Miguel Ángel Martínez Ruiz Los recientes sismos que causaron el deceso de cientos de compatriotas y destruyeron una gran cantidad de viviendas y edificios en nuestra capital mexicana, es un motivo para recordar el pasado de esa gran urbe. La historia del pueblo azteca no se conoce cabalmente, porque tanto los orígenes como el pasado más antiguo fueron transmitidos de generación en generación mediante relatos orales durante muchos años. Se tiene conocimiento de algunos hechos ocurridos durante el viaje emprendido por los aztecas, con base en un documento conocido como “La Tira de la Peregrinación”, desde que salieron de Chicomóstoc, “el lugar de las siete cuevas”, el cual era considerado como la matriz que los había parido, pero también era el camino que conducía a Mictlan, “el mundo de los muertos”, y fueron a establecerse en una isla –real o imaginaria- llamada Aztlán o Aztatlán, “el país del amanecer o de los tiempos primeros”, también señalado como “el país del color blanco, junto a las garzas”, del cual procede la palabra azteca. Ellos creían, al estilo de muchos pueblos, que habían salido del centro de la tierra, pero se supone con fundamentos más o menos verdaderos, sin saberse el lugar exacto, que venían del norte. Desde allá caminaron en procesión a partir del año 1168 de nuestra era, aproximadamente, guiados por un grupo de sacerdotes y dirigentes guerreros, quienes recibían, según ellos, órdenes del dios Huitzilopochtli, quien les decía: -“Yo los iré conduciendo adonde habrán de ir; apareceré en forma de águila blanca, siempre estaré con ustedes para señalarles el lugar en el que deberán establecerse, allí harán mi templo y la gente construirá sus casas, pero tendrán que vencer a todos los enemigos que son los pobladores del lugar sagrado, pues ustedes son como el águila, el jaguar y el tigre, llevarán flechas y escudo. Son el pueblo elegido, muy pronto se convertirán en una gran nación.” Algún tiempo después, llegaron a Coatepec, “cerro de la serpiente”, muy cerca de Tula, con un lago lleno de peces y aves acuáticas. Ahí recibieron la influencia cultural de los toltecas que a su vez habían aprendido mucho de los teotihuacanos, ambos pueblos habían alcanzado grandes progresos en todos los órdenes: económico, político, social, arquitectónico, científico y religioso. No obstante las buenas condiciones en que se encontraban, decidieron por indicaciones de su dios Huitzilopochtli seguir en busca de la tierra prometida. En esa emigración los sacerdotes-guerreros llevaban en una estructura de madera al dios de la guerra, lo que les dio desde un principio el carácter de un pueblo combativo, cuyo objetivo siempre fue dominar al mundo. La ruta de los aztecas pasó por diferentes lugares: Atitalaquia, Tlamaco, Atotoniltonco, Apaxco, Tequixquiac, Zumpango, Xaltocan, Ecatepec, Tulpetlac, Tepayocan, Tepeyac, Pantitlán, Tenayuca, Azcapotzalco, Popotla, Acolnáuac, entre otros, hasta llegar a Chapultepec, donde se asentaron autorizados por los tepanecas, dueños de ese sitio y establecidos en Azcapotzalco. Por ser la última tribu en llegar a la región de los lagos en el centro de lo que actualmente es el Valle de México, los aztecas fueron vistos con mucha desconfianza y no tardaron en tener problemas con otros grupos de los alrededores. Según la leyenda y algunos testimonios, al salir expulsados de Chapultepec, después de sostener una batalla que perdieron, los aztecas tuvieron que refugiarse en un islote situado en medio del lago de Texcoco, muy semejante a su lugar de origen, Aztlán. Sus enemigos los obligaron a replegarse en esa isla, cuyas condiciones eran muy difíciles. Se dice que allí había sido sembrado el corazón de Cópil, un hechicero, enemigo de Huitzilopochtli, y de ese corazón surgió el nopal de las tunas, consideradas como corazones rojos, donde se posó un águila, la cual estaba devorando una serpiente. Ese era el símbolo sagrado del que les había hablado su dios. Los sacerdotes y varios guerreros vieron ese “gran milagro”. Allí sería su patria definitiva. Entonces brotaron los árboles blancos, varios manantiales de agua blanca, roja y azul. Al día siguiente, regresaron y pudieron ver que toda aquella realidad era ahora blanca como en Aztlán: el ahuahuete, el sauce, las cañas, los juncos, los carrizales, las espadañas, las ranas, los peces y las culebras de agua eran blancos, igual que en Aztlán. ¡Fue una visión maravillosa!, que hizo llorar a los ancianos de tanta felicidad. Ese mismo día, que era el 13 de abril de 1325, se presentó un eclipse solar: el sol y la luna se enfrentaron en una lucha de poder, por un momento el mundo quedó sumergido en la oscuridad, muchos temblaron de miedo, pero pronto vino la luz. ¡El sol había resultado triunfante sobre su enemiga, la luna! Y ellos, como hijos del sol, gritaron de alegría. Pero, ¿qué significado tenía para los aztecas el nopal, el águila y la serpiente? El águila era el símbolo del sol, el mismísimo Huitzilopochtli, y el cielo diurno; la serpiente –por ser un reptil— representaba a la madre tierra que era otra de las diosas del pueblo azteca, encargada de dar el alimento; y el nopal era el árbol de los corazones rojos, indispensables para rendir homenaje a su dios en los sacrificios humanos que realizaban, pues, de no hacerlo, según sus creencias, el sol no tendría suficiente energía para vencer a la luna diariamente y, al no salir el día siguiente, las estrellas descenderían a la tierra en la oscuridad de la noche, convertidas en seres monstruosos que devorarían a la humanidad entera. La altiplanicie mexicana estaba ya ocupada por otros pueblos del mismo o de diverso origen étnico; y, por tal motivo, el pueblo azteca tuvo que enfrentar luchas y rechazo hasta lograr su establecimiento definitivo. Para lo cual, se vieron en la necesidad de empezar de nada, pues las condiciones de la isla eran muy pobres: solo disponían de los alimentos que les proporcionaba el lago; con carrizos y paja construyeron una ermita para rendir culto a su dios, eran tributarios de los tepanecas, a quienes les pagaban una especie de renta por vivir en la isla. Deberían entregarles gran parte de los productos que obtenían del lago. Desde entonces, y siguiendo el mensaje que les había enviado el dios Huitzilopochtli a través del águila sobre el nopal, la cual devoraba todo tipo de aves y serpientes, iniciaron su lucha por alcanzar su independencia. Esto para ellos significó que su dios, como dios de la guerra, podía vencer a sus enemigos y él estaba de parte del pueblo mexica, nombre que ellos adoptaron desde el momento de llegar a la isla. Había otras: la isla donde se asentaron que era la más grande, además la de Tlatelolco, otra más pequeña de nombre Nonoalco, pero muy cercana a la anterior, la Mixhuca y la de Tultenango. Tanta era su pobreza, bajo el dominio de los tepanecas, que tuvieron que hacer grandes esfuerzos y del dios de la guerra tomaron el carácter para sobreponerse a todas las desventajas imaginables, pues el islote era casi un pantano, buscaron alimentos por medio de la pesca y la caza, primero; después construyeron camellones, terraplenes y chinampas para el cultivo. Sembraban maíz, frijol, chile, calabaza, jitomate, miltomate, bledos y chía, como alimentos básicos. En menos de doscientos años, los aztecas lograron importantes avances culturales: hablaban una lengua perfecta, tenían una escritura pictográfica e ideográfica; inventaron una aritmética original, crearon su propia religión, conocieron mucho de la astronomía, tenían un calendario exacto, construyeron casas, templos, palacios, pirámides, juegos de pelota, murallas, diques para evitar el desbordamiento de las aguas en la temporada de lluvias, presas, temazcales -baños de vapor-, obras hidráulicas y sanitarias; también un acueducto que iba desde Chapultepec hasta la gran Tenochtitlan; en el arte hicieron creaciones muy valiosas: esculturas, pinturas, piezas de orfebrería y cerámica, de arte plumario y tejidos; cultivaron el canto, la música, la danza, la poesía, el teatro, etc. Esta ciudad era la más grande del mundo según estimaciones hechas por los hombres más estudiosos sobre el tema, ya que en aquel tiempo Constantinopla tenía 250 mil habitantes y París 200 mil; mientras que la gran metrópoli de México-Tenochtitlan estaba habitada por más de 300 mil personas. Los límites aproximados de la ciudad llegaban hacia el norte hasta la avenida Manuel González, al lado de la Unidad Nonoalco-Tlatelolco, al sur comprendería hasta la actual Calzada Chabacano y la de Tlalpan, por el rumbo del Estadio Azteca; al oriente llegaba hasta donde se encuentra la Avenida Congreso de la Unión, y hacia el poniente pudo haber llegado hasta la actual calle de Bucareli a la altura del Paseo de la Reforma, más o menos. Pero en lo que ponía especial interés el pueblo azteca era en la educación de la niñez y la juventud, apartándolos de la holgazanería y el libertinaje, siempre los mantenía ocupados en actividades provechosas y honestas. A la edad apropiada les orientaban para que decidieran el trabajo al que se iban a dedicar. Quienes deseaban ser guerreros eran enviados a ver cómo se peleaba, los esfuerzos y sacrificios que se sufren en la carrera de las armas. A los que aspiraban a ser sacerdotes se les iniciaba en los servicios de esta profesión. Los comerciantes –tepochca- aprendían el oficio de sus padres, lo mismo ocurría con los agricultores, pescadores, artesanos, escultores, ebanistas, cazadores, curtidores, etc. El modelo educativo de los aztecas aspiraba a formar la personalidad del ser humano que se sintetizaba en la frase: “In ixtli, in yollotl” que significaba alcanzar el rostro y el corazón. Buscaban una educación activa e integral con gran sentido de identidad respecto a su familia y su nación. En el hogar se les inculcaba desde pequeños el autocontrol y conocimiento de sí mismos, enseñanza que se daba de manera intencionada a base de repetición constante de exhortaciones y normas establecidas. Tanto los padres como los maestros tenían el deber de servir de ejemplo a sus hijos o alumnos. Las escuelas aztecas que eran El Calmecac y el Telpochcalli, cuyos maestros no se limitaban a espacios cerrados, sino que procuraban ir a la realidad para que los pupilos aprendieran mediante la observación, la experimentación, la curiosidad, la creación, el trabajo, el orden y la disciplina. Procuraban formar hombres y mujeres responsables, con base en el respeto, la discreción, la prudencia, la gratitud, la templanza, en fin, la formación de un carácter bien dispuesto, acorde a las normas éticas más elevadas, es decir, los valores. El pueblo mexica había aprendido de los teotihuacanos el pensamiento religioso y cuando estuvieron bajo la influencia de los toltecas adquirieron conocimientos sobre la forma de organización social: el gobierno, la nobleza, la impartición de justicia, la división del trabajo, etc., pero también las obras de ingeniería, las ciencias y las artes. Con estos conocimientos se convirtieron en el imperio más importante del altiplano; era tan grande que comprendía treintaiocho provincias tributarias. Este imperio había surgido de la triple alianza establecida por las ciudades-estado de Tenochtitlán, Texcoco y Tlacopan (Tacuba). En su época de mayor esplendor la población del centro hacia 1519 era de once millones de habitantes, aproximadamente; entre tres y cuatro millones en el Valle de México y cerca de trescientos mil en la ciudad de México-Tenochtitlan, los demás en las poblaciones que vivían más alejadas de los lagos.