crimen. La gente de un pueblo de Chihuahua asesina sin razón una cría de oso. Se generalizan los feminicidios. Agarran a Abigaíl, la meten en prisión donde la asesinan. Para encubrir culpables dicen que se suicidó. ¡Que bajo ha caído la especie humana! ¡De lo que somos capaces! Meten a la cárcel “peces gordos”, no por hacer justicia sino por ventajas políticas y para colocar afirmaciones vanas y estériles. La luz de Dios Abramos los ojos a la realidad: el país se nos desmorona, se nos deshace entre las manos, sin la clase política comprometida que mira al cielo y está totalmente ocupada en el gran teatro de la política: acaparar todo el poder, mantenerse en él… Un asesinato es un crimen absurdo, de lesa divinidad, se atenta contra la vida humana que sólo Dios puede dar, contra un destino personal, eterno, se destruye la imagen viviente de Dios. ¿Qué hace la autoridad, las fuerzas del orden público, los funcionarios de la fiscalía? ¿Por qué no bajan de la burbuja, de la nube de sus proyectos y deseos del primer mandatario? ¿Por qué no dejan la realidad virtual de la narrativa, y descienden a la realidad y se manchan los zapatos del polvo y sangre y abren los ojos a la miseria humana y los oídos al alarido fúnebre, al grito desgarrado por los hermanos o esposos sacrificados, a un llanto insoportable y a un dolor insondable e indecible? La gente experimenta un total desamparo, tiene la experiencia de un gran vacío de policía, los agentes están ausentes, no actúan en el momento del crimen. Parece que no ven ni oyen o no tienen la orden de actuar, la gente experimenta la pasividad e inutilidad del orden público. La gente vive un gran vacío de las fuerzas del orden, de las estructuras de gobierno que mantiene el orden, el estado de derecho, pero crean el caos, y el vacío de autoridad. Nuestro tiempo se caracteriza por la pérdida de los ideales. ¿Dónde está el hombre honesto, de conducta intachable, que conserva su dignidad y no se mancha con crímenes, mentiras, hipocresía? Es imposible encontrar en la turba al hombre limpio, de conducta impecable. Que lejos está el hombre santo, constructor de una civilización de excelencia, con los más altos valores, ejemplo de respeto y amor, en el estado de derecho, la justicia y la verdad. Esa sociedad ha desaparecido del planeta. No vamos hacia niveles más altos de perfección, hacia una sociedad de sabios y de santos. Hombres y mujeres andan desatados, como energúmenos, sin control, la especie humana se ha degradado peor que fieras, como demonios. ¿Qué hacer para cambiar el rumbo, recuperar la dignidad, el sentido de la vida y la paz perdida? La gran familia católica, guiada por los obispos, está en pie de guerra para recuperar la paz, que es la conducta recta, el fin de la corrupción y la mentira y soberbia de los poderosos. Hay que empezar la verdadera Transformación de México, no la que existe sólo en los deseos y sueños del presidente. Hay que transformar al mexicano, a la mexicana, hacer hombres nuevos con la novedad, pureza y libertad de Jesucristo que inauguró el mundo nuevo hace más de dos mil años. Hay que hacer alianza con Dios que tiene el poder de crear mundos nuevos, sanar a los corruptos y resucitar muertos.