Resulta verdaderamente difícil resumir en unas cuartillas los acontecimientos del movimiento estudiantil revolucionario de 1968 que tuvo como final trágico la masacre consumada en La Plaza de las Tres Culturas, ubicada dentro del conjunto habitacional de la Unidad Nonoalco-Tlatelolco en la ciudad de México, el día 2 de octubre de ese mismo año. No obstante, se intenta hacer un bosquejo de los hechos más relevantes con el propósito de que las nuevas generaciones se formen una idea que podrán enriquecer con la gran cantidad de libros y artículos que se han publicado por medios impresos y en la Internet. Este fenómeno sociopolítico se inició a raíz de un pleito entre jóvenes estudiantes o pandillas de la Escuela Preparatoria “Isaac Ochoterena”, incorporada a la UNAM, y de las Escuelas Vocacionales números 2 y 5 del IPN, en el cual intervino la policía con lujo de fuerza el 22 de julio de ese mismo año y poco después tomó ambas instituciones educativas. Del 26 al 29 de julio, varias escuelas iniciaron un paro de labores como protesta, entre ellas la Preparatoria Número 1 de San Ildefonso, a donde entraron los soldados, para lo cual utilizaron una bazuca con la que destruyeron la puerta sin importarles que se tratara de una pieza histórica hecha con madera tallada en el siglo XVIII. El 30 de julio, el rector de la UNAM Javier Barros Sierra condenó públicamente esos actos represivos, se pronunció a favor de la autonomía universitaria e izó la bandera nacional a media asta. Ese mismo día, encabezó una marcha a lo largo de la Avenida de Los Insurgentes. El día 2 de agosto, la UNAM, el IPN, la Escuela Nacional para Maestros, la Escuela Normal Superior, la Escuela Nacional de Antropología e Historia y la Escuela Nacional de Agricultura, acordaron integrar el Consejo Nacional de Huelga (CNH), cuya tarea inmediata fue elaborar el pliego petitorio que contenía los siguientes puntos: 1) Libertad a los presos políticos, 2) Destitución de los generales Luis Cueto Ramírez y del teniente coronel Armando Farías, 3) Extinción del cuerpo de granaderos, 4) Derogación de los artículos 145 y 145 bis del código penal federal que tipificaba el delito de disolución social, 5) Indemnización a las familias de los muertos y a los heridos, víctimas de las agresiones en los actos represivos iniciados el viernes 26 de julio, y 6) Deslinde de responsabilidades de los actos de represión y vandalismo realizados por las autoridades a través de los policías, los granaderos y el ejército. A partir de ese día, se realizaron múltiples acciones de todo tipo en la lucha por lograr esos objetivos: manifestaciones, desplegados en los principales diarios, entrevistas con funcionarios, organización de brigadas, distribución de volantes, declaraciones a la prensa que en su mayoría estaba controlada por el gobierno, quema de camiones, etc., etc. Quienes tuvimos la ocasión de estar en la ciudad de México por esas fechas pudimos darnos cuenta de que se vivía un ambiente de crispación, pues constantemente las fuerzas armadas reprimían las actividades en pro del movimiento, realizadas por maestros, estudiantes, intelectuales, obreros, amas de casa y gente del pueblo. Con frecuencia pasaban camiones con granaderos dispuestos a sofocar cualquier acto mediante el uso de gases lacrimógenos y, desde luego, toletes. Los camiones estaban pintados con frases en contra del gobierno, en las paredes había consignas y dibujos del presidente de la República, muchos tenían insultos. El 28 de agosto tuvo lugar una manifestación muy concurrida en El Zócalo o Plaza de la Constitución. Allí se propuso que deberían permanecer hasta el día primero de septiembre. Obviamente, se pretendía interrumpir las prácticas inveteradas del Partido Revolucionario Institucional y sus principales sindicatos con motivo del 1 de septiembre, fecha en la cual el Presidente debía concurrir a la sede del Congreso de la Unión a rendir su informe sobre su gestión gubernamental. Allí permanecieron durante algunas horas de la noche, pero en la madrugada se abrieron las puertas de Palacio Nacional para que salieran muchos vehículos del ejército para deshacer el plantón. Los estudiantes huyeron por donde pudieron. En su informe, el presidente dijo estar dispuesto a tomar las medidas que fuesen necesarias para resolver ese problema y llegar hasta donde se requiriera. Esta era una clara advertencia de que el gobierno no iba a transigir. Y así ocurrió. El 2 de octubre, a las 5 de la tarde se programó la realización de un mitin en La Plaza de las Tres Culturas, al que concurrió una multitud de personas de diferente condición económica, posición ideológica y política. Había ancianos, niños, mujeres, maestros, intelectuales, pero sobre todo muchos estudiantes. Rodearon la plaza todos los cuerpos policiacos: ejército, granaderos, policías judiciales y el grupo paramilitar “Olimpia”, integrado por militares vestidos de civil. De pronto un helicóptero apareció en el cielo y arrojó una luz de bengala. Al parecer era la señal. Los francotiradores empezaron a disparar contra los elementos del ejército y este repelió la agresión. Según algunos investigadores, en la matanza participaron más de ocho mil militares de diversos cuerpos que dispusieron de 300 vehículos especializados como tanques, tanquetas, medios blindados y jeeps con ametralladoras. Fueron disparadas 15 000 balas. No se sabe con exactitud cuántas personas murieron, pero quienes han reconstruido los hechos calculan que fueron alrededor de 300, más de 600 heridos y muchos desaparecidos. Los voceros del gobierno informaron que no pasaban de 20, después informaron que habían sido entre 30 y 50. Un elevado número de los asistentes al mitin fueron detenidos para integrar la averiguación previa y, posteriormente, a los principales dirigentes se les consignó a los jueces, quienes tenían la consigna de emitir sentencias en las que se les responsabilizaba como autores de diversos delitos y fueron enviados a la cárcel de Lecumberri (Lugar bueno, nuevo en lengua vasca), donde purgaron penas de varios años, fueron torturados y vejados, pues las autoridades penitenciarias propiciaron que los presos político fueran agredidos por criminales que se encontraban en la misma cárcel. En su quinto informe de gobierno, Gustavo Díaz Ordaz dijo: “Asumo la responsabilidad ética, moral, jurídica e histórica con relación a los hechos ocurridos el año pasado.” Esto era el colmo del cinismo. Pero lo más grave fue que todos los diputados y senadores se pusieron de pie para aplaudir por más de quince minutos aquella actitud estúpida de un hombre al que le hizo falta inteligencia para resolver ese problema en forma adecuada. Con esos políticos, para qué quiere el pueblo de México enemigos si allí los tiene y de sobra. Como consecuencia del movimiento del 68, surgieron grupos guerrilleros y una actitud crítica hacia el gobierno. Todo esto contribuyó para que en 1977 se realizara la reforma política que favoreció no a la democracia, pero sí la alternancia en el poder público. Pero, ¿qué ocurrió al interior del gobierno federal, y, más concretamente, entre los comandos de las fuerzas armadas? "Días después de la masacre, Lázaro Cárdenas se entrevistó con el General Marcelino García Barragán, para pedirle que gestionara con el presidente Díaz Ordaz la liberación de los presos políticos. Conocedor de los principios de autoridad militar, el secretario de la Defensa reviró: "Usted fue secretario de la Defensa y presidente de la República. Como presidente no toleraría una petición semejante a la que me pide que haga al presidente Díaz Ordaz, y como secretario de la Defensa tampoco se atrevería hacerle al presidente la petición que me aconseja." El general Cárdenas trató de convencer a su camarada de armas. Argumentó sobre la conveniencia de la medida para la estabilidad del país. El general García Barragán le preguntó por qué no hablaba él personalmente con Díaz Ordaz. El ex presidente respondió: "Yo ya hablé con él, y me contestó que no los podía echar fuera porque tú te podías enojar..." La discusión entre ambos generales continuó, hasta que García Barragán sentenció: "... lo que usted me pide no lo hago, ni como soldado ni como hombre..." El secretario de la Defensa Nacional le contó entonces al ex presidente lo sucedido el 2 de octubre de 1968. "Eran las 7 de la mañana, estaba en mi despacho, donde tenía varios días durmiendo en la secretaría con mi Estado Mayor, mi secretario particular y ayudantes planeando la forma de terminar con el movimiento; en esos momentos llegó el capitán Barrios (actual subsecretario de Gobernación), del que esperábamos sus informes para completar mi plan. Reunidos en mi despacho, escuché los informes y pregunté al capitán Barrios: '¿Podremos encontrar en el edificio Chihuahua algunos departamentos vacíos donde meter una compañía?' Barrios me contestó: 'Déjeme ver'. Tomó el teléfono y habló con el general Oropeza, me pasó el audífono y le dije a Oropeza que me consiguiera para antes de las dos de la tarde los departamentos que pudiera para meter una compañía; en media hora tenía conseguidos tres departamentos vacíos a mi disposición, uno en el tercer piso y dos en el cuarto piso. " "Serían las 11 de la mañana del 2 de octubre cuando recibí ese informe que necesitaba para completar mi plan, que nada más yo sabía, pues el Estado Mayor me indicó que no encontraban la forma de aprehender a los cabecillas sin echar balazos. “Ordené al general Castillo que con el general Gómez Tagle y el capitán Careaga se fueran inmediatamente a reconocer los departamentos vacíos del edificio Chihuahua y estuvieran de regreso con las llaves a las 12:30; así lo hicieron. Ordené poner centinelas con la Policía Militar, para que no dejaran subir a nadie ni entrar sin mi permiso personal, para evitar alguna infiltración e indiscreción; se cumplió, se cumplió al pie de la letra. “En mi despacho mandé traer sandwiches y refrescos, desayunamos y comimos; mi plan consistía en aprehender a los cabecillas del movimiento, sin muertos ni heridos; éstos tenían cita a las cuatro de la tarde en el tercer piso del edificio Chihuahua para celebrar el mitin el 2 de octubre en la Plaza de Tlatelolco." El secretario de la Defensa siguió narrando con detalle lo sucedido y el general Cárdenas tomó notas con atención. Entre los actores a los que hizo referencia estaba una figura clave de la política mexicana a partir de aquel entonces: el capitán Fernando Gutiérrez Barrios. Al concluir, García Barragán le preguntó: "¿Todavía cree usted en que son presos políticos los que prepararon esa trampa al pueblo y al ejército para que hubiera muertitos y tener esa bandera para seguir su agitación?" “No contestó. El viejo revolucionario michoacano respondió: "Voy a hablar nuevamente con el señor presidente; gracias por el desayuno." Se despidió del secretario de la Defensa y tomó su coche.”