Juan Pablo Ríos y Valles Boysselle 32 años y los fantasmas regresaron, los michoacanos, especialmente Morelia, recibimos a familias enteras que, en 1985 decidieron buscar un mejor lugar, uno donde la vida se pudiera conservar, en el que la familia se disfrutara por las tardes, con aire limpio para jugar en el parque y donde los temblores no se sintieran. No hay registro preciso de las personas que murieron, la falta de normas de construcción y la inexistencia de sistemas de Protección Civil, hizo que el número de muertos fuese incalculable; hace tres décadas se observaban trascabos cargando escombros, pero también cuerpos. Esta semana todos los miedos revivieron, de poco sirvió que en la ciudad de México se hubiera realizado el simulacro general dos horas antes, la angustia de sentir la tierra mover estando en el trabajo, saber a la pareja en el suyo y a los hijos lejos llevaba inmediatamente las manos al celular para escuchar su voz quizá por última vez. Antes que todo colapsara había que llamar, mandar un mensaje e inclusive transmitir en vivo un posible último adiós. Sentir de cerca la muerte ayuda bastante, nos recuerda que somos vulnerables, que no hay quien se escape y que, sin importar el poder, el dinero o la clase social, todos gritamos, lloramos, sufrimos y nos necesitamos. Los planes se derrumban más rápida e inadvertidamente que lo que tarda un temblor en sepultar personas debajo de un edificio; la soberbia nos deja solos entre el escombro, pero la nobleza, la solidaridad y la caridad nos levantan como a las más de 50 personas rescatadas que han estrechado la mano de alguien que no conocían, la de una persona que decidió ponerse nuevamente en riesgo para hallar a quien jamás ha visto, la de quien alimentó y entrenó un perro sabiendo que él no sería el beneficiario. Desafortunadamente en Puebla hay casi 1,780 casas con daños estructurales, en la CDMX 45 edificios derrumbados y muchos más por demoler, en Chiapas y Oaxaca familias se han acostumbrado a dormir en albergues, en Estado de México y Morelos continua aumentando la cifra de muertos; pero a diferencia de 1985, cada una de las ciudades afectadas se ha colapsado no por pedazos de concreto sino por la cantidad de personas que comprendieron que vale más haber salvado una vida que ganado un millón de pesos. “Por favor ya no manden agua, tenemos gasas suficientes, les avisaremos si necesitamos más voluntarios” son mensajes impensables que celebran el milagro de la solidaridad. Adolescentes en los cruceros pidiendo dinero para que los Topos tengan las herramientas que permitan rescatar a los 4 estudiantes de la secundaria Rébsamen, dueños de mascotas recolectando croquetas para atender a quienes han perdido a sus dueños y asegurando que los animales también tengan albergue, miles de verdaderos ciudadanos ofreciendo su despensa y un millón de capitalinos retirando escombro sin descansar con la esperanza de encontrar con vida una persona más. Ni la noche, ni la lluvia los detiene; nadie organizó turnos de trabajo, tampoco hubo que convencer, sencillamente el amor por nuestro México no soportó ver a solo a un padre llorar al pie del edificio y decidió acompañarlo hasta rescatar a su hijo. Con calles acordonadas para que no lleguen más voluntarios se hizo un nuevo cerco, uno de oración y buenas vibras, de ánimo y reconocimiento a los rescatistas, de abrazo y consuelo a los deudos. Vaya suceso en pleno mes patrio, nos independizó de la apatía, demostró que el liderazgo está en la sociedad y no en el gobierno, hizo rendir el gasto semanal y alcanzó para alimentar a otros, hubo tiempo para ir al trabajo y al centro de acopio, la fuerza se multiplicó y cargó toneladas. Este es el ímpetu mexicano, el mismo que también despertó la consciencia, puso el ejemplo y ahora exige que, así como en casa nos apretamos el cinturón, los Partidos hagan lo mismo y renuncien a sus prerrogativas para que se inviertan en la reconstrucción; que así como la sociedad fue creativa y logró recursos extraordinarios hasta del extranjero, que Relaciones Exteriores busque fondos internacionales; que con el mismo esfuerzo que personas de toda la república viajaron para ayudar, los Diputados, Senadores y encargados de los tres niveles del Ejecutivo caminen casa por casa, conozcan nuestras necesidades y nos rindan cuentas. Cuando los binomios caninos o un Topo logran hacer contacto con un sobreviviente, le pide que esté tranquilo, que ya lo van a sacar, que estará bien, una de las respuestas que una menor dio a esa voz de esperanza fue “está bien, pero no tarden mucho”. Esta invitación hoy hace eco en nuestros corazones, no tardemos en salir al encuentro, en amar a quienes todavía tenemos y sobre todo en tomar el liderazgo de nuestra sociedad, los temblores no se pueden predecir, pero la construcción de estructuras verdaderamente sólidas siempre está de nuestro lado.