Raúl Castellano Es una verdadera desgracia el ver como el país ha ido dando tumbos, desde que se dejó de gobernar para el pueblo, desde que la procuración del bien común dejó de formar parte de las tareas y políticas gubernamentales. Esto ha sido una tragedia que nos ha llevado a ser un país con millones de pobres; setenta millones de ellos, frente a una absoluta minoría que acapara la riqueza. Las cosas se han hecho mal, o quizá se han hecho muy bien, dependiendo a qué grupo nos refiramos. Hay una profunda desigualdad entre los mexicanos que no tiene salida con el sistema que nos ha gobernado por tantos años y que se ha visto agravado en este gobierno en el que la corrupción se ha instaurado como forma de actuar de funcionarios de todos los niveles, y de la iniciativa privada, así como de millones de ciudadanos que tienen que entrarle a este sistema si quieren trabajar. El sistema es ese: corrupción. Nuestra sociedad es idéntica a un triángulo equilátero, en el que los pobres forman la base, la clase media queda encima y en seguida la clase media alta y, en la cúspide, están los ricos. Más arriba, ocupando el vértice del triángulo, está el 1% de los muy ricos, de los multimillonarios, que descansan sobre todos los demás. La corrupción, que todo lo corroe, se ha vuelto un sistema de vida y los escándalos son constantes. Uno de los primeros, y el más grave, fue el de la famosa “Casa Blanca” del Presidente Peña, en la que involucró a su esposa, a la que le apareció otra Casa Blanca, contigua a la primera, de la que se dijo que se la había regalado Televisa, por sus buenos servicios. Las enredadas e increíbles explicaciones, solo lograron hacer el caso, más escandaloso. Prácticamente, en seguida, les salieron casas blancas al Secretario de Hacienda, Videgaray y al Secretario de Gobernación, Osorio Chong. Lo más grave del caso, es que no pasa nada. Estas sinvergüenzadas, quedan cubiertas por la impunidad. Si no hay “cochupo”, no hay trabajo, díganlo si no los constructores. En esta actividad se extiende a cualquiera que quiera construir su propia casa, pues si quiere que le den el uso del suelo, hay que untarle dinero al funcionario encargado de otorgarlo, aun si la construcción se lleve a cabo en una zona donde se pueda hacer, ese tipo de obra. Que les parece el que también, las propias constructoras ofrecen dinero, como el escandaloso caso de Odebrecht, que ha soltado dinero, millones de dólares en muchos países, incluido México, pero solo aquí no se ha dicho a que personas se lo dieron. Las concesiones de todo tipo, también requieren de pago de “cuota”, tal como funciona también el crimen organizado, que exige “pago de piso”. Todo tiene precio. El hecho de que en este momento se encuentren presos ocho ex gobernadores, nos puede servir de termómetro para medir el grado de rapiña de la que nuestro país es víctima. Por supuesto, hay un buen número de peces gordos, como Humberto Moreira, que se pasean tan tranquilos por la calle. México no tiene un Proyecto de Nación. Se supone que la Constitución de la República debería quedar plasmado, sin embargo, a base de reformas improvisadas y anti patrióticas, ha quedado deformada, inservible. No se vive un Estado de Derecho. Aquí se aplica la ley de manera casuística, al azar; la Procuraduría investiga y consigna a quienes le da la gana, o por instrucciones superiores. De esta suerte, el ciudadano no tiene garantías; la ley, no necesariamente lo protege. La violencia en México, no tiene parangón en el mundo. Más de 100 mil muertos y centenas de desaparecidos. Fosas clandestinas por doquier, balaceras por todos lados, descuartizados, levantones, ajustes de cuentas y secuestros al por mayor. Nunca jamás se había dado un nivel de violencia como ahora. La ciudadanía vive insegura, atemorizada. El Estado no cumple con una de las razones fundamentales de su existencia, que es la seguridad de las personas y de sus bienes. El narco se ha enseñoreado en todo el territorio nacional, y era dominado por tres grupos bien definidos y poderosos, ahora, hay un sinnúmero de ellos. El problema ha rebasado cualquier pronóstico que se pudiera haber hecho. El problema ha llegado tan arriba, que hemos tenido narco-estados, como el de Coahuila, en el que Humberto Moreira lo entregó a los zetas; algo parecido ocurrió en Michoacán en tiempos de La Tuta. La delincuencia con sus actividades, ha hecho que el gobierno haya sacado a las Fuerzas Armadas a las calles, para hacer trabajo policíaco. El Ejercito y la Marina Armada patrullan casi todo el territorio nacional. A ellos se añade a la Policía Federal, la única capacitada y confiable. México no es un país democrático a pesar de que así se ostente. Aquí lo que se vive es una partidocracia que la tiene secuestrada. Los partidos son franquicias y, a la vez, grandes negocios que medran con el dinero público, nuestro dinero, con el que se les financia de forma excesiva y del que pueden disponer como les venga en gana. El costo de nuestra pseudo-democracia, es la más costosa del mundo, no obstante que nuestro país es pobre. La pobreza en México se cuenta por millones; setenta millones de pobres. Una pobreza que no ha disminuido porque no se hace nada para contrarrestarla. Solo se recurre a Programas Sociales que en verdad un modo de disfrazar el problema y que son en realidad programas de caridad que, además se usan con fines partidistas electoreros. Una manera perversa de comportamiento del gobierno que ha olvidado, hace mucho, que otro de los deberes fundamentales del Estado es el bien común. País sin rumbo, sin proyecto. Vivimos en un país en ruinas y no precisamente por los terremotos.