Leopoldo González Desde hace años, el platillo favorito de una porción importante de mexicanos se llama “gobierno”, esto porque en las mesas de muchos se desayuna, se come, se merienda y se cena precisamente “gobierno”, sin excluir que hasta en los postres y charlas de sobremesa es la comidillapreferida de miles y algunos más, por razones que sería largo enumerar. México no es el único caso en el que se habla tanto y tan mal, con o sin razón, del gobierno.En buena parte del mundo el sustantivo gobierno es portador de propiedades linealmente maléficas y nefastas: es una marca negativa, la sola fonética de su pronunciación podría generar urticaria u otros síntomas de irritación o malestar, a lo cual debe sumarse que no es -desde ninguna perspectiva- un sujeto querible. Si en el mundo desarrollado y las economías de punta la noción de “gobierno” entró en crisis por el apogeode un pensamiento antisistema y la búsqueda de cierto descentramiento, no exento de delirio, ello se debe a que en esos países no se ha sabido incorporar a las minorías periféricas -que constituyen la voz de la marginalidad- al pacto que cohesiona y da funcionalidad al sistema. En estos casos la trama rusa opera como un factor disolvente: con sólo activar un algoritmo cibernético introduce y amplifica la disonancia por sistema, exacerba conflictos internos y hace trastabillar a gobiernos que parecían sólidamente asentados. En todo caso, frente a desajustes internos y estrategias de disonancia externas, los países desarrollados tienen tres ventajas que no tienen los países emergentes: Sociedades ilustradas o cultas, vocación de Estado y un gran sentido de la institucionalidad. En países como México, la evidencia histórica y la actualidad social parecen indicar que aquí, donde se suele ver con secreta simpatía al transgresor de la ley, encubrir al pillo y premiar al bribón, el antigobiernismo parece una condición sociológica recurrente, mientras que el anticentralismo asume los modos de un rasgo cultural dominante en nuestra sociedad. Si a esto se suma que el gobierno hace muy poco, o frecuentemente nada, para recomponer su imagen y congraciarse con la ciudadanía, pues sigue haciendo cosas malas que parecen buenas y cosas buenas que parecen malas, definitivamente no ayuda a despercudir su rostro ni a volverse un sujeto querible. Necesitamos un gobierno que realmente lo sea: no un guiso ejecutivo que sólo sirva para “alegrar” las papilas gustativas en la mesa de los mexicanos. leglezquin@yahoo.com