Rafael Alfaro Izarraraz La tecnología no es solamente tecnología a secas. Hoy, la tecnología está íntimamente asociada con la vida nos guste o no, pero también está vinculada a un cúmulo de intereses relacionados con los grupos que dominan el contexto en el que la tecnología se aplica como en nuestra época, a la vida. Lo que nos lleva a tratar de comprender la relación actual que existe entre los intereses que giran en torno a la biotecnología, el uso de patentes y la crisis de una sociedad, la occidental, que vive a costa de una supuesta humanización del mundo. En los últimos dos siglos la realidad ha hecho más complejo patentar el conocimiento porque lo que ha ocurrido es una privatización de éste debido a la incorporación de la vida a los derechos tecnológicos de las empresas. Lo anterior, ha dejado atrás al idílico científico e inventor individualizado ahora al servicio de las multinacionales (Lucila Díaz y Guillermo Folguera: “Propiedad intelectual y nociones de vida. Relaciones, condiciones de posibilidad y desafíos”). La sola mención de que se estableciera una norma que, como excepción por la pandemia, se socializara el uso de las fórmulas para producir vacunas y que de esa manera todas las naciones tuvieran acceso a ellas, puso a temblar las industrias que ahora produce los biológicos para atenuar la pandemia mundial que vivimos. Las bolsas de valores donde cotizan estas empresas experimentaron una sacudida momentánea que dice mucho de lo que está en el fondo: el monopolio del conocimiento que estas empresas ejercen sobre el saber y la vida misma como lo acabamos de comprobar, pero como un bien privado o sometido a las ganancias. Aunque existen diversas modalidades de las patentes, en general se pueden conceptualizar con el término de “protección intelectual” (Lucila Díaz y Guillermo Folguera: “Propiedad intelectual y nociones de vida. Relaciones, condiciones de posibilidad y desafíos”). El origen del otorgamiento de patentes en el mundo se inició en las ciudades italianas que ejercieron el comercio marítimo. Esta experiencia se incrementó luego de la Revolución francesa y se extendió a Inglaterra y Estados Unidos y más tarde al mundo. El propósito original fue proteger los derechos de aquellas personas que descubrían algo nuevo y que podría ser susceptible de reproducirse y obteniendo beneficios económicos (ver Maidelyn Díaz Pérez, “La propiedad industrial y el sistema de patentes en el mundo de la información”). Dice Viola (Ana María Bonet de Viola, en “La propiedad intelectual como modelo asignativo moderno. Una genealogía crítica de las normas vigentes de acceso al conocimiento”) que: “Estos avances teóricos que posibilitaron un abultado desarrollo tecnológico, simplificaron de diversas maneras la vida cotidiana humana produciendo más bienestar y generando a su vez un proceso de valorización del conocimiento y la tecnología, que los transformó en objetos preciados y así también, en factores de poder ... Esta valorización del conocimiento y de las tecnologías dio lugar a las primeras patentes conocidas, otorgadas en Venecia, a partir de 1474 y a los primeros monopolios para inventores establecidos en Gran Bretaña a partir de 1623…” sirvieran más tarde para garantizar el monopolio del saber a la gran empresa capitalista”. En ese mismo sentido, Díaz y Folguera, señalan que el punto es que las patentes eran otorgadas para proteger privilegios monopólicos principalmente sobre la aplicación de algún tipo de tecnología que no distinguía entre la venta de telas o realmente la aplicación de una tecnología nueva. Tecnología y conocimiento están relativamente disociadas cuando aparece la idea de las patentes, por ello los privilegios que se otorgaban era generalmente de tipo monopólico. Con el tiempo se distinguió la diferencia entre comercio e invento y aparece el autor del invento como figura especial dada la relevancia que toman en algunas naciones (Lucila Díaz y Guillermo Folguera: “Propiedad intelectual y nociones de vida. Relaciones, condiciones de posibilidad y desafíos”). Con el tiempo la diferencia entre invento y descubrimiento tiende a anularse (la creación de algo nuevo generalmente vinculado a la tecnología, lo inerte, se patentiza: el motor; el descubrimiento, relativo a lo que ya existe, pero no se aprecia y alguien lo visibiliza, no se patentiza: la antropología, por ejemplo). Con la consolidación del sistema industrial de producción la empresa generó la necesidad de privatizar el conocimiento, que se fusionó con el descubrimiento de nuevas tecnologías antes relativamente disociado. Durante el renacimiento y la modernidad se consolidó un modelo para el que “todo lo que estaba bajo el sol” (dice Ana María Bonet de Viola, en “La propiedad intelectual como modelo asignativo moderno. Una genealogía crítica de las normas vigentes de acceso al conocimiento”) podría ser privatizado. De acuerdo a Viola, el surgimiento de las universidades, la profesionalización de la docencia y el surgimiento de la ciencia hicieron del conocimiento un medio aplicable a la vida cotidiana que poco a poco fue valorizándose en la sociedad. La simplificación de la vida y la solución de tantos problemas que aquejaban a la sociedad puso a la ciencia en un lugar privilegiado. Las naciones ricas establecieron a nivel mundial un conjunto de reglas relativas a la protección de los derechos de invención con el fin de proteger las ventajas que ello le otorga en el comercio mundial y como un mecanismo de imposición de una relación-distinción entre las grandes potencias y las de menor desarrollo. La aparición de la ciencia y del método científico creó las condiciones culturales óptimas para que el “humano” interviniera en la naturaleza y se apropiara de ella, sin suponer al mismo tiempo que la acción de apropiarse de la naturaleza llevaría al camino de que el hombre fuera víctima de esos procesos. Al intervenir en la naturaleza también inicia la era en la que la vida se incorpora como tecnología y susceptible de ser patentizada. A nivel cultural, surgen los filósofos que le dan legitimidad a la tecnologización de la vida (Sloterdijk, entre ellos). Se inicia en general en la naturaleza, pero de manera particular en la agricultura con el ejercicio de ciertos privilegios (patentes) sobre la naturaleza de las semillas, las plantas y los animales, apoyados en la genética y la biología molecular. De ahí se dio el salto a la genética humana y la biología molecular. Esos privilegios que significan miles de millones de dólares y euros son los que están en el fondo del ejercicio privilegiado de empresas y naciones de la vacunación contra el SARS-CoV-2 y sus variantes.