MIRADOR | AMABLE INVITACIÓN
Escucha bien lo que te propongo: quiero que regreses a vivir a nuestra casona.


Saúl Juárez
A mi primo Tulio y a mí siempre nos gustó leer y contar historias sobre casas misteriosas. Vivíamos en la de sus padres: un patio al centro con pileta, siete habitaciones, una sala y una cocina de otro siglo. Ahí viví feliz mis primeros veinte años hasta que salí del pueblo y pronto me convertí en una mujer citadina. Nunca he dejado de leer relatos sobre moradas tenebrosas.
Desde que me instalé en la ciudad recibía la felicitación telefónica de Tulio cada día de mi cumpleaños, pero hace una semana me llamó pidiéndome que lo visitara. Era evidente que se trataba de un llamado urgente.
Un domingo entré a la casona que se caía de vieja. La expresión de Tulio no era humana, aunque no me provocó temor alguno. Nos sentamos a la mesa del desvencijado comedor.
—Aquí estoy, primo, tú dirás.
—Primero que nada, te pido disculpas, como habrás notado, me he convertido en un fantasma.
—Eso veo, Tulio —contesté sin perder la calma— ¿Y cómo es esa vida?
—Se parece a la otra, pero con poca compañía. Sólo puedo hablar con una o dos personas.
—Por lo visto yo soy una de ellas.
—Estaba seguro de que así sería, tengo gran ilusión de hablar contigo como lo hacíamos en aquellos años. Me gustaría conversar de las casas viejas, prima, quizá ese pueda resultar un aliciente para que aceptes mi invitación. Escucha bien lo que te propongo: quiero que regreses a vivir a nuestra casona.
Después de relatarle sucesos en mansiones de la ciudad, rechacé cortésmente su propuesta y nos despedimos con afecto. Al salir de la casa me sentí bien por haber visitado a mi primo. En el autobús pensé que en otro momento quizá podría considerar su amable invitación.