Rafael Alfaro Izarraraz Observar los acontecimientos sociales desde países coloniales es diferente a mirarlos desde la óptica de las economías centrales, en donde en nuestros tiempos se están fraguando nuevos paradigmas de poder y dominio sustentadas en la hipertecnologización de la vida humana y en particular del cuerpo humano. El obradorismo, es decir, la corriente que tiene como figura central al actual presidente mexicano, no puede ser encajonada en las categorías analíticas y conceptuales de occidente, salvo en una que es muy importante: la teología cristiana, en el marco del pontificado del papa argenitno Francisco. Debemos reconocer que nuestra región no es una isla y, por el contrario, nos encontramos en una relación de identidad-desindentidad con respecto a la cultura que nos llegó de ultramar. En las, me voy a permitir llamar, “democracias del bienestar” de los países que enarbolan la premisa del progreso, la corrupción moral y ética que proviene del uso del dinero, desde los orígenes de este tipo de sociedades, es un tema que fue tejiéndose desde la moral cristiana y desde cuyo púlpito ha recibido su más enérgica condena, aunque no siempre por supuesto. Parecen decir los teólogos que el dinero como tal, o en sí mismo, no tiene ninguna función corruptora, la corrupción del alma asociada con el uso del dinero es la que lleva a condenar a quien se enriquece por medio del uso del dinero. De igual manera, para teólogos como el profesor Antonio Piñero (https://www.tendencias21.es/crist/El-pensamiento-de-san-Agustin-La-riqueza-la-caida-de-Roma-y-la-construccion-del-cristianismo-en-Occidente-350-550-La_a2443.html), la salvación del alma tiene que ver con la regeneración agustiniana de la misma interiormente. En San Agustín, el problema es el alma y no los pobres, apunta Piñero, porque los pobres lo constituían un segmento heterogéneo que se definía no en función del dinero sino de la seguridad. Dice Piñero quien cita a Brown que: “El pobre no era el que no tenía dinero, sino el que carecía de seguridad. No tener en cuenta esta realidad distorsiona la visión histórica sobre la cuestión de la pobreza y la riqueza en la Iglesia…” [las negritas son mías]. Otro autor, como Alejandro Mercado, nos dice que: “San Agustín no discurre sobre la forma cómo se producen los bienes, ni siquiera la forma de su distribución. Su tratamiento está en un plano distinto, de carácter ético, por lo que la posesión y uso de los bienes materiales es de segunda importancia respecto a las acciones morales…”. En el caso de, otra vez me tomo la atribución, de llamar “democracias del malestar” de los países no centrales, la corrupción tiene un rasgo más centrado en la apropiación del dinero público con el fin de saltar los obstáculos que impone la sociedad de clases o jerárquica a la movilidad social, restringida a un buen trabajo o un buen puesto en la administración pública, generalmente sustentada en la preparación académica que finalmente se resuelve a contar con “palancas”. El obradorismo le ha dado a la corrupción una dimensión histórica y social que no se había visibilizado anteriormente. Tiene que ver con la corrupción que entraña la misma conquista y las prácticas de los colonizadores en tierras meosamericanas. Para el obradorismo, la corrupción fue parte de la conquista y fuente de las desigualdades sociales que ahora prevalecen en nuestros días. Esto es algo totalmente diferente a la visión occidental incluida la versión teórica de los teólogos y teóricos de occidentales, que sostienen que la raíz de las desigualdades está en la violación de las normas morales del catolicismo (Jesús); la ganancia por la vía de multiplicar el dinero (Weber); la plusvalía extraída de la explotación laboral de la clase obrera (Marx). Las plutocracias latinoamericanas bajo esta lógica son los herederos de las prácticas coloniales y los estados bajo la tutela occidental no está solamente en el apoyo que reciben de poderes extralocales, sino también, y en gran medida, de la apropiación de los recursos del Estado. Ricos y pobres se definen en función de la corrupción. Lo anterior, se eslabona con occidente, pero de manera particular con la conquista. La robadera llegó con la conaquista. El continente en su origen, parece decir el obradorismo, no forma parte de esa realidad nacida en occidente. Este planteamiento requiere de un análisis más profundo, pero desde el punto de vista de los conquistadores y la moral y ética cristiana, tiene toda la razón. Aquí, la pregunta es si entre los grupos prehispánicos existía algo parecido a este tipo de condena moral y ética a determinadas prácticas locales. Definitivamente en términos teológicos judeo-cristianos, no. El otro punto es el nodo en el que se unen obradorismo y la teología cristiana de la ética y la moral cristiana. Una parte del discurso juarista de austeridad republicana curiosamente está asociado con el espíritu antiguo de la moral y la ética cristiana tanto agustiniana. Durante las conferencias mañaneras surgen los mensajes condenando la riqueza mal habida por la vía de la corrupción. Ha dicho que los empresarios que son ricos y que han sumado su fortuna en buena lid deben respetarse. Por el contrario, aquellos que lo acumulan como resultado de la corrupción son condenados. No todo es dinero, dice. Aquí el ejemplo emblemático de enriquecimiento a costa del Estado es ni más ni menos que Claudio X. González, hijo, principalmente. San Agustín creía en que una manera de alcanzar la reforma interior, de purificar el alma, era usar parte de la riqueza en la Iglesia y no en buscar la gloria por medio de derrochar el dinero en querer más de lo necesario. Acá ¿seguir la 4t? En México y en algunas regiones de Latinoamérica, la corrupción es un medio a través del cual el dinero público, y no solamente la riqueza mercantil y la multiplicación del dinero o de su valor, ha sido utilizado para diferenciar a las clases sociales, los segmentos que la integran o las estructuras sociojerárquicas. En el lenguaje popular del obradorismo, “la robadera” marca las distinciones al interior del pueblo, entre ricos y pobres. La robadera es una fuente de poder y marca a las sociedades latinoamericanas, como es el caso de los diversos estratos sociales en nuestro país. Por supuesto, que no es exclusivo de las naciones menos favorecidas por el progreso, también existe en las naciones “elegidas por el destino” a encumbrase, pero en el caso latinoamericano parece que la robadera tiene otras dimensiones. Para el obradorismo es la fuente principal de las desigualdades. Para los que eran condenados por la moral y la ética agustiniana (cuya filosofía se funda en la filosofía griega, la cual es eslabonada a la teología cristiana), podían salvarse por medio de reorientar parte de la riqueza hacia la iglesia, como ya se ha mencionado, que representaba a los pobres como parte de la tradición de la iglesia católica. Esta era una manera de contribuir a la regeneración interior, del alma. Para ello condenó la usura cuyo resultado, dice Alejandro Mercado surgió de separar el valor de uso de los objetos y su valor de uso, agregándola el del uso el de la usura. En la actualidad, la “Fratelli Tutti”, del papa Francisco, de inspiración en San Francisco de Asis, es una condena directa a la economía de mercado que, dice, no es una salida mágica para todo. Para el obradorismo el dinero concentrado por el Estado y que antes por la corrupción servía para diferenciar a pobres y ricos, ahora debe regresar al pueblo, en particular a los más necesitados como una manera de purificar el alma política local. Dice es parte del evangelio, pues los pobres constituyen su epicentro. El juarismo mexicano asociado al pontífice argentino. Los rasgos de los enfoques desde las naciones neocoloniales.